Un recorrido en lancha por las aguas del lago Traful conociendo alguno de sus rincones y aprendiendo de sus geografías y misterios.
Muchos son los atractivos naturales que hacen de Villa Traful un lugar para no olvidar. Aquí, donde la naturaleza tiene mil secretos que ofrecernos, recibimos una invitación para conocer un bosque con particularidades distintas a las conocidas con anterioridad. ¿Por qué? Porque tiene sus raíces bajo el agua y porque para verlo tuvimos que navegar a través de las cristalinas aguas del lago Traful. Gran parte de los casi 60 cipreses que conforman el bosque sobresalen de la superficie del agua y comienzan a hacerse visibles cuando la embarcación llega a la orilla contraria de la villa. Su parte superior muestra troncos sin ramas de color casi blanco, desteñidos por su exposición al agua y el sol. La embarcación realizó un rodeo, como para “planchar” la superficie del lago. El silencio que imperaba en la lancha se transformó en exclamaciones de sorpresa al mirar hacia abajo del agua. A simple vista se observaban los troncos erguidos con sus ramas principales. Son cipreses que alguna vez vivieron en la ladera del cerro Bayo, o Alto Mahuida, y que, por un movimiento de tierra durante los años sesenta, se desprendieron en forma masiva hacia el fondo del lago aferrados al bloque de piedra en el cual estaban insertos. Increíblemente, la transparencia y la quietud del agua permitieron verlos a pesar de los casi quince metros de profundidad. Los troncos han perdido su vestido externo y parecen petrificados. ¿Tienen raíz?, ¿por qué no se tumban? Las preguntas del grupo se sucedieron una a la otra.
Centinelas del lago
Sorprende que a pesar de los años que permanecieron allí, esos cipreses no han perdido su distinción y su tronco erguido. Parecen centinelas vigilando la costa. Un misterio de la naturaleza y un paseo imperdible para los amantes del buceo, que llegan desde muy lejos para vivir
in situ la experiencia y llevarse excelentes fotos subacuáticas. Dejamos atrás esa rareza y viajamos en forma paralela a los acantilados muy erosionados que constituyen la costa norte del lago. Enormes formaciones rocosas dejan ver grietas, grutas, e impiden el acceso a ese sector por lo alto de sus paredes.
Gracias a la vida
En una de las grutas, vimos una virgen y Fernando Sciaroni, nuestro guía, nos habló del agradecimiento de un navegante a quien una fuerte tormenta tomó por sorpresa y que salvó su vida utilizando ese escondite. A modo de homenaje, erigió allí la figura de la virgen Stella Maris, patrona de los pescadores. Seguimos el recorrido y, al final de los acantilados, encontramos una bahía con su playa de arena muy blanca. Sin viento, allí todo era quietud y era excelente la visibilidad del fondo del lago. Bajamos del bote para permitir que unos pocos se dieran un chapuzón. Mientras regresábamos hacia la villa, el oleaje nos balanceaba y tuvimos una visión de conjunto de ambas orillas. Vimos la diferencia entre las dos márgenes. El lago, desarrollado de oeste a este, es un corredor natural de los vientos de cordillera. Fernando nos describió cada uno de los cerros del horizonte, de los que el Pico Traful, con sus 2.400 metros, era el más alto. Otros debían sus nombres a la figura que ofrecen desde lejos: Montura Chilena, Carpa, Cerro Negro y El Monje. La villa quedaba encerrada entre árboles y casi no se veía desde el agua. Sólo se apreciaban algunas casas edificadas en una loma con sus techos negros y chimeneas sobresaliendo. Fernando se mostró orgulloso de “que el lago esté libre de contaminación, ya que es uno de los pocos que quedan en la Patagonia donde aún puede tomarse el agua sin temor”. Como frutilla del postre, nos acercamos hasta esa enorme roca que vimos desde tierra firme y que llaman Mirador del Viento. Por algo lleva ese nombre: la fuerza del viento hizo que nos costara acercarnos con el bote. En la base de esa enorme mole pedregosa, ingresamos a una caverna natural luego de unas algunas maniobras. Muy poco espacio pero lo suficiente como para sacarnos una foto en ese lugar tan oscuro y extraño. Regresando hacia el puerto, contemplamos otra vez el cerro Bayo, de donde se desprendió hace muchos años el bosque de cipreses. Confirmamos que otro de iguales características tomó su lugar. Así, como en la vida, las misteriosas acciones de la naturaleza nos sorprenden porque luego existe una renovación.