Algunas estancias ofrecen la posibilidad de alojarse en las cercanías del lago y así poder desarrollar la actividad de pesca deportiva en un apreciado espejo de agua.
Decididos a tentar suerte con la pesca en el lago Strobel, cargamos todo lo necesario en nuestra camioneta, incluyendo el combustible, y bien temprano a la mañana iniciamos la travesía desde
Gobernador Gregores. La meseta patagónica nos mostró los colores marrones de su terreno apenas provisto de algunas matas vegetales de poca altura. Poco antes de andar los primeros 60 kilómetros, el escenario cambió en forma abrupta y nos dejó ver el hermoso valle del río Chico. Allí, el paisaje ofrece un gran contraste de tonos verdes provenientes de frondosos árboles que acompañan la costa. Varios
campings ofrecen sus instalaciones para pernoctar y dedicarse a las caminatas o simplemente a descansar mientras las aguas del río bajan lentas hacia el Mar Argentino. Llegamos hasta el pueblo Las Horquetas para luego seguir hacia el sur y atravesar la Meseta del Viento, que esconde el lago Strobel. Nuestro vehículo de doble tracción nos permitió acceder a sus costas y, entre vados y corcoveos, finalmente encontramos el lugar adecuado para nuestra jornada de pesca. Situado en el centro de la provincia de Santa Cruz, el Strobel está rodeado por un terreno desértico al que acuden pocas personas, ya que se lo considera ventoso y frío durante todo el año. Lo espectacular es que las frías aguas que le llegan desde la cordillera le aportan las condiciones especiales para que se críen buenos ejemplares de truchas tanto en calidad como en tamaño y abundancia. El lago recibe las aguas del río Barrancoso, que nace cerca del cerro Dos Cuernos, algo más al sur. Caminamos por la costa de canto rodado con el afán de encontrar los mejores puntos para que la caña hiciera su trabajo lenta y pacientemente. Tuvimos ocasión de sacar un buen ejemplar de arcoiris, muy peleadora y que nos costó bastante esfuerzo, y con ello nos dimos por contentos. Encontramos un poblador que nos recomendó visitar el paraje Tamel Aike, ubicado en una zona en la que antaño era común desafiar el viento y trasladarse de un punto a otro llevando ganado. Observando las construcciones abandonadas que se encuentran al costado de la ruta, se toma conciencia de la prosperidad que existía en los campos santacruceños décadas atrás. La población rural se dedicaba a la cría de ganado ovina pero las grandes distancias a los centros donde se comercializaba el producto hizo que decayera el negocio. Fue también el fin de los puestos y hoteles de campo del camino que hicieran silencio años atrás. Historias como estas últimas se tejen unas con otras a lo largo de la árida Patagonia que tiene a la ruta nacional 40 como columna vertebral. Mientras, nosotros desandamos nuestro camino orgullosos de la pieza obtenida.