Realizamos un trekking grupal como parte de las actividades que nos ofrece la montaña. Dimos energía a nuestro cuerpo y placer al espíritu.
Cuando el día se iniciaba y mientras disfrutábamos de un completísimo desayuno en el ecolodge, el tema imperante fue la caminata que realizaríamos minutos después hacia una cascada. Dejamos la pereza atrás y la cambiamos por entusiasmo.Vestidos con ropa y calzado cómodos, nos presentamos en el club house a la hora prefijada. Mientras el resto del grupo iba integrándose, dimos una vuelta por los jardines y vimos llegar a Juan, nuestro guía.
La cascada estaba del otro lado del río Queulat, por lo que se hacía necesario cruzar en bote hacia la otra orilla. Remos al hombro y mochila en la espalda, partimos hacia la costa con buen ánimo.
El cruce nos llevó sólo unos minutos ya que el río era angosto. Tomamos un sendero señalizado, caminamos de a uno en fondo y avanzamos por donde Juan nos indicaba. Una vegetación exuberante nos envolvió.
Infinidad de hilos de agua bajaban de la montaña y daban humedad al ambiente. El musgo invadía los troncos de los árboles y todo tipo de plantas. Nos llamó la atención la cantidad de especies trepadoras, parásitas, que formaban un entretejido perfecto.
En ese primer tramo, atravesamos varios pequeños puentes que, dejando atrás arroyos, agregaron aventura a nuestra caminata. Algunos árboles bajos nos exigían agacharnos; pasamos por encima de gruesos troncos caídos.
Juan nos fue hablando acerca de especies de árboles, pájaros, etc. “La senda va ascendiendo de a poco; nos moveremos lentamente y guardando fuerzas para más adelante”, continuó.Por eso, al llegar a un claro del bosque donde había unos bancos hechos de madera de la zona, elegimos descansar unos instantes y contemplar el entorno.
Juan nos dijo: “Llegaremos a una cascada que tiene un salto de 90 metros de caída. Esa es la altitud de la montaña que deberemos vencer. Si alguien prefiere esperarnos aquí hasta nuestro regreso, podrá hacerlo”. Eso nos hizo pensar: “Buen lugar para disfrutar de la lectura junto al ronroneo del arroyo”.
El siguiente tramo fue a través de un bosque de arrayanes que, con sus gruesas raíces a la vista, formaban un tejido artesanal con las rocas que emergían de la tierra. Especies de 600 años de edad con frondosas copas invadían de color rojizo la atmósfera.
Estábamos llegando a la mitad del camino y un leve murmullo de agua se hizo escuchar. A partir de allí, el desnivel se hizo más áspero y exigió tomar aliento y mirar bien donde poníamos el pie para no desaprovechar el impulso.
Todos seguimos adelante sin claudicar y eso tuvo su premio. Fuimos encontrando a nuestro paso pequeñas obras de ingeniería realizadas con troncos del lugar: barandas de madera y escalones cavados con pala en la tierra fueron ubicados en el sitio justo para evitarnos el esfuerzo. Estas ayudas estaban muy bien realizadas y se mimetizaban con la naturaleza del lugar.
Los pájaros, acostumbrados al silencio, se sintieron invadidos. Un pequeño chucao de pecho anaranjado, cabeza café y trino muy potente detectó nuestra presencia.
En un mirador, se hizo necesario un alto y el sonido que llegaba a nuestros oídos confirmó las palabras de Juan: faltaba muy poco.Llegar al pie del salto de agua significaba haber llegado a destino y disfrutar de la fuerza fantástica de las aguas pero también de un lugar de observación estratégico. El punto donde la cascada se inicia, el fiordo Queulat y el río Queulat, la Carretera Austral, todo estaba allí para que lo disfrutáramos al máximo.
Para los amantes de la naturaleza y de interactuar con ella, esta es una magnifica ocasión para aunar el esfuerzo físico con la contemplación de un entorno único del bosque patagónico.