Un corto pero agradable paseo por un pueblo que parece detenido en el tiempo. Ubicado en un punto estratégico de la inmensa Patagonia argentina, muestra su próspera actividad ganadera.
Quien llega a
Río Mayo recibe la impresión de pueblo extenso pero con poca actividad. Recorrimos sus calles y no reconocimos su centro comercial. Sus negocios parecían aislados los unos de los otros. Nos ubicamos en el hotel, conversamos con la gente del lugar y nuestra primera opinión cambió. Fuimos conociendo su idiosincrasia y qué actividades le daban vida a Río Mayo. Una buena capacidad hotelera habla de una población acostumbrada a recibir visitantes, aunque más no sea de paso. Aceptamos la idea de “bicicletear” el pueblo de punta a punta para conocerlo. Observamos que este popular vehículo lo utilizaban tanto los jóvenes como las personas mayores. Iniciamos el recorrido en el predio del Festival Nacional de la Esquila. Allí, todos los años durante tres días del mes de enero se desarrolla
la fiesta que corona el esfuerzo de todos los trabajadores de esa especialidad en la extensa Patagonia. Gran cantidad de público foráneo presencia la muestra de tejido artesanal, los desfiles de gauchos y jineteadas y, en especial, el concurso de esquila en el que participan tanto hombres como mujeres. En el escenario se presentan espectáculos musicales con artistas locales y de renombre nacional. En esos días, cambia la fisonomía del pueblo. Entre fogones, comidas típicas y asado criollo, todo es bullicio y música. Tomamos el camino costero del río Mayo que formará parte del circuito turístico. El río baja de la montaña, su cauce es cambiante y suele traer mucha agua en épocas de deshielo. Una creciente destruyó el “Puente Viejo”, sus restos han quedado como homenaje a ese antiguo paso obligado de los carreros. En verano, los riomayenses concurren al balneario para refrescarse y defenderse de las altas temperaturas. Mientras transitábamos por allí, un aroma a menta nos llegó desde la vegetación baja de los alrededores. Supimos por Leandro Gigena, nuestro guía, que el mismo río ofrece parajes con abundancia de truchas y salmones para que los amantes de la especialidad disfruten de una buena pesca. Eso ocurre a sólo unos kilómetros de distancia. Tomamos hacia el centro y notamos que casi todas las construcciones eran bajas y de patios extensos. No existía ni contaminación ambiental ni paisajística.
La vuelta al perro
Dejamos la “bici” recostada en un árbol y deambulamos por la plaza San Martín. Era un amplio espacio verde, centro de actividades sociales, culturales y de esparcimiento. Nos sorprendió que estuviera atravesada por un arroyo y la laguna Menuco. Allí se reunían antiguamente los carreros a descansar junto a sus caballos. Una carreta de enormes ruedas quedó como recuerdo de otra época. La imaginamos rodando por los polvorientos caminos de la región trayendo el preciado vellón de lana. Dijo Leandro: “Quince caballos criollos tiraban de esa carreta y transportaban la lana hasta Sarmiento, desde donde partía el tren hacia el puerto de Comodoro Rivadavia”. Los edificios de la municipalidad, concejo deliberante y biblioteca se encuentran frente a la plaza principal. En nuestra recorrida conocimos el Monumento al Caballo Criollo y otro dedicado a los esquiladores. En este último dos manos abiertas sostienen un vellón de lana que simboliza el premio al esfuerzo de esta dura tarea. Al pasar por la plaza A'Ayones, encontramos un grupo de jóvenes que tocaba la guitarra, algo frecuente, según nos dijo Leandro, debido a la falta de un
shopping o cine. Se destacaban una fuente de agua y un enorme mural pintado por un artista local. En pleno centro encontramos dos
campings: el que está al lado de la Casa de la Cultura tiene un arroyo y, además, un escenario donde en verano hay espectáculos musicales muy concurridos. Los talleres municipales de artesanías, tejidos, telar y tallado sobre madera están abiertos a los curiosos y dan lugar a conocer algo más de lo que se realiza en la comunidad.
El gimnasio municipal y una hermosa cancha de fútbol son el orgullo de los riomayenses, ya que el deporte tiene un lugar preponderante dentro de las aficiones populares de la población. La promesa de Leandro fue acompañarnos en auto hasta el
mirador, punto panorámico desde donde veríamos el pueblo desde lo alto. La recorrida terminó sobre el mediodía. A la hora de la siesta, las calles permanecían casi desiertas. Los comercios cerraron y todos descansaban un rato antes de retomar las tareas habituales. Pensamos que ese hábito también marcaba un estilo de vida. La bicicleta como medio de transporte para conocer el pueblo no fue casualidad. Hicimos ejercicio, volvimos un poco a la niñez y nos posibilitó ser uno más de los habitantes de Río Mayo por un rato. Con un gesto tan sencillo, mostramos aprecio por el silencio y la tranquilidad que allí imperan.