Sobre las laderas de los cerros, un recorrido por las copas de los árboles nos muestra la belleza agreste de los cañadones y vistas panorámicas impactantes. Solo hay que atreverse.
Entre las propuestas de aventura que San Martín de los Andes tiene para ofrecer, el canopy es una de las que se pueden realizar entre amigos o con la familia, a pasos del centro de la ciudad. Es, además, una manera de conocer paisajes fabulosos. Joaquín Bracht es el anfitrión del complejo Miramás, donde se vuela en canopy tanto en época estival como cuando la montaña se cubre de blanco; entonces la actividad se suma al esquí en su parque de nieve y los trekking con raquetas. En un añejo bosque de lengas, ha desarrollado un circuito con siete tramos de distinta longitud y dificultad, diseñado por un especialista. Subimos a Miramás con nuestro propio vehículo una tarde de verano con poca brisa. En invierno, cuentan con un vehículo con tracción a oruga preparado para recibir a los visitantes y realizar la última etapa sobre nieve.
Llegamos al refugio de montaña, tomamos algo y en seguida nos pusimos en contacto con los muchachos encargados de enseñarnos cómo movernos con los arneses, poleas y guantes en la plataforma de entrenamiento. Allí aprendimos la técnica de deslizamiento por la tirolesa y luego trepamos a un unimog y nos llevaron al inicio del recorrido por antiguos caminos madereros.
Juegos aéreos
Una vez en la primera de las plataformas y realizados los ajustes de mosquetones y cascos, más instrucciones sobre frenado y control de la velocidad, nos largamos. El silencio del bosque fue interrumpido por el sonido metálico del cable de acero. A los primerizos nos sucedió que estuvimos atentos a lo que debíamos realizar más que al paisaje en sí. Cuando pisamos la segunda plataforma, ganamos confianza y llegaron las primeras sensaciones. Observar los árboles desde arriba y pasar al ras de su follaje fue magnifico. Más confiados, pudimos jugar con la velocidad y la frenada con nuestra mano por detrás de la polea para mirar el cielo, el bosque y el resto del entorno. Así, una a una completamos todas las estaciones del
canopy, con un
trekking liviano intermedio. Divertidos, todos nos sentimos niños nuevamente y entre risas y gritos expresamos nuestras emociones. “No requiere mucha técnica ni preparación física y es una excelente conexión con la naturaleza del lugar”, fueron las palabras de Joaquín. Hacia el final, cuando ya dominábamos la actividad, tuvimos por delante de nuestros ojos todo el valle, el lago Lácar y el volcán Lanín: un espectáculo impagable. Agradecimos a nuestros guías expertos el habernos permitido darnos el tiempo necesario para disfrutar cada instante gracias a la seguridad que nos daban sus indicaciones. Cuando todos nos reunimos finalmente en el refugio, repasamos los momentos compartidos y no faltó quien dijo que deseaba volver al punto de inicio para repetir la experiencia. Disfrutábamos de una cerveza artesanal y una exquisita pizza casera, y de la misma vista del valle, pero detrás de los ventanales y junto al fuego prendido de la chimenea; algo típico de los atardeceres en la montaña en un parador patagónico.