Basta recorrerla y escuchar a sus residentes para saber que Río Grande es una ciudad con un fuerte impulso para crecer.
La ruta nacional 3 nos conducía directo a
Río Grande, la segunda ciudad más relevante de Tierra del Fuego. El camino se trazó a la par del viejo puente para cruzar el río y desemboca en la Av. Santa Fe, donde se encuentra el Paseo de la Ciudad y el paseo Crucero Gral. Belgrano. Llegar al atardecer y ver cómo el cielo se torna rosado sobre la costanera marítima es una de las mejores presentaciones de la ciudad. Empezamos a recorrerla y a tener las primeras impresiones de su vida urbana. Antes de ingresar al
boulevard, nos detuvimos en el monumento a las Islas Malvinas y en el de Aviación Naval. Atrás, las banderas todavía flameaban frente al mar. Cada año, los días 2 de abril los residentes se reúnen alrededor de estos espacios públicos con el fin de rendirles homenaje a los caídos en la guerra de Malvinas.
Doblamos por Av. Belgrano para dirigirnos al museo municipal Virginia Choquintel, que protege la historia de esta localidad desde que era habitada por los selk’nam. El recorrido no deja librado ningún momento importante de la vida de Río Grande. Después de haber completado la visita, volvimos en dirección a la costanera hasta la calle Ameghino, donde funciona la casa cultural del pueblo indígena “Rafaela Ishton”. Luego, aunque se hacía un poco tarde, quisimos contemplar la misión salesiana y a lo lejos el cabo Santo Domingo, un excelente mirador desde el que se puede observar la fantástica variedad de aves que sobrevuelan estas costas.
Volvimos a atravesar la costanera, esta vez para acercarnos al antiguo frigorífico que hoy se encuentra abandonado pero que en su época fue el principal motor de crecimiento regional. Los últimos resplandores del día no nos dejaban quitar la vista del mar Argentino. Sin dudas, Río Grande tiene mucho que mostrar, más allá de sus legendarias estancias, de sus cursos de agua abundantes en magníficas truchas y de sus interesantes alrededores.