Junín de los Andes Historia y leyendas

Historia

Sus orígenes se remontan a la época pre-hispánica, cuando pueblos mapuches y tehuelches compartían estos inmensos espacios naturales, viviendo de los productos que les otorgaba la naturaleza y rindiendo tributo a la "mapu" (tierra) y a "Nguenechén" (Dios) por los dones que año tras año, recibían de su benevolencia.
Luego con el avance de las tropas militares, organizadas por el Gral. Julio A. Roca comenzaron a llegar los "huincas" (hombres blancos, en lengua mapuche), quienes, con la intención de extender la soberanía de la joven Nación Argentina, se enfrentaron en duros combates con los nativos.
En 1882, una avanzada del ejército arribó a Yconiyén (valle de los chacayales), también llamado Cum Cum Niyeu (lugar de reunión alrededor de un mojón), depresión en la que hoy se halla la ciudad de Junín de los Andes. Allí se alzó el primer fortín. Este primer avance dejó centenares de muertos en ambos bandos.
Una nueva expedición partió para este valle del Chimehuín en 1883 con la misión de sentar las bases para una población por expreso pedido del Cardenal Cagliero, quien estaba convencido que debía conquistarse al nativo a través del Evangelio.
Se dice que el lugar para levantar el fortín fue elegido por el Sgto. Mayor E. Vidal, quien estaba al mando de la unidad, por lo cual los habitantes de la ciudad lo consideran hoy su fundador.
Inicialmente el poblado se llamaría General Frías, pero acabó llamándose Junín de los Andes. Junín deriva del vocablo aymará "hunins", que significa "pastizal".
Durante los primeros años, fue más un puesto militar que un poblado, pero un nuevo capítulo se abrió con la llegada de los curas salecianos Domingo Milanesio y Juan Ruggerone, en 1892, quienes visitaron la zona en calidad de misioneros. El padre Milanesio se instaló definitivamente en 1895 y fundó la casa saleciana, con dos colegios para atender a los niños nativos, proporcionándoles alimento, educación y evangelización.
Con el tiempo, fueron afincándose los primeros pobladores, que transformaron esa "pampa" en un pujante centro ganadero del Neuquén. De hecho, la Sociedad Rural de Junín de los Andes organiza, cada año, una exposición ganadera que tiene lugar hacia fines de enero, habiendo sido fundada en 1933.
Dentro de la historia de Junín de los Andes, tiene gran inportancia la cercanía del Volcán Lanín, respetado y temido por los nativos. Los primeros de quienes se conoce con certeza que han ascendido fueron los Sres. Laroute y Howart, en 1933. Otro antiguo poblador que ha ascendido el volcán en reiteradas oportunidades y por lo cual ha sido homenajeado con la distinción de ciudadano ilustre y a quien una pobladora ha dedicado un libro, es Don Vidal Pérez, quen, actualmente a sus 82 años de edad puede describir con absoluta certeza cada una de sus escaladas.
En 1945 la localidad fue declarada por Decreto Nacional, Municipalidad de Junín de los Andes, junto con otras dos ciudades neuquinas: San Martín de los Andes y Cutral-Có. Es la primera fundación registrada en territorio neuquino, esto quiere decir que se trata de la localidad más antigua del Neuquén.
Hoy día, gentes de todas las razas y religiones pueblan la zona, atraídas por las bellezas del lugar, sus recursos poco explotados y la calidad de vida que les asegura paz y bienestar.

Leyendas

El cuero de Media Luna
Luciano Huenufil, Aucapán, 1987
Del libro Relatos y romanceadas mapuches, compilación e introducción de César Fernández.

El cuero aparece en los pozones, en el lago o en una laguna. Hay todavía. Lo envuelve a uno y lo lleva abajo del agua. El que sabe cómo defenderse saca el cuchillo y lo ensarta.
Lafquén Trilque es en lengua.
Levanta como un ruido, como una tormenta de viento cuando pasa.
En Media Luna ocurrió un caso. Fue hace mucho tiempo, más de veinte años. Estaba una mujer lavando en la costa de un arroyo y había hecho un fuego donde tenía la olla. Por ahí sintió un viento muy fuerte, que arrancó de repente. Llevaba todo, pasó por encima del fuego, y no dejó nada, ni palos, ni brasa, nada. También la ropa llevó.
Alcanzó a disparar la mujer. Ella lo contó.
Era un cuero de vaca que levantaba el viento y que arrasaba con todo.

Lafquen Trilque: ser mítico que adquiere diferentes formas y denominaciones como palo vivo, cuero vivo.

