El Villarrica ofrece sus faldeos para esquiar en invierno e invita a ascender hasta la cima en verano. Si cuenta con buen estado físico, la experiencia de asomarse a la boca de este volcán en actividad, resulta impresionante.
Willy, de Sol y Nieve, me preguntó si me animaba y si estaba en estado. No sé si alcanzaba a cumplir con esta condición física pero estaba muy ansiosa por ascender al Villarrica. Símbolo de la ciudad de Pucón, el Villarrica domina el parque nacional que también lleva su nombre. A 2840 m.s.n.m, este volcán que permanece en actividad ofrece, en invierno, buena nieve para esquiar y en verano excelentes panorámicas de los lagos. A las 7 horas de la mañana siguiente ya me encontraba en la oficina, punto de reunión para el grupo que iba a realizar la excursión. Después de probarnos el equipo y conocer a nuestros guías, partimos rumbo a la reserva, con cielo despejado y sol a pleno que pronosticaban una buena jornada. Recorrimos 12km desde el centro de Pucón hasta el ingreso al parque, donde nos detuvimos en la oficina para conversar con los guardaparques e interiorizarnos sobre las características naturales del área protegida y del volcán. Uno de los más activos en Chile, el Villarrica tuvo hasta el momento 82 erupciones históricas, la más trágica en diciembre de 1971 y la última registrada en 1984. Modificado a su antojo, el paisaje que rodea al volcán no ha perdido la belleza de sus bosques de araucarias. Seguimos camino hasta la base del volcán donde se encuentra la aerosilla 5 del centro de esquí que nos iba a acercar hasta nuestra plataforma de partida para la ascensión.
A los pies del Villarrica
Cerca de las 9 de la mañana estábamos casi listos para emprender esta aventura. Nuestro guía Oscar nos explicó como usar la piqueta o piolet y el modo correcto para caminar con los grampones puestos. Nos pusimos más protector solar, porque el sol se hacía sentir, y aseguramos nuestras mochilas, cargadas con agua y el refrigerio para el almuerzo. Por la acción del calor la nieve estaba “sopa”, es decir pesada, lo cual tornaba la marcha un poco más difícil. A los 1900 m.s.n.m comenzamos a subir en hilera y dibujando un zig zag, como indican las técnicas de montañismo básico. Me acordé de Willy y sobre todo me reproché no haber ido al gimnasio en invierno porque, si bien no es una ascensión técnica requiere de buen estado y resistencia física. Evidentemente no cumplía estas condiciones, pero mi fuerza de voluntad y las paradas cada 15 minutos para descansar me ayudaron a cumplir la proeza. Avanzábamos con pasos cortos y en silencio, todos concentrados en administrar nuestras energías. Después de un poco más de 2 horas de subida, fue un verdadero alivio cuando Oscar nos indicó la parada para almorzar. Soltamos nuestras pertenencias y nos dimos vuelta para observar lo que dejábamos atrás. Estábamos a 2.200 m.s.n.m y las espesas nubes cubrían por completo el parque y la vista de los lagos Villarrica y Caburga. Sólo traspasaban los picos montañosos de la cordillera y a lo lejos los volcanes Llaima y Lonquimay. Nos faltaba poco para llegar a la cima, pero el tramo por recorrer todavía era difícil.
Hacia el cráter del volcán
Retomamos la marcha y Oscar no dejaba de alentarnos. Faltaban solo 20 minutos de subida para alcanzar el punto más alto, que parecía más cerca de lo que en verdad estaba. En el último tramo, la nieve se diluye entre las escarpadas piedras volcánicas. Ya sentíamos el fuerte olor a azufre cuando finalmente llegamos al borde la chimenea. El cráter posee un diámetro de 300m2 y dejaba ver, en la profundidad de su boca, el humo y la lava. Estábamos sobrecogidos por el espectáculo de saber que debajo de nuestros pies la tierra estaba viva. Íbamos bordeando su superficie para poder apreciar las incomparables panorámicas de los lagos Calafquen, Panguipulli y Pelleufa, además de los volcanes Lanín, Tronador y Osorno. El viento y las emanaciones sulfurosas irritaban un poco la vista, pero ya habíamos olvidado el cansancio y disfrutábamos haber conquistado el Villarrica. Contentos, emprendimos el descenso que, por suerte, era más fácil y divertido. Oscar nos explicó la técnica: debíamos sentarnos sobre la nieve y deslizarnos con las piernas hacia adelante, utilizando la piqueta de freno. Supervisados por los guías de a uno, nos fuimos tirando por una suerte de toboganes naturales, algunos más pronunciados y otros más tranquilos. De esta rápida manera, bajábamos las laderas del volcán hasta donde nos dejó llegar la nieve, muy cerca de la aerosilla. Esta vez, decidimos caminar todo el recorrido de tierra que habíamos evitado en la subida y en grupos más dispersos nos acercamos hasta las combis que ya nos esperaban en la base. Cuando nos alejábamos, me di vuelta para ver por última vez el Villarrica y recordar satisfecha que habíamos estado allí arriba.