Visitamos un extraño conjunto de estratos de arenisca y arcilla superpuestos a lo largo de millones de años. Conforman las paredes de un desagüe pluvial natural y muestran huellas de fósiles.
Entre las sorpresas que la villa nos tenía preparadas, la salida en lancha por el lago para conocer el Cañadón Escondido en horas de la tarde pretendía ser algo distinto.
Lentamente fuimos descubriendo las bahías y las paredes altas de la costa mientras navegábamos con rumbo sur. El viento imperaba en la zona y las aguas eran calmas en los lugares reparados. En algunos recovecos vimos nidos de aves o simplemente su refugio ocasional.
Nuestro guía puso proa a un corte abrupto en la piedra que desde lejos nos pareció un embudo. Cuando arribamos a la bahía, curiosamente, enormes ramas de árboles que permanecían bajo las cristalinas aguas acariciaron el fondo de la embarcación. “Alguna vez habrán estado de pie”, dijo con acierto uno de los pasajeros.
Cuando la lancha estacionó su panza sobre la arena, fuimos bajando uno a uno y comenzó la ansiada caminata de dos kilómetros y medio por esa hendidura en la tierra conocida como Cañadón Escondido.
Escuchamos a nuestro guía, Sergio Mangin: “Estamos en presencia de una formación rocosa distinta a lo conocido. A través de esas vetas y colores fragmentados imaginamos cómo transcurrió la vida a lo largo de las distintas eras geológicas”. Nuestra mente fue abriéndose ante cada palabra que incorporaba.
Sentimos que ingresábamos a una galería comercial, comparando los laterales con las vidrieras de un shopping. El piso era de arena suelta y tuvimos que esforzarnos para avanzar; en algunos sitios trepamos las piedras como si fueran escalones para seguir ascendiendo.
Mirando hacia atrás, el lago cambiaba sus tonos mientras que hacia adelante seguía el rojizo de las piedras. Supimos que las formaciones rocosas candelero y huincul tenían una antigüedad promedio de 100 millones de años y eso nos produjo un escalofrío.
“Desde el piso, la altura de los paredones se estima en unos 80 metros”, palabras de nuestro guía, quien también nos mostró en el techo de una saliente una huella que se suponía era de un hueso de dinosaurio.
En nuestra visita al museo paleontológico aprendimos que los especialistas pueden determinar la edad de los dinosaurios en base a la antigüedad de la masa terrestre de la zona. Estábamos pisando las mismas piedras que habían albergado fósiles de especies hoy inexistentes.
En un momento, del interior de unas piedras vimos cómo salían a tomar sol unas ranitas de tamaño milimétrico que saltaban asustadas por nuestra presencia. También varias culebras o pequeñas víboras inofensivas, a quienes alteramos con nuestras voces, desconocidas para ellas.
Regresando del ayer
Volviendo sobre nuestros pasos y cuando íbamos llegando a la orilla del lago, el atardecer nos mostró sus colores dorados brillantes. Recién en ese momento tomamos conciencia de que habíamos presenciado una clase a cielo abierto de esas que no se olvidan en mucho tiempo.