Leyenda del Lanín
Hace muchos años, vivía en la cumbre del Lanín, Pillán, el dios del mal, aunque justo y defensor de la naturaleza.
Un día, mocetones de la tribu de Huanquimil, persiguiendo huemules, de cuya carne se alimentan, y se abrigan con su piel, llegaron, sin darse cuenta, (porque sabían que ahí estaba vigilando Pillán), a una gran altura. Entonces Pillán, como dueño de la montaña, desencadenó una tormenta y el volcán empezó a arrojar lava, humo, llamas ardientes y cenizas que provocaron el terror de la población.
Consultado el bujo de la tribu, sin cuya opinión los indígenas no resolvían nada, la respuesta vino después de algunos días de meditación en el hueco de una montaña. Para aplacarlas iras de Pillán era necesario sacrificar a Huilefún, la hija menor del cacique, bella y entrañablemente querida por la tribu, y arrojar sus restos en la hoguera del volcán. El cacique no tuvo más remedio que aceptar el terrible fallo. El portador de la princesa sería el muchacho más joven y más valiente de la tribu, Quechuán, a quien el brujo dio las explicaciones del caso.
Al cumplir con aquel mandato, Quechuán cargó a la muchacha en sus hombros y la llevó hasta el lugar de la montaña donde con más fuerza soplaban los vientos de Pillán, sin una sola queja de la princesa cuando fue abandonada en aquella soledad.
Inmediatamente vio acercarse en vuelo majestuoso, un cóndor cuyos ojos refulgían con llamaradas de fuego. Tomó a la joven con sus garras y elevándose con ella la arrojó al mismo cráter huracanado y frío del sur.
Densos nubarrones ocultaron el cielo y una espesa nevada cubrió la hoguera. El holocausto de Huilefún pareció calmar para siempre las iras de Pillán. Desde entonces el Lanín es un volcán apagado, con sus fuegos sin duda ocultos debajo de la cúpula blanca, al vez como la ven sorprendidos los viajeros que van en busca de emociones y se encuentran bruscamente con su impresionante panorama.
Pillán mismo, a pesar de ser la divinidad del mal, quiso castigar así a los cazadores de la tribu abajeña que en su locura por matar y ciegos de ira por la vivacidad de su organismo invadieron los dominios donde estaba prohibida la caza del huemul.

Por qué el Michay tiene flores rojas y amarillas
Texto recopilado por Berta Koessler-Ilg, sin mención de narrador ni de fecha.
Del libro Relatos y romanceadas mapuches, compilación e introducción de César Fernández.

El michay antes tenía flores blancas hasta que ocurrió la historia que voy a contar.
Cuando los pieles blancas atravesaron el gran lago, para dominar a los reche, a los verdaderos dueños de la tierra, mandó Füta Chao – el Señor y Rey del Cielo, de la Tierra y de los Hombres – a su hijo muy querido, para vigilar y poner a prueba a los blancos, y también para proteger a los mapuches de la ambición y crueldad de aquéllos.
Cierta vez pasaba por el bosque de collimamüll, que ahora los huincas llaman arrayán, cuando de repente apareció a su lado una víbora caminando. Caminaba parada igual que los hombres, porque su creador –el ceñudo Huecufü- quería que se asemejara a ellos. Como se le apareció de repente, sin ruido, al lado del hijo que el Padre Celestial había mandado, aquél se asustó muchísimo; tanto que enfureció. Tomó una rama de michay que estaba cubierta de flores, pero también de espinas, y le pegó a la víbora diciendo:
-¡ Tomá, tomá más todavía, por asustarme!
Así fue como las flores se tiñeron de rojo con la sangre de la víbora y de amarillo con su veneno, como se las ve hasta el día de hoy. Al mismo tiempo le aplastó la cabeza con su pie cubierto con tsumel, la así llamada bota de potro, hecha con la piel de la pata de este animal. La cabeza quedó achatada, formando un triángulo para siempre.
La víbora odia desde entonces a los caballos y trata de morderlos en los garrones, porque cree que fueron ellos quienes la atacaron. Como al mismo tiempo le quebraron el espinazo, no puede ya caminar parada y tiene que arrastrarse penosamente y porque quiere mostrar su odio por el doloroso castigo, siempre levanta la cabeza triangular, mostrando al morder su lengua partida por el pisotón.
El arbusto michay tiene, así las flores rojo-amarillentas y sus frutillas son oscuras como la sangre cuajada. La filú con agrado se enrosca bajo el michay para sorprender y morder a la gente que busca la fruta. Aún hoy muestra en su piel los rastros de las espinas puntiagudas que la hicieron sangrar. Acaso trata de encontrar los párpados para sus desnudos ojos y por eso su mirada es, para los zapatos causantes de su desdicha.

