Calles sinuosas, mar a la vuelta de la esquina y un perfume especial que llega de sus jardines cuidados y alrededores arbolados.
Recorriendo la cuenca del Palena-Queulat, llegamos a Puyuhuapi. Conocer sus calles nos llevó poco más de hora y media. Hubiéramos necesitado algo más de tiempo para conocer la historia de cada calle, cada antigua casa hecha con tejuela de alerce, techo a dos aguas y pequeñas ventanas, características de una época que ya pasó.
Decidimos hacerlo lentamente y disfrutando de cada palabra expresada por quien conoce y mucho de este hermoso lugar. Luisa Ludwig es hija de uno de los pioneros alemanes llegados a Puyuhuapi y ella convivió con el crecimiento del pueblo y el amor por cada centímetro de tierra mejorado.
Enormes casonas
Iniciamos la caminata en la costa del fiordo y desde el muelle contemplamos una de las construcciones más emblemáticas, como La Casona. Pintada de amarillo y marrón, se luce en un lugar alto como un faro. Fue diseñada y construida por los primeros alemanes que llegaron a Puyuhuapi y en la parte posterior existe un cementerio alemán. La circundan hileras de pinos.
Más integrada al resto del pueblo se yergue ante nuestros ojos la antigua casa Ludwig. Está pintada de amarillo, cerca de la salida por la Carretera Austral hacia el Sur. A partir de allí, la ruta marcha paralela al brazo de mar por un buen trecho.
Caminando por la bahía, conocimos su viejo muelle e imaginamos esos barquitos de colores saliendo al mar junto a sus sacrificados pescadores en busca de mariscos y peces.
En la costanera convergen las calles que provienen del pueblo, con lo que un leve bullicio nos anunció su vida activa.
Verde que te quiero verde
El mar tiene forma de herradura y, por falta de vientos que lo acosaran, se veía calmo. De noche, las nubes suelen posarse sobre el agua como protegiéndola. Temprano en la mañana se retiran muy de a poco desintegrándose con pereza.
Seguimos nuestro camino y tomamos contacto con el humedal. Nos dijo Luisa que en algunas épocas del año alberga garzas grises y cisnes de cuello negro.
Dejamos el mar y nos internamos por la calle principal. Lleva el nombre de Otto Uebel, uno de los pioneros, y sobre ella están instalados la mayoría de los comercios: supermercados, tiendas, artesanías. También el cuartel de bomberos y Carabineros.
Para ingresar al centro, cruzamos un puente sobre el río Pascua. Este nace en un valle y en su curso superior ofrece buena pesca a quienes quieren probar suerte con la caña. Finaliza su recorrido en el mar.
Excelentes carteles con el nombre de las calles y el de los comercios permitieron que nos ubicáramos fácilmente. Jardines muy adornados de flores y buen verde son el distintivo de Puyuhuapi.
A principios de febrero se festeja el aniversario de Puyuhuapi; se trata de una fiesta interna, de la comunidad. Se hacen competencias de todo tipo, no sólo deportivas, y participan grandes y chicos; es de mucha diversión. Se elige la reina en un salón especialmente preparado y esta pasa a ser la parte más formal del aniversario.
Algo muy agradable es sentir que todo el mundo se conoce y saluda de vereda a vereda. También nosotros fuimos saludados como quien se encuentra de paso. Ya a la llegada, en la única estación de servicio donde se carga bencina, nos dieron la bienvenida.
Por el centro
Nos detuvimos unos minutos en las instalaciones de la Municipalidad y nos permitió conocer las actividades comunitarias que se mencionaban en la cartelera. A ellas se le suman las de cuatro clubes de fútbol, una multicancha al aire libre y un gimnasio cerrado.
Nuestra intuición nos dijo que Puyuhuapi tenía una vida cultural y deportiva muy interesante y Luisa nos lo confirmó: “Por suerte, tanto los mayores como la gente joven tienen un espíritu inquieto y a lo largo del año son muchas las fiestas, competencias y celebraciones que se organizan”.
Conocimos la única iglesia católica de la localidad, que es de madera pintada de azul con una hiedra cubriendo sus paredes del frente. Tiene pocos años y es especialmente pintoresca.
Dos grandes construcciones componen la conocida fábrica de alfombras de la familia Hopperdietzel. En una de ellas se encuentra la hilandería y en la otra, parte de la fábrica y el salón de ventas.
Durante 60 años fabricaron alfombras de forma artesanal, nudo a nudo, utilizando lana de oveja y mano de obra local. Desde el teñido de las lanas, su paso por los telares y su apresto final, todo es hecho en forma manual. Su calidad tiene fama internacional.
Por una de esas callecitas bajamos nuevamente al fiordo. Habíamos terminado nuestra vuelta por el pueblo y nos pareció que aún no habíamos visto y disfrutado lo mejor.