Historia
Los primeros en reconocer las bonanzas de sus aguas y utilizar sus baños para calmar dolencias fueron los aborígenes.
En 1870 el Dr. Pedro Ortiz Velez, médico expatriado en Chile, consiguió permiso del Cacique Chenquel para llevar enfermos a Copahue.
El hecho despertó interés en médicos militares que como el Dr. J.M.Cabezón y L .Maciel publicaron en 1899 un trabajo titulado ¨Los baños termales desde Copahue¨ .
En 1900 y 1903 se recogieron las primeras muestras de aguas que fueron estudiadas por el doctor Enrique Herrero Ducloux y al mismo tiempo el Ingeniero Lavenier presentó un informe comparativo al Ministerio de Agricultura sobre las Termas de Copahue con las otras termas del país, destacando la importancia de las termas en cuanto a su calidad y excelentes posibilidades.
Recién el 11 de mayo de 1937 por decreto nº105.433 del PEN se creó la ¨Reserva Nacional Copahue¨, con una extensión de 40.500 hectáreas a cargo de Parques Nacionales, en 1950 pasa a jurisdicción de la Comisión Nacional de Energía Atómica y en 1962 pasa a la Provincia del Neuquén, el 28 de julio de 1988 de acuerdo a la ley Provincial nº1762, fue creado el Ente Provincial de Termas del Neuquén.
Fotos: Gentileza de Rodolfo Dómina (aldeatermal@neunet.com.ar)
Leyenda
El Pehuén
Hace mucho tiempo, en le sur de la Argentina, vivía una tribu de mapuches.
Aquel lugar les ofrecía todo lo suficiente para subsistir, pese al clima desfavorable, pues en invierno, la región permanecía cubierta de nieve.
Durante el verano la tierra reverdecía y la tribu se aprovisionaba de todo lo necesario, menos de la sal, que debían conseguirla muy lejos de allí en las salinas del norte y en épocas en que la nieve no interrumpía los caminos.
Entonces, el cacique Chacayal, con algunos hombres elegidos de la tribu salían en busca de tal preciado mineral.
Durante ese tiempo, sus mujeres e hijos se quedaban trabajando mientras esperaban su regreso.
Por ese año comenzaron a caer las primeras nevadas y Chacayal no había vuelto. Entonces la mujer temiendo que le hubiese ocurrido algo llamó a su hijo y le pidió que fuera a su encuentro.
El muchacho preparó sus cosas y partió enseguida. Había comenzado a nevar copiosamente pero caminó días y días sin parar hasta que agotado de tanto andar, cayó al suelo. Allí fue cuando descubrió a lo lejos a un hermano pehuén, árbol muy raro en aquellos lugares cuyas hojas terminan en afiladas puntas.
Para los mapuches, éste era un árbol sagrado y lo adoraban como a un dios. Entonces, el hijo de Chacayal, sacó fuerzas de donde pudo y levantándose caminó hasta donde se encontraba el pehuén para pedirle ayuda y como la tradición prohibía seguir camino sin dejarle una ofrenda, se sacó los zapatos de piel de zorro que le había hecho su madre y los colgó en una rama.
Después de esto se sintió mucho mejor y prosiguió su camino con nuevas fuerzas a pesar de que sus pies descalzos se hundían en la nieve.
Al poco andar escuchó voces y descubrió, detrás de una loma, un grupo de gente alrededor de una fogata acampados para pasar la noche. Se acercó con alegría pensando que su padre podría estar entre ellos, pero eran de una tribu que no conocía. Sin embargo, le permitieron calentarse cerca del fuego y después de comer, se acostó vencido por el cansancio.
Pero aquellos hombres le quitaron todo mientras dormía y lo abandonaron atado de pies y manos.
Ahí quedó solo, inmovilizado y desamparado, con peligro de morir de frío o presa del trapial o el nahuel hambriento, que sin duda andaba cerca.
Cuando llegó el día el sol reflejado en la nieve comenzó a herir sus ojos; desesperado, trataba de soltarse de las ligaduras sin conseguirlo.
Pensó en su madre, y aunque la distancia que los separaba era enorme comenzó a llamarla a grandes voces.
En ese preciso momento su madre tenía un sueño en donde veía a Chacayal muerto y a su hijo en peligro. Escuchó su voz que la llamaba y despertó angustiada.