Reche: Mapuche puro. De re, sin mezcla, puro , y che, persona, gente.
Füta Chao: Una de las denominaciones dadas al Dios mapuche Nguenechén. De futa, grande o viejo, y chao, padre.
Collimamül: Arrayán. Literalmente ¨palo colorado¨ ( de colli, colorado y mamül, palo)
Huecufü: Diablo. Espíritu maligno.
Tsumel: bota de potro.

La leyenda del Auca Pan

Ese es el Cerro Auca Pan: significa puma bravío. Pan,
apócope de pangui (puma) y aucá (bravío).
Allí está como una esfinge mirando hacia el Oeste, hacia el Lanín. Sus patazas están como apoyadas sobre esos morros vecinos; su garra derecha aprieta al Cerro Chico como si fuera una presa.
¿Cuándo subió allá ese puma ? Hace muchos años. Casi no se tiene memoria. Fue después de un Parlamento que tuvieron el Caicai, dueño de las aguas y el Tren Tren, dueño de los cerros. Todo terminó en un desafío mortal.
Caicai desató un diluvio que anegó toda la zona, desde el Santa Julia hasta Pilo Lil. Todos los animales y los pájaros iban pereciendo. Era una lucha sin cuartel para defender la propia vida.
Los cerros quedaron cubiertos. Sólo se distinguía uno que, a medida que subían las aguas, iba creciendo más y más. Era el Cerro sagrado del Trentrén que ofrecía la salvación .
Zorros, liebres, hurones, nutrias, mulitas, gatos-montes, guanacos, ciervos jabalíes y un puma que andaba alzado, se hicieron a la conquista del Cerro salvador.
Allá fueron trepando. El agua seguía brotando como fuente y seguía creciendo y los zorros, las liebres, los hurones y las nutrias, los gatos, los guanacos y los ciervos, fueron perdiendo terreno, porque sus fuerzas se agotaban y porque el puma con sus garras y el jabalí con sus dentelladas los obligaba a desertar.
El dominio de la cima iba a jugarse a cara o cruz en un sangriento duelo: garra contra dientes, fauces contra dentelladas, fuerza contra velocidad.
Los zarpazos del puma terminaron con el jabalí: su cuerpo mezclado con otros tantos despojos comenzó a bambolearse sobre la línea del agua que se iba como durmiendo.
Caicai hizó la bandera de la victoria y trazó sobre el cielo el signo heptadigital del arco iris.
Tretren irguió la cabeza del cerro un poco más, y le puso como aureola una nube negra como un cintillo de duelo.
El puma estaba exhausto. Vencedor agotado por el esfuerzo de la refriega se echó para dejarse morir. Acomodó su cuerpo, estiró las patazas y se quedó para siempre.
Una nevada lo amortajó al atardecer. Luego en el cielo se encendieron los cirios velatorios de unas estrellas. Dos cuervos que volaron desde la cordillera graznaron lúgubremente un réquiem.
Nadie inhumó al puma bravío. El tiempo lo eternizó en piedra.
Algunos afirman que su cabezota se enrojece en las tardes de otoño y comentan que es una herida que en la última pelea le hiciera el jabalí con una dentellada.
Pero allí está para siempre: allí en el Cerro Auca Pan.

El zorro, el león y las abejas (cuento)
Felipe Rañinqueo, Aucapán, 1979.
Del libro Relatos y romanceadas mapuches, compilación e introducción de César Fernández.

El zorro se encontró con el león, que estaba encima de un tronco. Entonces el león le dice que le había quitado un ratón. Ahí fue el disgusto. Se enojó el zorro, porque él también tenía derecho a comer. Y le contestó el león:
-¡ Qué te enojás tanto ! Te voy a matar.
-No me diga eso. ¿ No me tiene lástima?
-¡ Qué te voy a tener lástima!
-¡ Qué te voy a tener lástima! Con una uña te raspo la panza.
-Entonces mañana temprano vamos a pelear – dijo el zorro.
-Aquí mismo nos vamos a encontrar.
-¿ Y qué arma vas a traer vos? - le dijo el zorro.
-Yo no preciso arma para usted – dijo el león -. Yo te voy a enseñar.
Entonces, al otro día, a la mañana bien tempranito, se juntaron allí mismo donde había un tronco grande.
-Ya está, cuando quiera empezamos – le dijo el león.
Entonces el zorro, que había traído un montón de abejas, lo hormigoneó al león. Lo corrió y le ganó.
En el tronco las había guardado para peler con el león.


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