La calidez de su gente y un entorno agraciado por la naturaleza nos atrajeron durante un recorrido entre la costa del mar y bosques impenetrables.
Nada más pintoresco que arribar a Raúl Marín Balmaceda desde lejos y sentir que hay una manera distinta de hacerlo. En nuestro caso, llegamos en la embarcación Temporera. El primer tramo lo habíamos realizado en auto desde La Junta por un camino paralelo al río Palena entre bosques casi impenetrables. Recientemente se habilitó el servicio de un transbordador que cruza dicho río a diario. Fuimos conociendo la población de a poco, caminando por sus calles y ubicándonos de acuerdo con el fiordo y el mar. Era día de semana y los habitantes estaban en sus tareas habituales, lo cual hacía aún más interesante el recorrido. Descubrimos su plaza Los Pioneros, arbolada, con juegos para niños; la oficina de información y, al frente, el edificio que ocupa la Junta de Vecinos. Coigües, lumas y arrayanes mecen sus ramas en la plaza y amortiguan el calor en verano. Las calles son de arena y a lo largo de la calle Ministro Palma hacia la Costanera pasamos por la sede de Carabineros, la Posta de Salud y el correo.
Tomando la Costanera, en un extremo está el punto desde donde el trasbordador permite conectar Raúl Marín Balmaceda con la isla de Chiloé y la de Melinka; lleva pasajeros, vehículos y mercadería. También desde aquí parten embarcaciones de paseo que ofrecen excursiones de pesca, para lo cual hay que conectarse con guías expertos y contar con licencia. La Costanera corre paralela al canal y está resguardada por una hilera de coigües y arrayanes que fijan las dunas. Este pequeño cauce de agua permite sólo el paso de
kayaks y canoas frente a la isla Lamota. Tomando un sendero, vimos la desembocadura del río Palena hacia el Pacífico. En nuestro extenso recorrido por la cuenca Palena-Queulat lo habíamos cruzado infinidad de veces; ahora le decíamos adiós. De regreso al canal, visitamos el muelle de pescadores con sus coloridas embarcaciones que salen en busca de salmones y mariscos. Era día de franco y pudimos verlas todas allí estacionadas.
Pasamos por varios negocios de almacén, supermercados y tiendas, como también por los distintos hospedajes y cabañas que ofrecen alojamiento y comidas a los visitantes, junto con la calidez de sus propietarios. Por la charla sostenida con ellos notamos un incipiente desarrollo y una variedad de oferta turística que se agrega a la ya existente para incrementar la llegada de turistas cada año.
Abrir grande los ojos
Llegó el momento tan esperado de conocer la “joyita” de Raúl Marín Balmaceda: el mar. El camino es arenoso y fue Heriberto Klein con un vehículo 4 x 4 quien nos condujo hasta allí. Fue asombroso llegar a las enormes playas que se abren allí hacia el mar con el amplio horizonte, las olas llegando una a una a la arena y ese aroma característico. Vegetación baja, achaparrada, de retamas que en una época del año visten de amarillo las playas. Como era de suponer, fueron plantadas para fijar las dunas. Otra sorpresa fue ver infinidad de plantas de frutillas silvestres en las arenas de las playas. Dicen que cuando están maduras, a partir de diciembre, van todos a cosecharlas. Se hacen exquisitos
küchen con ellas. Hacia un lado, el fiordo Pitipalena y por detrás de la playa, un bosque de arrayanes espectacular. Llegamos hasta el faro y allí sí que estábamos absolutamente solos. Viento, mucho viento que no permitía que nos oyéramos entre nosotros; el pelo revuelto, las manos en los bolsillos.
Islas habitadas
Muy desde lejos vimos la isla Las Hermanas, donde hay una colonia de lobos de mar que puede visitarse cuando las condiciones de navegabilidad lo permiten. En otra isla hay pingüinos de Humboldt o “patrancas”. Otro atractivo de la zona es que todos los años llegan los cisnes de cuello negro. Estas enormes playas permiten caminar, andar a caballo y, por supuesto, pescar. A La Barra no le falta nada para ser un lugar paradisíaco y de mucho calor en verano. Regresando al pueblo, conocimos las instalaciones de una empresa salmonera que tiene aquí su filial y que permite que el 30 % de la población trabaje en ella.
Hacia el otro extremo de la Costanera se llega a la pista de aviación con que cuenta Raúl Marín Balmaceda y, pegado a ella, el
lodge Fundo Los Leones, conjunto de cabañas con playa. Pocos habitantes y mucho para ver en este pequeño pueblo de mar.