El sector, con espejos lacustres y bosques protegidos de especies nativas, es ideal para quienes aman el medio ambiente agreste y el contacto directo con la naturaleza.
Las dimensiones del parque nacional Lanín y la riqueza de sus rincones se muestran especialmente en el circuito de los lagos Curruhué Grande y Chico. La presencia de un escorial y aguas termales al final del recorrido es la culminación de un paseo imperdible con una vegetación creciente en espesura a medida que se avanza. Silencioso y algo escondido entre matorrales, dimos con el lago Curruhué Chico, donde la navegación está vedada aun para los kayaks. Desde un mirador cercano apreciamos su playa pequeña con juncos y el camping agreste que allí se levanta, paraíso para los pescadores con mosca y devolución sobre el río Curruhué. Un poco más adelante encontramos a la derecha un sendero que se dirige a un mirador sobre el Curruhué Grande y permite una vista panorámica de este lago de gran extensión. Hicimos una caminata entre araucarias centenarias, especies nativas y pequeños arroyitos que bajan de la montaña. En escasos veinte minutos fuimos y volvimos por esta senda que sirve de presentación de la zona boscosa siguiente.
Mientras bordeábamos el lago Curruhué Grande a paso lento, disfrutamos de los reflejos de los cerros sobre el agua. Casi hacia el final, una playa muy amplia y apacible con una arboleda importante nos permitió protegernos del sol y armar nuestro almuerzo. Un camping diurno permite el uso de fogones y cuenta con baños rudimentarios. Setecientos metros más adelante, descubrimos la Laguna Verde y la posibilidad de utilizar su camping para pernocte. La playa de arenas volcánicas finas es uno de sus puntos más espectaculares; caminamos descalzos y nos sumergimos en sus aguas no tan frías. Los “acampantes” suelen utilizar este lugar como inicio de sus trekking de montaña e inclusive es punto de referencia de la Huella Andina patagónica.
Por los caminos volcánicos
A partir de este lugar, todo se relaciona con los fenómenos volcánicos, con tierra y arenas oscuras, de un negro casi absoluto. Descubrimos la Laguna del Toro, sobre mano izquierda, escondida detrás de la vegetación abigarrada y que casi pasa desapercibida. La ruta parece elevada en el aire; abajo, los coihues crecen altísimos y muy juntos. Entre su follaje divisamos el lago Epulafquen y, a poco de andar, dimos con el Escorial. Se trata de un corredor formado por rocas negras porosas, producto de la erupción del Ayen Niyeu hace varios cientos de años. Desde ese volcán, un río de lava se extendió hacia el lago Epulafquen y luego se petrificó. Hoy, existe un sendero interpretativo con carteles que nos permitieron avanzar a lo largo de esas formas extrañas y entender los cambios acaecidos desde entonces. El camino lleva hasta el paso fronterizo Carririñe y a la senda temática Termas de Epulafquen, rodeada de un bosque espeso de gran belleza. Los pozos termales naturales al aire libre están unidos entre sí por una pasarela de madera, ancha y muy cómoda, de unos 800 metros de extensión. El uso es gratuito y los carteles indican sus temperaturas y el tiempo de inmersión. También funciona allí un
camping agreste, con servicios mínimos que incluyen fogones y mesas. El área Curruhué, palabra de la lengua mapuche que significa “lugar oscuro”, nos llevó una jornada completa. A pesar del ripio y la tierra, nos dejó el sabor de haber deambulado por espacios en los que el hombre aún no ha fijado residencia.