Acaba de publicar su segundo libro que se convertirá pronto en bibliografía de culto entre los mosqueros argentinos.
Aguas patagónicas, además de reflejar de manera excelente los ríos, lagos y arroyos de nuestra Patagonia, resulta una guía espiritual para el pescador con mosca, en la que es posible apreciar la sensibilidad y nostalgia de un autor que vivió más de una década pescando y dando cursos sobre esta apasionante actividad.
Y que, aunque hoy con domicilio en Buenos Aires, se lo escucha sostener con la misma pasión que alguna vez lo llevó al sur, que no podría vivir sin la pesca.
Ipat: ¿Cómo se despierta tu interés por la pesca deportiva?
Diego Flores: Empecé a los 9 años, completamente de casualidad. Mi familia compró una casa de campo a puertas cerradas en Centinela del Mar, una pequeña localidad entre Miramar y Necochea. No había servicio de luz ni de agua, y en un galpón aparecieron tres mojarreros. Como a media cuadra de casa pasaba un arroyito llamado Pescado, allí pesqué mis primeros dentudos y bagrecitos. Durante los próximos 4 años solamente pescaba en las vacaciones, porque a mis viejos no les interesaba la pesca. No porque me la hubieran prohibido, sino porque nunca la comprendieron. Pobres, cuando con 11 años me escapaba de casa a medianoche –porque en esos momentos picaban los bagres sapos más grandes– para ellos era muy atemorizante. Para ellos, que yo flotara ríos o desapareciera un mes en la Patagonia siempre fue motivo de preocupación. Para mí era aventura.
Ipat: ¿Cómo siguió la historia?
DF: A mis 13 años, mi viejo, que ya no me aguantaba más, me compró una cañita de fibra de vidrio maciza y un reel Esimar. Con él empecé a frecuentar la costanera, el puerto y Palermo, más o menos el circuito que recorrieron todos los pescadores formados en Capital. No tuve la suerte de tener un “lobo de mar” que me enseñara, y todo para mí siempre fue bien, pero bien de abajo. Mientras a mis amigos los llevaban a buenos lugares, yo dependía de la pesca que podía proporcionarme solo.
A los 17 me hice socio de la Asociación Argentina de Pesca y mi vida cambió por completo. Allí abracé con un ardor terrible la causa del spinning liviano tras doradillos, chafalotes, manduvas, más algún que otro pira pitá o surubí. Ese tiempo coincidió con los primeros viajes a las Encadenadas, el Salado y la isla Martín García, donde tuve la suerte de hacer unas pescas inolvidables de tarariras y bogas.
Ipat: ¿Cómo llegaste a la pesca con mosca?
DF: En los noventa, mis mejores amigos ya habían incursionado en la mosca. Yo cada tanto “mangueaba” una caña y pescaba un poco, pero la modalidad no me cerraba, es más, en mi fanatismo por los señuelos, me transformé en un obstinado detractor. Con 20 años, ya tenía dos viajes al sur, pero siempre en spinning. Hasta que un día hice un click mental y cambió todo. Dicen que no hay peor fanático que el converso, que el arrepentido. Yo puedo asegurar la veracidad del dicho. En el ‘92 fui dos veces a la Patagonia con mosca, en marzo y en diciembre, y en esos viajes comprendí que mi vida debía cambiar radicalmente. Con 22 años dejé todo lo que tenía y me fui a Bariloche a vivir y a estudiar la carrera de Técnico en Acuicultura en la Universidad del Comahue. Allí empecé una vida despreocupada, en la que lo único que me importaba era estudiar y pescar todos los lugares que pudiera. Fueron unos años de disfrute y crecimiento maravillosos.
Ipat: ¿Y se podría decir que esos conocimientos universitarios te han hecho mejor pescador?
DF: Influyeron, por supuesto. Más en una pesca de salmónidos, donde los conceptos biológicos resultan muy importantes. El hecho de poseer determinados conocimientos finos optimiza tu pesca, hace que puedas disfrutar mucho más. El pescador ignorante se amarga, desperdicia un montón de oportunidades que le pasan por enfrente de la nariz sin siquiera darse cuenta. Oportunidades que pueden transformar una salida mediocre en una digna de guardar en el recuerdo. En este punto radica buena parte de la diferencia entre un buen y un mal pescador.
