Tan colosales como únicas, las Torres del Paine se erigen en el sur de la Patagonia chilena con ánimos de soberbia por sobre el paisaje que las circunda.
Nuestra base fue la ciudad de Puerto Natales, ubicada a 150 kilómetros del Parque Nacional Torres del Paine. Desde Argentina, ingresamos al vecino país por el paso Dorotea, ubicado en la ciudad carbonífera de Río Turbio. Luego de escasos 10 kilómetros, nos encontramos con la ciudad trasandina. Puerto Natales es la capital de la provincia Última Esperanza. Ubicada a nivel del mar, a la vera del canal Señoret y frente a la cordillera de los Andes patagónicos, es una ciudad con una notada influencia inglesa en su arquitectura, en sus comercios y en algunas de sus costumbres. Cuenta con una buena infraestructura turística, capaz de albergar a un considerable número de visitantes que disfrutan de sus cafés, restaurantes, casino, establecimientos comerciales e importantes agencias de viajes que ofrecen programas imperdibles en la región.
Sus alrededores están dominados por estancias centenarias que se dedican a la cría de ganado, el cultivo en forma orgánica y, en los últimos tiempos, al turismo.
Rumbo a las montañas
Las excursiones al Parque Nacional Torres del Paine suelen comenzar muy temprano. De esta manera, se aprovecha el mayor tiempo de luz solar posible. En nuestra visita comenzamos con el “super
trekking a la base de las Torres”. La ruta 9 fue la encargada de llevarnos hasta la puerta del parque, ubicada frente a la laguna Amarga. Transitamos por un camino de asfalto que luego se transformó en ripio consolidado. Disminuir la velocidad y contemplar las panorámicas que se presentan en el camino es una buena receta. De esta manera uno se va “desenchufando” de las costumbres citadinas y llega al destino sin ningún riesgo... sin problemas. Las Torres del Paine forman parte de las once unidades del sistema nacional de Áreas Silvestres Protegidas de la duodécima región de Chile, constituido por cinco parques nacionales, tres reservas y tres monumentos naturales, que en su totalidad alcanzan una superficie aproximada de 6.728.744 has. Creado en el año 1959, fue declarado Reserva de la Biosfera por la UNESCO el 28 de abril de1978, con una superficie de 242.000 has. La variedad de especies vegetales y animales, unida a los atractivos escenarios con su agreste geografía, convierten la zona en un sitio ideal para la práctica de deportes de aventura y para la contemplación. Para recorrer el parque, hay varios senderos habilitados que llevan al visitante por los lugares más bellos del lugar. Los circuitos más conocidos son la “W”, que tiene un tiempo mínimo de 4 días de duración y que recorre un total de 76 kilómetros, y el Macizo Paine, de 7 días de duración, con un total de 93 kilómetros.
Hora de caminar
La falta de tiempo nos llevó directamente a uno de los lugares más emblemáticos y maravillosos del parque: las torres propiamente dichas. Para llegar hasta allí, nos dirigimos hasta la Hostería las Torres – ubicada dentro del área protegida – donde ordenamos el equipo para comenzar la caminata. Cabe destacar que el parque nacional cuenta en su interior con distintos complejos que brindan alojamiento y gastronomía de primer nivel. Además de la hostería nombrada, se encuentran las hosterías Pehoe, del Lago Grey, del Monte Balmaceda, la posada del Río Serrano, el exclusivísimo Hotel Explora y un sinnúmero de refugios y
campings que ofrecen
box-lunch y cálidos y confortables
dormis, ideales para hacer un alto en la jornada y disfrutar de un merecido descanso. Comenzamos el
