Visitamos los campos de la estancia San Lorenzo que llegan hasta la costa del mar y albergan una importante colonia de pingüinos de Magallanes.
Temprano por la mañana me pasó a buscar Víctor, a cargo del manejo ambiental de los emprendimientos privados de Estancia San Lorenzo y Faro Punta Delgada. Teníamos planeado conocer la colonia de pingüinos de Magallanes que se encuentra dentro del predio de la estancia y después nos acercaríamos hasta el hotel de Punta Delgada para visitar el apostadero de elefantes marinos. En el camino, Víctor me comentó que San Lorenzo, elegida área protegida modelo, pertenecía a la familia Machinea, la cual se instaló en Península Valdés en 1906. Todo el campo posee una superficie de 5.134 hectáreas, con 4.600 metros de costa sobre las aguas del golfo San Matías. Sus inicios se ligaron a la explotación ganadera y, años después, se orientó a la caza de lobos marinos. En los años 1918 y 1960 la caza y explotación de lobos marinos de un pelo fue la principal actividad de la zona. Su grasa era aprovechada para la producción de aceite de uso industrial y el cuero para marroquinería. Finalizada esta etapa, el campo se dedicó exclusivamente a la producción ovina.
Pero luego, para revertir la situación de la crisis del mercado ovino, la estancia volvió a aprovechar el potencial de sus recursos naturales, esta vez orientados a la divulgación educativa y turística, al estudio científico y a la conservación.
El lugar elegido por los pingüinos
Al llegar, nos dirigimos directamente a conocer la pingüinera. Orgullo de la estancia San Lorenzo, esta colonia es de reproducción y cuenta con un promedio de 200.000 ejemplares aproximadamente. Como en todas las temporadas, los pingüinos comenzaron a llegar en agosto y se retirarán en marzo. En este lugar cumplirán gran parte de su ciclo vital: los machos formarán el nido y buscarán pareja, luego se pondrán los huevos y, al momento de nuestra visita, se turnaban para empollar sus huevos hasta que nazcan los pichones. Ambos padres se encargan de la alimentación de las crías, las cuales formarán después guarderías y cambiarán las plumas hasta que ya estén listas para internarse en el mar. Recorrimos el sendero trazado sobre una de las áreas de la colonia, poblada a un lado y a otro por nidos que llegan hasta los 1.200 metros de distancia del mar. Los pingüinos, habituados a la presencia humana, no se incomodaban al vernos pasar. El investigador del Centro Nacional Patagónico (CENPAT), Alejandro Scolaro, fue pionero en estudiar esta colonia que habría comenzado a formarse en la década del 70. Cuando nos acercamos a la playa, pudimos divisar un pequeño grupo cerca del agua. Según los estudios realizados en San Lorenzo, estos pingüinos se alimentan principalmente de anchoítas y, luego del período de reproducción, pescan también calamaretes. Muy cerca sobrevolaban algunos petreles y gaviotas, dos de los principales predadores de los huevos y las crías de pingüino. Al desandar el camino, Víctor me indicó el sector donde se encuentran los restos de las calderas que eran utilizadas por los loberos para extraer la grasa de los lobos marinos cazados. En un mismo lugar se puede entender el pasado y el presente de un emprendimiento patagónico que sigue creciendo a través de sus recursos naturales.