Ipat: ¿Y tu primera trucha con equipo de mosca?
DF: Costó muchísimo. Fue en el río Chimehuín, cerca de un lugar al que los lugareños llaman la “barranca de los loros”. Salió tras “zapallear” el río casi 10 horas, desde Junín de los Andes hasta cerca del río Curruhue. Fue todo lo contrario de lo que es un pez bien sacado. Yo pensé que el simple hecho de ser un buen pescador de spinning, con sólo cambiar por un equipo de mosca, sería un buen mosquero. Un concepto erradísimo, nacido en gran parte de las mentiras que venden ciertos medios gráficos, de los cuales yo era un voraz consumidor. Sin duda uno de los aspectos más entrañables de la mosca es el de ser la modalidad en que menos podés mentirte a vos mismo o a los demás. Es la modalidad donde la farsa queda al descubierto más rápidamente.
Ipat: ¿Y cómo ves hoy el crecimiento que ha tenido la pesca con mosca?
DF: Para bien o para mal, depende de cómo se lo mire, hoy la pesca con mosca está de moda y mucha gente llega a la mosca sólo por eso, por agradar dentro de un grupo social, por la cultura consumista del “llame ya”. Antes, normalmente se llegaba después de un duro y completo proceso de evolución personal, ligado a lo íntimo y a lo espiritual, no a lo material o a lo social. Hoy esto no está ocurriendo, y el nivel del mosquero medio está cayendo estrepitosamente. Ojo que también es un proceso proporcional al deterioro de cultura en la Argentina. Es increíble la gente que se siente con derecho a parlotear estupideces, cuando en su vida tocaron un pez o agarraron un mojarrero. Mucha histeria y poca humildad. Cómo explicarles que las truchas no son sensibles al costo de sus equipos o su prepotencia, sino a su técnica e instinto. Una técnica que sólo se logra con sacrificio y un instinto que recién toma forma después de muchos años.
Ipat: ¿Cómo se llega a ser un buen pescador?
DF : Si te interesa ser buen pescador, lo mejor que podés hacer, por no decir lo único, es pescar todo lo que puedas. Empezar a acumular “horas agua”, de la misma manera en que los pilotos acumulan horas vuelo. Si está en nuestras posibilidades, el cocktail se potencia pescando a la sombra de alguien mejor que nosotros y consultando un buen material bibliográfico. El resto surge con las inquietudes y las necesidades que se van planteando con cada etapa que se nos abre. Y en ese sentido, la pesca es interminable, porque la gracia no está en anclarse a un punto, sino en hacer un salto de calidad. Redescubrirla y redescubrirse con la llegada de cada nueva temporada.
Ipat: ¿Se podría decir que existe el “gen del pescador”?
DF: Por supuesto. Hay una diferencia muy grande entre el que pesca porque lo siente y el que lo hace porque es chic. Yo soy un tipo al que si le sacás la pesca, se muere. No concibo una vida sin pescar. Y cuando digo pesca no digo solamente mosca, porque me considero pescador de todo tipo de pescas, siempre que sean sutiles. Habiendo tenido la suerte de pescar y guiar en lugares terribles, si encuentro un charquito con mojarras, enseguida me entra la “pimienta” igual que cuando era chico. Es algo que espero no perder nunca, porque es maravilloso. Eso es el gen del pescador.
Ipat: Hablemos de Aguas Patagónicas. ¿Cómo se fue dando el proceso del libro?
DF: Mi primer libro, producido con Javier Haramina con sólo 25 años, fue la Guía de Pesca Andino Patagónica 96-97. Lamentablemente, si bien fue un aporte original, no quedó como queríamos. Esa sensación amarga me alejó por años de mi obra. Pasó el tiempo y, tras varios lavados de cabeza de Esteban Etchepare, decidí encarar una reedición mucho más ambiciosa. Creo que lo que más me sedujo fue la magnitud y el riesgo de una obra que abarcara toda la Patagonia. La posibilidad de redimirme del primer libro, pero al cubo. De demostrar que podía superar todos mis errores anteriores.