Entonces resolvió cumplir inmediatamente con la ley que marcaba la tribu; se cortó los cabellos segura de que su marido había muerto y salió en busca de su hijo.
Mientras tanto, el muchacho, sintiendo que el frío penetraba su cuerpo inmóvil seguía llamando:- Niuque... Niuque!!
En un momento, al abrir sus ojos irritados, vio a lo lejos al pehuén con sus zapatos colgados en la rama y desesperado gritó: - Si tú pudieras convertirte en mi madre... buen árbol!!
Niuque, niuque ven!! Ven a salvarme... niuque!!
Entonces vio con espanto cómo el pehuén empezó a arrancar sus raíces del suelo. Una por una las fue sacando de la tierra y ya libre comenzó a caminar lentamente moviendo las raíces como si fueran patas en dirección hacia él. Cuando estuvo a su lado, extendió su ramaje sobre el muchacho protegiéndolo del frío y sus hojas afiladas impedían que las fieras se acercaran.
Luego soltó frutos de sus piñas para que pudiera comer. Saciado y más tranquilo se quedó dormido.
Cuando despertó, vio a su madre que había reconocido su refugio por los zapatos colgados en la rama del pehuén y que fue la única que no se había doblado hacia abajo.
Con manos ligeras lo desató y se abrazaron fuerte. El muchacho al verla con la cabeza rapada, comprendió que su padre había muerto y juntos lloraron su pérdida, amargamente. Después, más calmados y resignados agradecieron, al pehuén acariciando su tronco y la madre, como prueba de su devoción le dejó sus propios zapatos como ofrenda.
Hollando la nieve recién caída con los pies descalzos, madre e hijo regresaron a la tribu.
Pero el pehuén no los abandonó y caminó junto a ellos brindándoles protección y alimento.
Al llegar a la tribu, el árbol se detuvo y hundiendo lentamente sus raíces en el suelo, se quedo ahí.
Cuando madre e hijo contaron lo sucedido a su gente , resolvieron llamar a ese lugar “Niuque”, que significa madre en mapuche, en agradecimiento al pehuén que salvó la vida del muchacho.
Las Termas de Copahue
Fragmentos de Leyendas de la Patagonia , Julia Saltzmann, Edit. Planeta.
Hace mucho tiempo, entre los mapuches que vivían cerca de la Cordillera del Viento, al norte de Neuquén, hubo un cacique llamado Copahue. Cuentan que hizo muchas guerras, pero que su batalla más terrible la libró solo y por amor.
Una tarde, Copahue volvía de Chile con sus hombres. Ya estaban bien entrados en el paso cuando el viento, que los había acompañado desde el momento de iniciar el cruce, empezó a soplar más fuerte. En un rato más se convirtió en huracán: corría desatado, loco , por las quebradas, levantando el polvo, arrastrando las piedras, empujando peligrosamente ladera abajo grandes rocas. La expedición se empecinaba por el camino: cada hombre avanzaba como podía , con la cabeza gacha, los ojos medio ciegos y las orejas heladas, mientras los perros se detenían, aullaban y , sin encontrar otro refugio, volvían corriendo junto a sus amos. Hasta que un derrumbe los dispersó.
El viento se había calmado y Copahue, herido por los proyectiles, ahora caminaba solo, buscando orientarse en la semioscuridad del crepúsculo. De pronto vio en una altura un resplandor aislado, la curva de un toldo iluminado por el fuego. Hasta allí subió Copahue con dificultad, pero sus penurias parecieron esfumarse en cuanto levantó el cuero de la entrada. Sentada sobre las pantorrillas ante la hoguera, una mujer hermosa lo miraba entrar. Sin sorprenderse, le dijo :
-Podés entrar, Copahue, yo soy Pirepillán.
Pirepillán curó al cacique, le convidó miel de shiumén y después, mientras Copahue terminaba su muschay, le vaticinó:
- Antes de que te vayas, quiero decirte algo: sin duda llegarás a ser el más poderoso de los mapuches, pero eso mismo te costará la vida.- Entonces Pirepillán levantó el cuero y Copahue se fue, confundido, pensando en la gloria que llegaría, sin saber que se había enamorado de la hija de la montaña, el hada de la nieve.
