El placer de vivir unos días de campo en una clásica e histórica estancia ganadera en el valle de Río Grande.
Salimos temprano por la ruta nacional 3 hacia el centro de la isla. Nos dirigíamos a la estancia Despedida, que se encuentra entre el límite con Chile y la ciudad de
Río Grande, donde nos esperaba su actual dueña, Vivina de Larminat. Llovía un poco y para no equivocar el desvío, nos detuvimos en la policía caminera (a 14 kilómetros del centro urbano), donde nos señalaron a pocos metros la salida a la ruta complementaria B. En el ingreso un cartel indicaba “Estancia José Menéndez”. Por el 1900 todas estas tierras pertenecían a la familia Menéndez que, venida de Punta Arenas, inauguraba junto a otros pioneros una nueva etapa en Tierra del Fuego y en gran parte de la Patagonia: la era de las grandes estancias y la producción ovina. A pocos kilómetros ya se veía el casco bordó de la José Menéndez y el galpón de esquila con centenares de ovejas en los corrales mirando mansas hacia la ruta.
El camino atravesaba la estepa tapizada de coirones que cada tanto mostraba alguna manada de guanacos. Después de andar 40 kilómetros, lleguamos a la entrada de Despedida. La cabeza de carnero en el galpón de esquila, distintivo de la familia Menéndez, testimonia su origen. Cuando uno de los hijos de José Menendez viajó a Australia, su padre lo despidió en este sector, que pertenecía a la estancia Primera Argentina, y desde ese momento recibió su nombre actual. En 1979, la familia Caminos Braun Menéndez vende estas tierras a los Larminat, uno de ellos, Eduardo, el esposo de Vivina. Hoy, con 35 mil hectáreas que llegan hasta el límite con Chile en la cordillera, Despedida abandonó la producción lanar para dedicarse al ganado vacuno, además de abrir sus tranqueras al turismo rural y a la pesca deportiva.
Con aires de familia
Vivina nos recibió en Posada Guanaco, la antigua casa de empleados que fue reacondicionada con esmero hasta convertirse en una hermosa casona para recibir a los viajeros, donde no faltan los recuerdos de la vieja estancia ni todas las comodidades para que uno se sienta como en casa. Junto a María Laura, chef y ama de llaves, compartimos un té y al calor del hogar charlamos sobre la vida de campo. Luego, nos invitó a recorrer el casco antes del almuerzo. Fuimos en 4x4 hasta el filo que protege la estancia de los vientos y regala una fantástica vista panorámica de todo el valle. Al bajar pasamos por el galpón de esquila, que conserva las características del edificio original construido en 1917, con una capacidad para albergar 2.500 ovejas. Volvimos a la posada, donde nos esperaban un pescador y el guía de pesca de la estancia para compartir la mesa. María Laura se lució con una deliciosa carne asada acompañada de verduras de la finca que Vivina cuida. La larga sobremesa precedió el paseo hasta el valle del río Menéndez. Sobre este caudaloso curso de agua, que es el mayor afluente del río Grande, la estancia tiene su coto de pesca. En este fascinante paisaje, los amantes de la pesca con mosca (con devolución) logran sacar truchas marrones y arco iris que rondan los 8 kilos pero que pueden alcanzar los 15, razón de sobra para que su lodge sea famoso en la región. Largo rato estuvimos recorriendo el paisaje, observando los guanacos que descansaban en las lomadas y las avutardas, entre otros pájaros que sobrevolaban el diáfano cielo de la tarde. María Laura nos volvió a recibir, esta vez con café y unas de sus delicias dulces con las que mima a los huéspedes. Nos despedimos de ella y de Vivina para volver a la ciudad. Contrariando su nombre, cuesta irse de esta estancia.