“La Patagonia es demasiado grande. Inmensa, para alguien que viene a pescarla sólo un par de días.”
Me alquilo para soñar es un cuento del genial escritor colombiano García Márquez. El título resume en forma perfecta el oficio de los guías de pesca. En ellos descansa nada más ni nada menos que el éxito o el fracaso, y la difícil tarea de hacer realidad los sueños del pescador.
Si bien la pesca tiene su gran cuota de azar y resulta por ello irracional, existen determinadas personas que poseen un verdadero conocimiento sobre su lugar de influencia, casi “científico”, podríamos decir.
Y este don, que no es algo innato sino algo que la experiencia se ha encargado de enseñar, crear y perfeccionar, los hace imprescindibles a la hora de organizar una salida de pesca, para que ésta resulte exitosa y agradable para el pescador.
Por ello, cuando se decide ir a pescar a un lugar que no se conoce, resulta fundamental contratar los servicios de guías de pesca o asesorarse por baqueanos que conozcan realmente los lugares de la Patagonia donde se realizarán los intentos.
Pesco porque me gusta. Porque disfruto de los lugares invariablemente hermosos donde se encuentran las truchas y me disgustan los lugares invariablemente feos, donde se juntan las multitudes. Pesco porque así escapo a los avisos de televisión, a los cocktails y a las malas actitudes sociales.
Porque en un mundo donde la mayoría de los hombres parecen transitar la vida haciendo cosas que detestan, mi pesca es a la vez una fuente inagotable de placer y una pequeña rebelión. Porque las truchas no mienten, ni hacen trampa, ni pueden ser compradas ni sobornadas o impresionadas por el poder, sino que responden únicamente a la quietud, a la humildad y a la paciencia.
Porque sospecho que los hombres recorren este camino por última vez y no quiero desperdiciar el viaje, porque gracias a Dios no hay teléfonos en los ríos trucheros, porque solamente en los bosques puedo encontrar la soledad sin sentirme solo, porque el whisky que se toma en un viejo jarro de lata siempre es más rico, porque tal vez un día pesque una sirena, y finalmente, no porque considere que pescar sea tan terriblemente importante, sino porque sospecho que muchas preocupaciones de los hombres son igualmente intrascendentes y ni por asomo tan divertidas.
R. Traver
Cuando oí el comentario me resultó ridículo, incluso con gusto a mal chiste. Pero cuando observé con mis propios ojos que se trataba de algo real, me dieron ganas de ponerme a llorar. Hasta diría que un par de lágrimas pasaron a formar parte de las transparentes aguas del hermoso río.
Para quienes están leyendo y no entienden todavía de qué se trata, les cuento que, actualmente, en la boca del río Chimehuín con el lago Huechulafquen (Junín de los Andes), un lugar mítico y de culto para los pescadores deportivos de todo el mundo, aparece el esqueleto de madera de un hotel en construcción. Una verdadera falta de respeto, no sólo para los pescadores, sino también para todos los turistas en general, que actualmente disfrutan de un lugar mágico, modificado por un error que cometen algunos hombres: construir donde no se debe. Lamentablemente, a veces sucede que los sueños de algunos se enfrentan con los sueños de todos. Lo importante es que las autoridades provinciales o nacionales se den cuenta a tiempo de que los sueños de todos valen mucho más.
No creo que haya hombres malos ni buenos. Creo, y quizá peco de positivo, que muchos podemos equivocarnos, acertada o ingenuamente. Pero los verdaderamente malos son aquellos que una vez que conocen el daño no hacen nada por revertirlo.
Quizás esto llegue al dueño o a los dueños de semejante ridiculez. Quizás me maldigan o quizás me ignoren. No importa. A ellos me gustaría decirles que la boca del Chimehuín es uno de los pocos lugares en el mundo donde todavía se puede ver a Dios, sin tener que pedirle permiso a los hombres. Y espero, por el bien de los sueños de todos, que siga siendo así para siempre.