Este descubrimiento se lo debo a un viejo baqueano, Ayerza, que conocimos en el puesto de Río Bueno, de la Estancia Policarpo, durante una cabalgata que realizamos por Península Mitre, Tierra del Fuego.
En aquella oportunidad llegamos cansados y muertos de frío, además de mojados, luego de hacer un relevamiento de restos de naufragios por la costa y nos encontramos con un exquisito guiso y esta mezcla de torta frita y pan.
En una vieja cacerola con grasa derretida Ayerza freía y revolvía con la punta de su cuchillo (facón), una especie de panecillos alargados (15 cm) de unos 6 cm de grosor.
La masa era muy sencilla: harina, agua, sal y grasa. Una vez frita, tomaba un color dorado tostado, y su interior era algo parecido al pan. Sinceramente es ideal para campamentos en tanto se disponga de harina y aceite, los cuales no son elementos fáciles de transportar.
El último se puede suplir con grasa de algún animal carneado, lo que hicimos en más de una oportunidad y el sabor no es para nada feo.