La villa es un gran balcón agreste; los vientos y la extensión del lago Ramos Mexía forman parte de la vida de sus habitantes.
Circulando por la ruta 237 entre Neuquén y Confluencia, reconocimos la entrada a Villa El Chocón por la réplica de un dinosaurio en tamaño natural ubicada en lo alto de una barda. Para conocerla, lentamente recorrimos 3 kilómetros hasta encontrar sus primeras casas. Ubicadas sobre una elevación de roca arcillosa de color rojizo, parecían esparcidas aquí y allá. Al frente, un lago artificial ocupaba el espacio del río Limay, ahora ensanchado por la represa.
De corta extensión, sus barrios de construcción y estructura muy similares llamaron nuestra atención. Fueron construidos cuando se iniciaron las obras de la central hidroeléctrica y se conocen como Barrios I, II y III.
El corazón del pueblo
Entre vegetación muy escasa y demasiado viento, fuimos internándonos en sus distintas calles hasta que llegamos al corazón de la villa: su centro comercial. Con un solo estilo edilicio, concentra su vida institucional y comercial. Funcionan allí una escuela, el Museo Ernesto Bachmann, la municipalidad y varios comercios. Un conjunto de grandes escalinatas le da un movimiento arquitectónico muy agradable.
Nos llamó la atención la línea arquitectónica de la iglesia católica Nuestra Señora del Chocón, patrona de los embalses. Muy sobria y moderna, tiene la forma del Arca de Noé. En el interior, observamos su luminosidad y la falta de adornos. Ese mito, el juicio de Dios durante el Diluvio y la salvación de los justos, es parte de las enseñanzas que ofrece la iglesia.
La villa se vio asociada durante años con el hallazgo de distintos tipos de dinosaurios que habitaron ese valle en un pasado remoto. Nos pareció importante realizar la visita guiada al Museo Ernesto Bachmann, con lo que tuvimos una idea más acabada de la magnitud de los hallazgos realizados en la zona. La mayoría de los carteles que vimos en comercios, cabañas y calles de la villa aludían a estos enormes seres del pasado.
De cara a la vida
En un sector más nuevo, sobre la costa elevada, entre esplendidas casas de fin de semana, gran cantidad de jóvenes andaban en bicicleta. Esto nos demostró la tranquilidad de la villa y sus habitantes.
Continuamos el recorrido por la costa, en la que la presencia de cabañas de alquiler, hosterías y otros alojamientos con vista al lago mostraban gran movimiento turístico en época de verano.
Nos topamos con un bosque de eucaliptos, casi el único lugar con presencia de especies distintas. El resto de vegetación era achaparrada y adaptada a la vida en un medio seco y con presencia de arcilla.
Como era un día muy agradable, el movimiento en la costa y en el camping era intenso, especialmente en el sector llamado Bahía Boca del Sapo, donde la playa de arena permitió que tomáramos sol durante un rato mientras percibíamos el gran movimiento de kayaks, botes y lanchas a motor que iban y venían hacia la zona del lago.
Serenidad, poco ruido y aire limpio a nuestra disposición para disfrutar de un horizonte lejano frente a nosotros. Nos dimos un chapuzón en las aguas transparentes, limpias y no demasiados frías del lago. En las horas del mediodía el calor fue implacable e hizo que buscáramos la sombra de uno de los quinchos de paja de las inmediaciones.
Una muy cuidada cancha de fútbol, el viejo faro en desuso y una pequeña pista de aviación fueron puntos de interés en nuestra caminata. Desde aquellas casas históricas en el sector conocido como “la H” hasta el desarrollo turístico que vimos en Villa El Chocón, notamos la intención de sus habitantes de que conociéramos sus atractivos.
Apartado pero cerca
Llequén es otro de sus barrios y su principal atractivo es la observación de las huellas de dinosaurios descubiertas hace ya unos años.
Nuevamente en la ruta 237, el color azul profundo del embalse Ezequiel Ramos Mexía acompañó nuestra despedida durante 60 kilómetros hacia Picún Leufú. Sentimos que Villa El Chocón era un pueblo que mira hacia sus mayores riquezas: el agua, los dinosaurios y la energía que no contamina.