Los primeros tres años fueron los de mayor trabajo. Escribía prácticamente todos los días y el borrador superó las 900 páginas. Luego vino un proceso de corrección de estilo de casi dos años, en el que se trató de pulir la redacción y armonizar la información en un cuerpo coherente, en una idea central. Te cuento que quedaron fuera del libro unas doscientas páginas, sobre aspectos biológicos y técnicos. Si todo sigue bien, es probable que dentro de un tiempo vean la luz como un libro complementario de Aguas Patagónicas.
Ipat: ¿Tuviste el apoyo de algún editor?
DF: La verdad es que me cansé de buscar editores, así que finalmente nos juntamos con Germán Pacho y decidimos sacar el libro en forma independiente. Y fue un verdadero acierto. Quiero aclarar que el papel de Germán no fue sólo económico. Germán es un buen fotógrafo y un gran conocedor de la Patagonia austral y Tierra del Fuego, donde es guía en el río Grande desde hace tres temporadas. Su apoyo resultó trascendental en muchas partes del libro, sobre todo en lo que hace a imagen y a la zona que él más conoce.
Ipat: ¿Cómo definirías el libro?
DF: Creo que es un libro profundo, con muchas lecturas. Con un balance de “horas agua” y “horas biblioteca”, que lo hace interesante tanto al recién iniciado como al experto. Por un lado, es una guía enciclopédica de todos los ambientes acuáticos de la Patagonia, con una información muy útil sobre pesqueros, técnicas y entomología. También es un libro en el que la pesca se convierte en una excusa para tocar temas muy enriquecedores, que hacen a la gente, a la geografía y la historia del lugar. El capítulo I, por ejemplo, bien podría usarse como material de estudio en las escuelas secundarias.
Ipat: ¿En algún lugar del libro aparece tu forma de pensar la pesca?
DF: Creo que mi forma de pensar la pesca se advierte en todo el libro. Mi apartado favorito se titula El papel del pescador en el nuevo milenio, donde expreso en forma completamente frontal mi pensamiento sobre el tema más crucial que atañe a los pescadores: la conservación del ambiente.
Llegado a este punto quiero contarte algo muy íntimo. Para mí, Aguas Patagónicas es una rebelión a los valores que me rodean. Vivimos un tiempo en que a casi nadie le importa hacer basura con la excusa de la rentabilidad, de hacer más y más dinero. Mi decisión fue la inversa: poner la calidad de la información sobre todo. Soy un convencido del gran potencial intelectual encerrado en cada lector y apunto a subir la media, aunque pierda. Elijo el camino más largo, pero a la vez más profundo, aquel que implique un crecimiento personal basado en el crecimiento de la sociedad que me rodea.
E-mail: diego.flores@fibertel.com.ar
"...En el manejo de la pesca deportiva existen cuatro pilares fundamentales: educación, investigación, legislación y control. Actualmente, lo que mejor está funcionando es la legislación. Te puedo decir que la legislación es muy buena, pero si no existen los controles necesarios no sirve. Aunque tampoco todo pasa por controlar, se debe educar fundamentalmente al pescador..."
El 7 de octubre de 2008, Mel Krieger, a los 80 años de edad, dejó de pescar y se convirtió en uno de los mitos más grandes que tuvo la pesca con mosca. Sabemos que las despedidas son tristes, pero estamos seguros de que con cada inicio de temporada habrá en cualquier sitio de nuestra amada Patagonia y del mundo un recuerdo de su grandeza. Podrán pasar los años y Mel siempre seguirá pescando junto a nosotros…
"...Todos debemos contribuir a la sanidad y belleza de los ríos y lagos. Debemos mantenerlos limpios, tanto en lo que se refiere a la pureza del agua como a las riberas y costas. Debe existir un límite estricto a la cantidad de peces que se pueden matar. Debe considerarse la aplicación del concepto de pesca con devolución en muchas, si no todas, nuestras aguas. Es ideal tanto que la población de peces como la cuenca hídrica mantengan ese punto de equilibrio crítico que existe en todas las grandes zonas de pesca y que se aplique una filosofía que eleve la experiencia de pesca a un nivel superior al de ser un instinto del hombre por buscar su alimento.."