Cerros volcánicos coronados por nieve todo el año y valles amplios con animales pastando constituyen el entorno a descubrir mientras se transita por la ruta con sus curvas y contracurvas.
Desde
Coyhaique, tomamos la ruta asfaltada hacia
Puerto Aysen con el ánimo de desviarnos nueve kilómetros más adelante hacia el norte por la Carretera Austral y encontrar así la Pampa del Ñirehuao. Unos kilómetros adelante de una gran pendiente, la Cuesta Alvarado, nos recibió una pequeña aldea llamada Villa Ortega en el sector conocido como Mano Negra. Fue fundada en 1967 y, tomando por un camino hacia el oeste, permite acceder al Salto Guadalupe y el nacimiento del río Emperador Guillermo. Un poco más adelante por la carretera, apareció un gran llano solo interrumpido de vez en cuando por rocas que sobresalen de la tierra en forma indiscriminada y que otorgan al lugar un aspecto peculiar. El área sufrió incendios intencionales por parte de los colonos que deseaban convertir los bosques de esa zona en campos de pastura para alimentar su ganado. Estábamos en presencia de la Pampa del Ñirehuao, situada donde originalmente hubo una barrera de morena glacial hacia el oeste. Nos quedamos contemplando esa extraña belleza natural desde un punto un poco más elevado y nos daba la idea de estar ante un desolado campo lunar que se proyectaba hasta donde la vista lo permitía. Una gran extensión de coirones, unas pequeñas lagunas donde reposaban avutardas, caiquenes y cisnes de cuello negro y el serpenteante río Ñirehuao forman un conjunto de imágenes inimaginables que le han valido también el nombre de Valle de la Luna. Mientras la pampa se extiende hacia la Argentina, el río Ñirehuao corre hacia el océano Pacífico. En su cauce abundan las truchas marrones que tanto apasionan a los pescadores deportivos. Ellos, de octubre a marzo de cada año, harán sus tiros de aproximación con caña de mosca y con los señuelos que correspondan en cada estación de acuerdo con los insectos que imperen en el espejo de agua. Se lo conoce como el “río de los saltamontes”, dado que esos insectos eligen la zona para vivir y constituyen un bocado muy especial para las truchas fario. Está a 70 kilómetros de Coyhaique y es el preferido para la pesca de vadeo en verano, cuando bajan las aguas y donde los salmones deben ser devueltos tras su captura. El río está acompañado en sus orillas de vegetación de estepa y arbustos bajos y en su lecho descansan grandes troncos de árboles que sufrieron el embate de los vientos imperantes. Desde la costa, esos enormes seres naturales parecen tomar vida con el vaivén del agua que pareciera agigantar su aspecto. De regreso hacia Coyhaique, el trayecto se repite pero no parece ser el mismo. La luz del atardecer y las montañas del otro lado de la ventanilla del auto nos muestran un nuevo paisaje, tan encantador como el de ida.