Con las recortadas costas lacustres y los volcanes siempre presentes como marco, deslizarse por el lago permite contemplar el entorno en otra magnitud, desde un ángulo opuesto y magnífico.
Quien llega a Frutillar lo hace para disfrutar de un balneario alejado del bullicio y atraído por su tranquilidad, sus extensas playas de arena negra y su vida cultural. A ese escenario se le suma la posibilidad de realizar una majestuosa navegación en una de sus motonaves de turismo: el Colono. En varias ocasiones vimos la figura de este emblemático navío surcando las aguas del Llanquihue mientras disfrutábamos de un rato de esparcimiento junto a la costa. Su serenidad y blanco absoluto nos impactaron al punto de querer conocerlo, para lo cual fuimos hasta el Club de Yates. Atracado en el muelle, observamos sus detalles de construcción y recibimos la propuesta de realizar una salida; acordamos la hora para el día siguiente. Cuando ya estuvimos sobre su cubierta y todo estuvo listo, partimos con un lago apacible, sin viento y sin nubes, lo que nos aseguraba una travesía perfecta.
El primer impacto fue que sus motores casi no se dejaban oír. Navegando muy cerca de la costa, tuvimos una visión general de Frutillar muy distinta a la que ya conocíamos. Todo tomó otra dimensión y el Teatro del Lago, por ejemplo, nos pareció mucho más grande, más imponente y hasta descubrimos su torre vidriada, que no habíamos visto antes. Las inmensas casonas de madera de la avenida Phillipi, que alguna vez albergaron a los primeros colonos y ahora se han convertido en hoteles, restaurantes y casas de té, lucían mucho más desde esta nueva posición. Ese era el Frutillar histórico y cultural, pero había otro. Observamos ese otro Frutillar pujante que proyecta emprendimientos urbanísticos que conserven lo esencial de un pueblo para vivir en paz y que a la vez sea destino turístico de excelencia. Al pasar frente al complejo Patagonia Virgin, tuvimos un adelanto de ese espíritu, ya que se reforestará el bosque nativo, tiene su muelle propio y ya muestra sus hermosas casas de veraneo. Luego de estar en cubierta, conocimos el lujoso interior del Colono, con sus dos sectores con amplios sillones, uno con ventanales al exterior y el otro con un bar donde servirse algún brunch y un buen trago caliente o frío. La calidez en las maderas y las telas que componen el ámbito nos invitó a instalarnos allí, cómodos y sin casi sentir el movimiento. Conversamos con uno de sus tripulantes y conocimos algunos datos de su construcción: “Tiene 20 metros de eslora y navega estas aguas desde comienzos del 2008, cuando la Cofradía Náutica de Frutillar se propuso rescatar la esencia del tráfico que los colonos mantuvieron en el lago durante mucho tiempo”. Mirando hacia afuera, volvimos a encontrarnos con el ya amigo volcán Osorno, con su clásica nube que rodea la cumbre. Regresamos al Club de Yates con el ánimo renovado y mucho para contar de esta salida lacustre que despejó nuestro cuerpo y nuestra mente.