Visitamos las cuevas volcánicas del Villarrica. Una excursión a las entrañas mismas de la tierra, donde se aprecia la geomorfología de erupciones pasadas del volcán más activo de Chile.
Silenciosa y omnipresente, la silueta del volcán producía un fuerte contraste con el cielo despejado de la IX Región de Chile. Bastó observar detenidamente, para que me diera cuenta de que en el sector superior del cráter una liviana fumarola ascendía movida por el viento de la cima. El volcán Villarrica, de 2.847 metros de altura, es la figura indiscutida del parque nacional homónimo y uno de los mayores atractivos para quienes visitan la turística ciudad de Pucón. Su nombre original es Rucapillán, que en lengua mapuche significa “casa del diablo”. Pareciera que el diablo aún vive dentro del Villarrica, porque es uno de los volcanes con mayor actividad en las últimas décadas en el cono sur. Su humareda, sutil pero constante, deja atónitos a los muchos turistas que lo visitan para observar las explosiones de magma desde las proximidades del cráter. La última erupción registrada del Villarrica ocurrió en 1984 y aún existe un mal recuerdo de lo que fue la erupción de 1971, que dejó numerosos muertos.
La apasionante vida del volcán me llevó a querer conocer más sobre él. Rápidamente, supe de una excursión que podría realizar al interior de una cueva volcánica forjada por la lava de una de sus erupciones y que se encuentra sobre el faldeo del volcán. Decidido a penetrar en las entrañas de la cueva, salí de Pucón con dirección al Villarrica por la carretera panamericana. Tras recorrer 2 kilómetros aproximadamente, un cartel me indicó que debía doblar a la izquierda por un camino que conduce al Centro de Esquí Villarrica. A medida que transitaba los 9 kilómetros finales por el camino de ripio pude apreciar cómo el bosque de coihues y araucarias tendía a desaparecer a medida que ganaba altura. Fui recibido por Roberto Grellet, uno de los guías de las cuevas, quien sería el encargado de proveernos de los elementos de seguridad. Entre cascos y linternas, entramos a la Casa de los volcanes, donde recibimos una charla sobre vulcanología. En este lugar se representan coladas volcánicas, erupciones y una cronología de toda la actividad registrada del Villarrica. Esta casa también funciona como centro de monitoreo de la actividad volcánica. Aprendimos sobre las distintas partes que conforman el volcán, los diferentes minerales que lo componen y sobre sus últimas erupciones. Además, Roberto me enseñó sobre los fenómenos premonitorios para entender cuándo un volcán está por entrar en erupción. De la Casa de los volcanes, nos dirigimos a las cuevas propiamente dichas. Comenzamos a descender. El terreno irregular presenta varias escaleras de acceso y es algo dificultoso para personas mayores o niños, por lo cual recomiendo prestar especial cuidado. Los cascos nos servían para evitar choques con algunas de las filosas puntas de estalactitas que íbamos encontrando en el camino. Toda la geomorfología que veíamos era el testimonio fiel de lo que las erupciones han producido en el paisaje subterráneo. “El volcán que estamos visitando provocó la peor tragedia en cuanto a víctimas de que se tenga registro, en el año 1971. Más de 200 muertos y desaparecidos fue la secuela de muerte y destrucción que dejó un torrente de lava de diez metros de espesor y 200 metros de ancho que bajó hacia el lago Calafquén, arrasando todo a su paso”- explicó el guía. Pequeños poblados como Coñaripe, Pocura, Traitraico, Quilentué, Llauquén, Chaillupén y parte de Licanray y Llanahue sufrieron sus consecuencias. Pucón y Villarrica fueron invadidos por una nube tóxica que hacía irrespirable el aire y miles de personas fueron evacuadas. Para nuestra suerte, ahora se controlan y registran todos los movimientos del magma del volcán, por lo que se sabe que pasarán muchos años más antes de que el Villarrica vuelva a mostrar toda su bravura. Descendimos un total de 45 metros bajo tierra y vimos las distintas formaciones de lava solidificada a lo largo de todo el recorrido. El sólo hecho de pensar que estábamos dentro de un río de lava subterráneo muy cerca del volcán fue una experiencia alucinante e inolvidable. Nuestro guía nos pidió que guardáramos silencio y apagáramos nuestras luces. La impenetrable oscuridad me invadió por completo, no se podía ver absolutamente nada. Un escalofrío indescriptible corrió mi cuerpo. Luego de esta experiencia, comenzamos el regreso. Al finalizar el recorrido, Roberto nos invitó a la confitería que se halla en el exterior, para que repusiéramos energías. Luego de un exquisito chocolate caliente, comenzamos a rememorar y coincidimos todos en que volveríamos al volcán.