Es importante saber que se trata de un recorrido exigente y que el primer tramo se puede realizar con un vehículo, para luego iniciar el trekking entre bosques y aromas inolvidables.
Para alcanzar el cerro Zeballos, se debe transitar el camino más alto de la provincia de Santa Cruz. Su trayecto y los puntos panorámicos a los que se accede bien valen el esfuerzo. Luego de asegurarnos de que todo lo necesario estaba cargado en la camioneta 4 x 4 de nuestro guía, nos dispusimos a partir. Kilómetro tras kilómetro nos fue sorprendiendo el cambio del paisaje; dejamos atrás la estepa, el lago Buenos Aires con sus miradores y el río Jeinemeni. De a poco, nos fuimos internando por un camino de cornisa en campos privados, abriendo y cerrando tranqueras a nuestro paso. A lo lejos se recortaban las montañas que nos separaban de Chile, cuyas toscas se veían erosionadas por los fuertes vientos. El colorido de las rocas muestra la actividad volcánica de miles de años atrás. Al llegar al kilómetro 30, dejamos el vehículo, tomamos nuestras mochilas, revisamos todas las correas y elementos propios y del grupo y nos dieron la voz de iniciar la caminata. A nuestros pies, el profundo cajón del río Jeinemeni, con paredes turquesa y rojizas que enmarcan las aguas del río. Cada paso, cada paisaje, cada punto importante tuvo un comentario de nuestro guía para que fuéramos conociéndolos. El cerro Zeballos es inconfundible, tiene 2.748 metros de altura y se admira desde muy lejos, como un faro en la inmensa montaña al que hay que acceder por propio esfuerzo. Su nombre es un homenaje al fundador del Instituto Geográfico Argentino: Estanislao Zeballos. Recorrimos los aromas de los faldeos de los bosques andino patagónicos, siempre ascendiendo en altura entre ñires y lengas que nos protegieron del fuerte sol del mediodía. En el camino, una extraña formación llamó nuestra atención y desviamos nuestra ruta para acercarnos. La información fue la siguiente: “Según nos comentó un conocido geólogo, se trata de un dique basáltico erosionado hace unos 65 millones de años, cuando se formó la cordillera y el área era una caldera volcánica”. Hicimos noche en un espléndido lugar reparado de los vientos. Cena, fogón, cantos y mucho cansancio nos prepararon para un buen descanso dentro de las carpas hasta la mañana siguiente. El inicio del día no fue propicio para llevar adelante lo que quedaba de nuestra expedición por algunos inconvenientes del clima, algo típico del Sur. Guardamos las sensaciones del día anterior: internarse en la montaña, vivir al amparo de ese cielo infinito que cubre la Patagonia y desafiar las propias fuerzas nos empujaron a imaginar un próximo viaje para realizar un nuevo intento.