Como parte del recorrido por este pueblo de maravillosa armonía natural, realizamos un paseo clásico que nos hizo sentir el viento en la cara.
Recorriendo la avenida 11 de Julio de
Los Antiguos, encontramos el acceso al mirador Uendeunk, desde el cual se aprecia la villa en toda su extensión; también se ven sus zonas aledañas pobladas de chacras productoras de frutas finas y los grandes árboles que las protegen. Trepamos por una amplia escalinata que vence los 70 metros de altura de un pequeño cerro en medio del pueblo. Desde lo alto y una vez repuestos del esfuerzo, tuvimos una vista que superó con creces lo que imaginábamos. Lo más destacado fue observar la extensión del lago Buenos Aires y un oleaje persistente que llegaba a la orilla con ímpetu. Unos pocos pescadores deambulaban lentamente en sus lanchas en busca de un buen pique.
Nos llevamos una agradable impresión de este valle fértil que, gracias a un microclima especial, brinda la posibilidad de buenas cosechas de fruta fina. Es por eso que la zona de chacras es extensa y está dividida en una cuadricula verde, con acequias, prolija y con mucho sol. Nos comentaron que en ciertas épocas del año, las flores de las cerezas y los cultivos de tulipanes maravillan con su colorido. El nombre del mirador Uendeunk proviene de un vocablo de origen tehuelche que designa a un “espíritu bueno” que acompaña a los niños recién nacidos. En homenaje a los pobladores originarios, un enorme monumento de un indio rescata su idiosincrasia y ofrece su mirada al horizonte. A lo lejos, las montañas se recortan en el horizonte; dan protección a la población y cierran una vista panorámica de gran fuerza paisajística. El mirador Uendeunk es orgullo de los antigüénses; fueron ellos quienes le impusieron dicho nombre.