En lo alto, un claro en el bosque invita a descansar un rato y conocer la traza de este pueblo encantador y lleno de magia.
Desde que se llega a
Puyuhuapi, la invitación a caminar es una de las más difundidas, ya sea transitando por sus calles céntricas como por sus senderos en las afueras. Aceptamos el desafío y pusimos rumbo a uno de los miradores. Estábamos en la costa, cerca del viejo muelle, y nos dejamos llevar por un cartel que invitaba a mirar el pueblo desde su parte alta. Lentamente, tomamos el sendero marcado con troncos pintados de rojo y blanco que marcarían la ruta. Un césped verde y tan cortito como si fuera de nuestro propio jardín nos fue llevando a través de una caminata sin exigencias en el primer tramo y un poco más empinado en el siguiente. No obstante, no cambiamos el paso, ya que la idea no era marcar tiempo sino alcanzar la parte alta.
Para no perderse
“El sendero está trazado desde hace muchos años, pero hace poco un grupo de jóvenes turistas dedicados al trekking trabajó arduamente para instalar los postes pintados que hacen más segura la ruta”, comentario de nuestra anfitriona mientras caminamos. Nuestra charla es interrumpida de vez en cuando por un silencio que llama a tomar nuevamente aire y seguir subiendo. El terreno no es difícil, pero la pendiente se hace sentir. En un punto, debimos pasar un alambrado y una escalerilla hecha con madera nos permitió salvar el escollo y aparecer al otro lado casi sin esfuerzo.
Varias veces salimos de la senda para ver de cerca algunas plantas bajas y poder distinguir entre chilcos y calafates. Estando en flor, es más fácil ya que su color y la presencia de algún colibrí nos dan una pista más segura. De lo que no tenemos dudas es de la presencia de arrayanes con su corteza semi rojiza, de suave tacto. Algunas vacas nos miraron impasibles y no eran las únicas privilegiadas en andar por estos senderos. Ahora sí era bosque y dio paso a un lugar más abierto desde donde tuvimos un adelanto de lo que íbamos a buscar. Se pueden realizar tantas paradas intermedias como uno desee, siempre habrá algo lindo para ver. Ya en el mirador, un banco nos sugiere que es bueno un descanso y contemplamos ese enorme valle frenado por el cordón montañoso.
Hacia lo lejos
Con su mano en alto, nuestra anfitriona Luisa nos va indicando dónde se inicia el Parque Nacional Queulat. También, el serpenteante río Pascua a cuyas orillas crecen con el buen tiempo enormes nalcas. Su flor roja enorme y su tallo comestible hacen que esta planta luzca realmente apetitosa. Viendo el río, es fácil imaginar cómo se fueron instalando las nuevas familias que construyeron sus casas aquí y allá sin una regla fija. Acompañaron su curso, haciendo de Puyuhuapi un pueblo de calles sinuosas. Con un plano de la zona en la mano, comprendimos la ubicación del lago Risopatrón, a 180 metros, de mayor altitud que Puyuhuapi. Iríamos a conocerlo en una próxima salida. Dejamos que la vista se perdiera hacia el mar y disfrutamos de la tranquilidad, ese silencio casi perfecto sólo interrumpido por el rumor del río y las voces del pueblo que llegan hasta lo alto.
Nos despedimos de Luisa y prometimos realizar el otro sendero, el de Los Colonos, que según dice está bien marcado en los planos y en el cual es imposible perderse.