A la mañana temprano y durante el atardecer son los mejores momentos para cabalgar por los verdes bosques que rodean la población.
Entusiasmados con la idea de recorrer la orilla del río Tigre, nos pareció que hacerlo en la grupa de un caballo tenía una magia especial. Las cabalgatas cordilleranas se caracterizan por aunar el placer de montar un animal seguro en el andar por las piedras y la montaña con el gusto de disfrutar del entorno. En Alto Palena las cabalgatas en familia son elegidas para conocer un poco más los interiores boscosos de la zona.
Marcando rumbo
La excursión comenzó en las afueras del pueblo, bordeando el río Palena hacia el sector El Azul, donde encontramos y saludamos a Elvio. Sus caballos Chilenito, Malacara, Ñaco y otros esperaban, mansos y resignados, debajo de unos árboles. Elvio eligió uno para cada uno y, tan lento como llegamos, emprendimos la marcha como para ir conociéndonos.
En cada salida son ellos los que dirigen la maniobra, a pesar de que nosotros tenemos las riendas. Conocen palmo a palmo las imperfecciones del terreno y si el jinete no está acostumbrado a vadear un río, a pasar por debajo de los árboles o a dejar atrás una enorme piedra, los caballos se percatan de su impericia. Casi al paso y durante una hora y media, fuimos adentrándonos en una zona boscosa, agreste, por una senda donde los autos no transitan. Bosques de radales, de coihues y algunos arrayanes acompañaron nuestro paseo por el borde del río Tigre. Mientras avanzamos, vimos algunas fantásticas playas de arena. Otras, de piedra blanquísima, que a lo largo de muchos inviernos y sus nevadas fueron cambiando su color original. Lugares donde la naturaleza manda por su magnificencia y nosotros la respetamos, dejándola intacta para que el que venga atrás la encuentre igual. Cuando preguntamos el porqué del nombre del río, Elvio contestó que el Tigre suele presentarse rugiente en alguna parte de su recorrido, pero que también tiene lugares con remansos donde se puede pescar o bañarse.
A bajarse y caminar
Unas enormes piedras nos obligaron a descender de la cabalgadura y llevar de la rienda nuestros caballos. Luego de un largo rato sin ver otros seres humanos, encontramos un grupo de jóvenes que había llegado a esas playas de la misma forma que nosotros: a caballo. Con guitarras y la alegría propia de sus pocos años, dieron una nota distinta al recorrido. Luego, sólo la presencia de un poblador aserrando madera seca, a quien Elvio saludó con la punta de su rebenque cerca del ala de su sombrero de cuero. Cuando nos anticipó que estábamos llegando a destino, todos nos preguntamos si ya había pasado una hora y media. Habíamos perdido la noción del tiempo y dejado atrás los apuros que traíamos de nuestra ciudad de origen. Así, cuando llegamos a la unión de los ríos Tigre, Palena y el Moro, nos despedimos de nuestros ocasionales compañeros y de nuestras cabalgaduras para iniciar otra aventura sobre las aguas caudalosas del Palena. Ellos, los caballos, quedaron allí, debajo de los árboles más próximos, a la espera de nuevos jinetes que los hicieran transitar por esos caminos tan conocidos y apreciados.