Un sendero tapizado de miles de hojas pequeñas nos pone en contacto con la naturaleza por el interior de un bosque añoso y húmedo.
Una tranquera de madera nos dio la bienvenida a la Laguna Verde. Muy cerca del centro y del puerto, esa pequeña área nos sorprendió por resumir lo más íntimo de un bosque patagónico. Una vez adentro del predio, recorrimos a pie el contorno de la laguna y sentimos la necesidad de hacerlo sin esfuerzo, a paso lento para disfrutar casi en silencio de la calma del lugar. El primer impacto fue visual: el angosto sendero parecía estar “techado” por una apretada vegetación formada por árboles añejos y de gran sombra. Mucha humedad en el ambiente, que se manifestaba en hongos sobre los troncos. El espejo de agua y el denso follaje permitieron la formación de un microclima propicio para que anidaran algunas aves. La brisa movía las ramas superiores y era el único sonido existente junto a algún canto de los pájaros. Y ese fue el segundo impacto, esta vez auditivo.
Algunos troncos caídos sirvieron de recurso para sentarnos a observar el entorno. Luego descubrimos que también había bancos de madera ubicados en lugares estratégicos para ese fin. “¡Buen día!”, saludamos a una señora mayor sentada allí con un libro abierto. Corroboró lo que habíamos pensado: era un lugar ideal para la lectura. Algunas especies arbóreas crecieron apretadas a las de mayor porte e hicieron un abrazo vegetal entre sí. Curiosamente, un arrayán rodeó con sus ramas y corteza un enorme ciprés; los distintos tonos marrones y amarillentos nos permitieron diferenciarlos. Imaginamos su perfume y colores en época de floración.
Miremos más allá de nuestras narices
Varias pasarelas de madera con barandas nos acercaron aun más a la laguna y sentimos como si permitieran caminar sobre el agua misma. Confirmamos la prohibición de baño, ya que las aguas eran fangosas. Los biguás sentían placer en mojar su plumaje en vuelos rasantes sobre el agua y quizá buscaban su alimento. Varios de ellos se refrescaban y luego se secaban al sol mostrando su blanca figura de fino perfil. “¿Conocían este circuito interpretativo?”, nos preguntaron unos muchachos residentes de
la Villa que pasaron en bicicleta, orgullosos de contar con ese lugar no demasiado visitado por los turistas. “Acabamos de hacer el recorrido y nos pareció muy bueno”, fue nuestra respuesta. Finalmente, observamos la cartelera de la zona de ingreso y cerramos la tranquera dejando atrás ese momento de tranquilidad que habíamos gozado durante la caminata.
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