A orillas del lago Fagnano, la sencilla tranquilidad de Tolhuin invita a contemplar los singulares paisajes del centro de la isla Grande.
Habíamos dejado atrás la cordillera después de transitar por el cautivador Paso Garibaldi, que con su sinuoso recorrido bordea la montaña y el lago Escondido. Nos detuvimos para observar de lejos el aserradero Bronzovic, un símbolo de la explotación forestal que desarrolla este sector de Tierra del Fuego, y finalmente llegamos a la localidad de Tolhuin, a los pies del cerro Michi. Como nos quedábamos en la hostería Kaiken, tomamos el primer desvío por el antiguo trazado de la ruta 3.Desde sus comienzos, hace más de 50 años, la tradicional hostería fue parada obligada de todos los que venían por el continente hacia Ushuaia, cuando se demoraba más de 5 horas en realizar el viaje. Hoy Kaiken se encuentra completamente remodelada; conserva aún el encanto de sus inicios y la mejor vista del lago Fagnano. Esa tarde el lago parecía el mar, encrespado por el fuerte viento que formaba pequeñas olas sobre su espejo de agua.Desde el ventanal de la habitación, no dejábamos de contemplar el paisaje que regalaba el día nublado. No daban ganas de abandonar la calidez de la hostería pero queríamos conocer el pueblo, así que hacia allí nos dirigimos por el viejo camino de ripio.
La solitaria Tolhuin
Pasamos el puente del río Turbio, donde sobresalen los restos de lo que fuera un pequeño bosque. Seguimos camino dejando atrás “La matera” donde se ofrecen las cabalgatas Sendero Indio y el complejo de cabañas Khami hasta ingresar al pueblo por la vieja entrada. Por la calle Esteban Lucas Bridges, una de las pocas asfaltadas, llegamos a la plaza principal, sin gente a esa hora de la siesta, donde solo soplaban frías ráfagas de viento.Nos dirigimos a la flamante iglesia de la Sagrada Familia, inaugurada en agosto de 2007 al lado de la pequeña capilla original. La nueva construcción de piedra y madera rescata con líneas simples y bellas la tradicional arquitectura fueguina. Permanecimos en su silenciosa nave interior, que invitaba al recogimiento a resguardo de la desapacible tarde.
Momento de un cafecito. La Panadería estaba muy concurrida, como es habitual, pero igualmente pudimos conversar con su dueño Emilio, que nos contó la historia de aquel legendario lugar de Tolhuin.
Cuando ya estaba oscureciendo, volvimos a Kaiken para cenar con unos exquisitos ravioles de centolla y descansar con el Fagnano y el viento como música de fondo.