El catamarán se desliza suavemente por aguas cristalinas y se interna en rincones agrestes y muy bellos del parque nacional Lanín, mientras un guía describe su grandeza.
Puerto Canoa, en el lago Huechulafquen, es el punto de partida de una excursión lacustre deslumbrante a bordo de la motonave José Julián. Desde San Martín y Junín de los Andes se accede por un camino cambiante que cruza la estepa y finaliza en el bosque andino patagónico. El día se presentó con buena temperatura y soleado. Ya embarcados y ubicados en su confortable interior, Leonor, nuestra guía, nos hizo sentir privilegiados ya que navegaríamos por un área de reserva del parque nacional, casi intangible. Tan pronto salimos del puerto, ascendimos a la plataforma superior al aire libre, y toda la magnificencia del paisaje se ubicó a nuestro alrededor. Con el viento en la cara, la primera sorpresa fue admirar un primer plano del volcán Lanín. De forma cónica, con glaciares eternos, es el pico más alto de la región. Con proa hacia el sur, enfrentamos los cerros Cantala y Los Ángeles y la isla De los Chivos. Entre bosques muy abigarrados aparecieron algunas arboledas de álamos que marcan la presencia de algún poblador. La descomposición de los rayos del sol le ofrece al agua de este lago de origen glaciario una coloración verde, turquesa o azul, según el momento.
Para cruzar hacia el lago Epulafquen, lo hicimos por su angostura, un paso de poca profundidad donde pudimos ver el fondo rocoso, con algunas ramas caídas. Fueron apareciendo bahías y playas de pedregullo o arena volcánica junto a las laderas de los cerros con coihues muy altos que compiten entre sí para llegar hasta los rayos del sol. Pasamos junto a una vieja edificación y un muelle en desuso que alguna vez fue la seccional de guardaparques. Agradecimos un rico café con masas que nos sirvieron, sin dejar de registrar el entorno. Toda la información que Leonor nos fue proporcionando tuvo que ver con el medio ambiente, con la naturaleza y en especial con el origen y el porqué de los cambios surgidos en esta parte del planeta. Con sus palabras, nos fue preparando para lo que veríamos unos minutos después. La siguiente sorpresa fue enfrentar una formación boscosa enana, tipo bonsái natural, en la margen sur del Epulafquen. Constituye un proceso post volcánico de un suceso de hace 400 años: el Achen Niyeu despidió lava que descendió hasta la costa del lago quemando todo a su paso. En ese punto, la embarcación ingresó en una pequeña bahía hasta permanecer a un metro de la orilla. Observamos la roca negra y los troncos retorcidos de cipreses y coihues, más unas almohadillas verdes de musgo que son las primeras en la cadena de formadores del suelo. Leonor nos hizo reflexionar sobre lo que en el futuro se verá allí: un bosque tan alto como los demás. Cuando la embarcación dio la vuelta para regresar, vimos con más exactitud El Escorial, la formación negruzca y rocosa que dejó la lava a su paso. Leonor hizo referencia a la pesca y a las especies que se obtienen en estos lagos. También, a otro fenómeno relacionado con el vulcanismo: las termas de Lahuencó o Epulafquen, muy cerca del límite con Chile, a las que se accede por tierra solo en verano. Cada accidente geográfico tiene su significado, su historia o leyenda y su belleza particular que quedan impresos en cada uno para siempre. Antes de descender en el puerto, nuestra guía nos dejó una frase: “La naturaleza entretiene a los hombres vulgares, enseña a sus discípulos pero solo revela sus secretos a los sabios”. Es del libro Historias naturales de Jules Renard. Una despedida adecuada para una excursión que no olvidaremos.
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