trekking con la esperanza de encontrar gran parte de la fauna que vive en el sector. Entre los mamíferos, se destaca la presencia de pumas, zorros, guanacos y huemules; entre las aves más atractivas, se pueden observar cóndores, ñandúes, cisnes de cuello negro y flamencos. Los microclimas existentes en el parque generan una interesante y variada diversidad vegetal compuesta en su mayoría por matorrales pre-andinos, bosque magallánico, estepa patagónica y desierto andino. Al caminar, es importante encontrar el ritmo de paso e intentar mantenerlo. Como íbamos con un grupo de turistas que realizaban la misma ascensión, nos acoplamos al ritmo del más lento. A medida que ganábamos altura, nos fuimos adaptando a los distintos cambios climáticos que se presentaban. La cercanía del Campo de Hielo Sur y del océano Pacífico hace que se pueda tener cambios meteorológicos en escasas horas. El secreto en la Patagonia es vestirse en capas para obtener el máximo confort al mínimo peso. Para ello, es importante utilizar ropa resistente al viento y que seque rápido, por lo que es mejor no utilizar algodón. La pendiente se hizo cada vez más pronunciada. En el transcurso del
trekking, tuvimos la suerte de observar a un cóndor planear. Por un instante sentí el brillo de sus ojos. Con mirada fría y penetrante nos sobrevoló por un momento, para luego darse a la fuga. Tras recorrer cuatro kilómetros aproximadamente, atravesamos el “Paso de los vientos” y comenzamos a bordear el río Ascencio, llamado así por ser el escondite de un reconocido cuatrero de igual apellido, fugitivo de la ley durante años en la década del 30. El parque posee innumerables ríos, lagunas y lagos que deben su formación a deshielos de glaciares que lo componen. Los más importantes son el Pingo, Paine, Serrano y Grey, que originan espectaculares saltos de agua. Cuando se camina o se realiza una ascensión, es muy importante beber agua antes de tener sed, de esta manera se disminuye el riesgo a deshidratarse. Pude apreciar cómo la Torre Sur, de 2850 metros, se asomaba entre el paisaje montañoso. La ansiedad de llegar y observar todo el escenario aumentaron, renovando las ganas de continuar con la marcha. Tras dos horas y media de caminata, llegamos al refugio y camping El Chileno. Nos detuvimos a descansar. Aprovechamos el momento para comer el
box-lunch compuesto por alimentos ricos en proteínas, glucosa y aminoácidos. Antes de que el cuerpo se enfríe completamente, reanudamos el
trekking. Nos quedaba la parte mas difícil de la ascensión. Siguieron intensas subidas y abruptas bajadas. Un denso bosque de lengas nos cobijó por unos instantes. Atravesamos arroyos por puentes colgantes y surcos de agua de montaña. Dejamos atrás el Campamento Torres, donde se encuentra uno de los guardaparques que cuida la región, y comenzamos a subir por una morena de piedras hasta la base misma de las torres.
Un coloso de granito y hielo
Rápidamente nos olvidamos de las torceduras, los calambres y el agotamiento. La postal desplegada ante nuestros ojos justificaba de sobra el esfuerzo realizado. En silencio contemplamos las Torres del Paine, el cerro Nido de Cóndor y la laguna que conforma el ventisquero Torres. En esta región, las capas superiores de la corteza terrestre se levantaron hace doce millones de años con descomunal fuerza para elevar hacia el cielo las cumbres de roca y hielo de las Torres del Paine. La erosión y el tiempo se encargaron de esculpir y dar forma a estos monolitos de más de 2000 metros de altura. Agradecimos a la montaña por dejarnos llegar, bajamos de la morena hasta la costa de la laguna y, entre suspiros y fascinación, dejamos que el tiempo pase. La imponente formación pétrea está compuesta por la Torre Sur de 2850 metros, la Torre Central de 2800 metros, la Torre Norte, de 2248 metros, y el Cerro Nido de Cóndor, de 2243 metros. Antes de regresar a Natales, mientras observaba perplejo las Torres, vino a mi mente la emotiva descripción que realizó el Padre Alberto De Agostini en su libro “Paisajes Magallánicos”, que leí antes de visitar el parque: “El macizo del Paine adquiere tan misteriosa majestad y belleza que fascina poderosamente el espíritu. Los tonos azules y violetas de sus quebradas contrastan vivamente con el rosado y bermejo de sus torres y pirámides atrevidamente lanzadas hacia el azul del cielo.” Y lo mejor de todo es que era verdad.