Poco tiempo después Copahue fue, efectivamente, el cacique más rico y poderoso. Los negocios y las guerras lo hicieron señor de todos los mapuches, desde el Domuyo al Lanín. Cuando entraba en los valles al frente de su ejército, todo coraje y decisión, había muchos que lo creían invencible, y se pasaban de su lado.
Pero Copahue, sobre todo después de las batallas, extrañaba a Pirepillán , que no era como ninguna de las mujeres que había querido. Y su recuerdo estaba siempre allí, ............
....Un día oyó contar a un mapuche del norte que el hada de la nieve estaba presa en la cumbre del volcán Domuyo, se decía que un tigre feroz y un monstruoso cóndor de dos cabezas no dejaban que nadie se le acercara..........con todo el estusiasmo que da el amor, se apuró a preparar la expedición......Todos los machis desaprobaron la empresa y le dieron sus razones a Copahue: indudablemente todo era obra de un hechizo , y para vencerlo era necesario un talismán especial, más valioso que el oro, más fuerte que el poder. ......
Copahue se despidió de sus hombres al pie del Domuyo y comenzó a subir solo......Copahue estuvo a punto de abismarse muchas veces, arrastrado por un viento bramante, y aguantó los derrumbes aferrado como podía a las rocas cubiertas de hielo. Ya cerca de la cumbre pensó que la empresa era imposible , tenían razón sus consejeros, y por primera vez se sintió vencido, solo, desesperado.....Entonces rogó a Nguenechen ......no había terminado su oración cuando vio el soñado resplandor brotando de una grieta. ...No alcanzó a ver a Pirepillán porque un puma colorado, enorme y furioso, se le abalanzó. Pero Copahue era rápido, y de un golpe tremendo de su lanza mandó al animal montaña abajo. .....
-Por fin llegaste, Copahue- dijo Pirepillán tendiéndole la mano. Copahue le retuvo y se agachó para abrazarla, pero un cóndor arremetió contra ellos, tirando doblemente picotazas, clavándoles la mirada fría de sus cuatro ojos. Entonces Copahue levantó su pequeño cuchillo y de dos blandazos cercenó la cabeza del pájaro, que suavemente acarició las rocas con sus alas inertes y cayó muerto a sus pies.
Ahora sí se abrazaron Copahue y Pirepillán , y comenzaron a bajar juntos el volcán.
- Yo sé el camino - dijo Peirepillán, y guió a su salvador por una pendiente accesible, empedrada de oro.
Copahue no podía creer lo que veía:
-Era verdad !- gritaba- Es el famoso tesoro del Domuyo!- Y ya se agachaba a recoger las pepitas que iba pisando.
-No subiste hasta ac por el oro- dijo deteniéndolo, seria, Pirepillán -. El tesoro siempre fue de la montaña. Quién sabe lo que podría ocurrirnos? Vamos, ya estamos juntos, no precisamos más que eso .- Y Copahue se dejó llevar, dejando atrás el camino reluciente.
Copahue condujo a Pirepillán con su gente y vivieron muchos años como marido y mujer. Pero su pueblo nunca aceptó a la extranjera, nunca quiso a la hija de la montaña, la que había alejado al cacique de los suyos, la que se había llevado a Copahue más allá de la Cordillera del Viento y lo había devuelto sin deseos de gloria, sin ánimos de guerra.... Y cuando los de Chillimapu los derrotaron y mataron a Copahue en una batalla, el odio contra Pirepillán se desató.
Una noche la fueron a buscar hasta su toldo, siempre nimbado de esa luz inexplicable. Se la llevaron a los empujones y a los golpes, insultada, en medio del griterío y el humo de las hogueras, hasta el extremo del valle, allí donde comienza la ladera. Condenada a morir, mirando con horror las lanzas que pronto arremeterían contra ella, Pirepillán llamó con todas sus fuerzas al muerto que una vez la había salvado:
- Copaaaahueeeeee! copaaaaa hueeee!
El grito pareció enfurecer todavía más a los mapuches, que se apuraron a derribarla e hicieron brotar la sangre transparente del hada de la nieve. Y en el lugar de su muerte, al pie de la montaña, siguió corriendo para siempre su cuerpo deshecho en agua sanadora.