Volamos sobre la costa de Rawson. Suspendidos en el aire observamos la enigmática geografía que presenta la Patagonia sobre el Atlántico Sur.
Volar… La libertad que genera estar suspendidos en el aire es inconmensurable. Las personas que tuvieron la oportunidad de vivir esta experiencia única de ver la vida desde otra perspectiva no pueden desprender de su mente la imagen de las alas del avión jugando con el cielo. En el Centro de Actividades Aéreas de Rawson (C.A.A.R), se tiene la posibilidad de vivir esta experiencia a través de un vuelo de bautismo. Simplemente hay que presentarse en el aeroclub local y trazar con el piloto hacia qué rumbos se desea volar. El resto es distenderse y dejarse llevar por la aeronave hacia el infinito.
Los lugares que propone el C.A.A.R son hacia el sur, por donde se sobrevuela la reserva de pingüinos Punta Tombo, o bien hacia el norte, por donde se puede llegar hasta Punta Ninfa, entrar al Golfo Nuevo o bien cruzar hasta la misma Península de Valdés. La excursión dura aproximadamente entre una y dos horas, según el tipo de vuelo elegido y las condiciones del tiempo. Antes de salir, el piloto realiza una inspección previa que le permite verificar el fuselaje, los sistemas operativos del avión, el motor, el instrumental y la puesta en marcha, por lo que la seguridad está garantizada.
Luego, los pasajeros son convocados al interior de la aeronave, que, tras carretear suavemente por la pista, logra adquirir altura. En ese punto todo se traduce en asombro y contemplación. El aeroclub de Rawson cuenta con un avión Aero Commander y con un Piper Comanche, ambos con capacidad para tres plazas más el piloto, para realizar la actividad. El Piper Comanche posee un ala baja más ligera, por lo que la dosis de adrenalina es más fuerte. Pero ambos aviones están preparados para que la experiencia sea inolvidable y pueda ser disfrutada por toda la familia.
Además, muchas veces mientras se vuela a 500 pies sobre la costa se tiene la oportunidad de ver ballenas junto con sus ballenatos recién nacidos, loberías o enormes pingüineras. Una vez en el cielo, se observa por la ventanilla la maravillosa y escarpada geografía que esconde la costa patagónica. El aire seduce con su infinitud y desde esa paz todo se vuelve armónico.