Ubicado a 91 km de Puerto Varas, encierra una de las áreas más bellas y significativas del sur de Chile. En su valle, pueden descubrirse parte de sus secretos naturales.
“Qué bueno que finalmente estés aquí”– me saluda Rebeca, simpática y cordial, a cargo de la oficina de Campo Aventura en
Puerto Varas. Mientras charlábamos llegó Lex, actual dueño de este emprendimiento turístico. Después de coordinar una navegación por el mar para el día siguiente, me quedé conversando con Lex. Desde Luxemburgo hasta Cochamó, su historia es más que interesante. “Un día viene el click” me confesó sonriente. Él es ingeniero aeronáutico y estaba a cargo de una empresa alemana, al igual que su esposa Cristiane, quien era directora publicitaria. Hacía tiempo que querían encontrar un lugar para cambiar la calidad de vida. Hasta que Lex vio un aviso en Internet sobre un campo en Chile que estaba en venta. Sin conocer nada de Sudamérica ni hablar castellano, viajó para cerrar trato el 28 de marzo de 2000, y el 26 de octubre del mismo año ya estaban instalados en el valle de Cochamó, dispuestos a empezar la temporada. Ya van tres años que están al frente de Campo Aventura, con la firme intención de quedarse y de compartir con los visitantes la riqueza natural y cultural del lugar.
Por el estuario de Reloncaví Salimos muy temprano, acompañados por Anja y Steine, dos estudiantes danesas que iban a realizar la excursión con nosotros.
Tomamos la ruta 225, que bordea el lago Llanquihue y está vigilada por los volcanes Osorno y Calbuco, hasta Cochamó, a 91 kilómetros de Puerto Varas. A la altura del río Petrohue, se inicia el camino de ripio, veinte kilómetros más por la carretera austral hasta llegar a la comuna de Cochamó. En este valle se encuentran las características típicas del sur de Chile con el estuario de Reloncaví, el primer fiordo que marca el comienzo de la zona austral. Sus calles tranquilas contienen la vida de los colonos, que subsisten a través de los cultivos, la ganadería y sobre todo la pesca artesanal.
La mañana prometía ser fantástica para navegar por el mar. Llegamos al muelle cerca de las 9, donde nos esperaban Julio y Javier a bordo del Anakena, una pequeña embarcación pesquera adaptada para los paseos marítimos. Chile es el segundo exportador de salmón en el mundo. Junto a la zona del lago Chapo, el estuario de Reloncaví se destaca por sus criaderos de salmón. A lo largo de la costa se ven los criaderos con sus jaulas, cada una albergando cerca de cincuenta mil ejemplares de salmónidos.
Pero la riqueza de este estuario tiene que ver más con las semillas de moluscos bivalvos, cuya cantidad se evidencia en las rocas blanquecinas. Como otros recursos naturales mal aprovechados, las cholgas y los choros, comúnmente llamados mejillones, ya empiezan a escasear en las profundidades del Reloncaví. Por esta razón el cultivo de semillas se está convirtiendo en el negocio del futuro. Infinidad de colectores a lo largo de toda la costa, permanecen sumergidos durante seis meses para capturar las semillas que luego son recogidas y vendidas a los criaderos. Atrás va quedando el trabajo forzado y poco rendidor de los buzos que bajan hasta veinte metros para recolectar las cholgas, en un promedio de seis horas todos los días. El Anakena avanzaba lentamente por el mar enfrentando el viento, mientras nosotros, casi indiferentes a la actividad cotidiana del estuario, nos dejábamos llevar.
“El tiempo no es importante aquí” Lex lo sabe muy bien, porque lo aprendió en este tiempo en Cochamó. Decidimos seguir su consejo y nos abandonamos a la placidez de un día soleado en el mar. La idea era hacer un alto en la travesía para conocer unos pozones de agua termal, pero al acercarnos nos encontramos con varios visitantes y decidimos pasar más tarde.
Volvimos a emprender la navegación, y al cabo de un rato, nos cruzamos con unas toninas y unos lobos marinos. Fuimos en busca de su colonia, ya que suelen apostar en las rocas para asolearse. Divisamos el volcán Yates y pasamos por la isla de Marimelli, hasta encontrar Punta Lobos. Ese día había pocos ejemplares, apenas una colonia de diez integrantes repartidos en la costa, pero pudimos aproximarnos lo suficiente como para sacarles fotos y también importunarlos en su descanso, gesto que hicieron evidente zambulléndose rápidamente.
Entonces, nos alejamos en dirección a Sotomó. Ya era cerca del mediodía, y nos esperaba Magdalena con el curanto listo para el almuerzo. Desde hace un año, la familia de Magdalena Valdera y Juan Guerrero, originarios de la zona, reciben a los turistas que realizan este paseo con Lex. En un parador ubicado en lo alto de una planicie, con la mejor vista de las montañas y el mar, ya estaba la mesa dispuesta, sólo faltaba sacar el menú, que se mantenía debajo de la tierra. El curanto es un plato típico de Chile, que se elabora dentro de un pozo disponiendo piedras previamente calentadas al fuego y que luego se revisten con grandes hojas de nalca y panquí. Sobre este colchón vegetal se ponen los alimentos, que son cubiertos con panes de tierra para concentrar el calor y así cocinarse. Según nuestra cocinera, la carne se acompaña con milkao, una especie de papa rallada, y chapalele, una masa blanda a base de harina y manteca, todo rodeado con varias cholgas aderezadas con pebre y rociadas con vino blanco. Para deleitarse. Después de un buen almuerzo y con semejante paisaje para la siesta, nadie quería moverse. Pero en el barco nos esperaban los timoneles Julio y Javier, que se habían quedado pescando. Anja y yo probamos suerte con la “cuchara”, pero la verdad, no teníamos demasiadas fuerzas para esperar que salieran los salmones o róbalos. Preferimos acomodarnos para continuar nuestra relajada navegación. La marea ya empezaba a subir y había tapado por completo las termas naturales, así que, ya de regreso, visitamos la capilla de San Luis, parroquia de las villas costeras de la zona.
Hora del regreso. De lejos divisábamos el muelle y sólo nos detuvimos para recoger una bolsa de cholgas, recién recolectadas por un buzo que estaba finalizando su tarea. Cochamó seguía impasible, recibiendo a sus pescadores que lentamente retornaban de una larga jornada en el mar. A nosotros nos esperaba el riverside lodge de Campo Aventura, para seguir descubriendo los secretos naturales del valle de Cochamó.