Producto del boom turístico en la región, Puerto Natales dejó de observar celosamente a las Torres del Paine para convertirse en un destino con identidad propia.
Andar en bicicleta es una forma práctica de recorrer lugares nuevos aprovechando el tiempo al máximo. Es posible cubrir más terreno que a pie y permite observar el entorno con mayor precisión que en automóvil. Si a esto le sumamos un sendero de montaña, hermosas vistas panorámicas por los alrededores del Parque Nacional Torres del Paine, una laguna con aguas cristalinas donde reposar los sentidos y vertiginosas bajadas entre rocas, es imposible no aceptar el programa que la gente de Sendero Aventura tiene preparado para disfrutar de una intensa jornada de cicloturismo. Una camioneta 4 x 4 cargada con las bicicletas de montaña en el portaequipaje nos transportó a 30 kilómetros al norte de Puerto Natales. Pablo y Cristian – ambos guías – me explicaban el circuito que iba a realizar por los alrededores de la laguna Sofía. Abandonamos la Ruta Nº 9 por un camino de ripio que se abrió a la izquierda y bajamos las “bicis” para dar comienzo a la aventura.
“A pedalear” se ha dicho
Durante los primeros metros, Cristian nos recordó el uso de los cambios de marcha. Adapté la bike de montaña a mi gusto, ajusté mi casco de seguridad y me dejé llevar por el primer declive hasta la orilla misma de la laguna. Un bello espejo de agua reflejaba a la cordillera de los Andes, mientras que un denso bosque magallánico nos invitaba a recorrerlo. Continuamos la marcha observando los nidos de cóndores ubicados sobre las paredes que nos circundaban. El camino se transformó en sendero y, en subida, contemplamos cómo se ampliaba la panorámica. Llegamos a un punto donde aprovechamos para detenernos y comer alguna fruta y chocolates. Nos invadió un silencio sobrecogedor. A lo lejos, el cerro Prat, la Punta Tenerife, el cerro Almirante Nieto y el imponente macizo de las Torres del Paine – con sus cuernos y todo – eran los dueños del horizonte.
A toda velocidad
Entre subidas y bajadas, continuamos transitando. En bicicleta todo es mucho mejor. Se pueden apreciar mejor los sonidos y olores y así se amplía el contexto de la experiencia. Además, cada uno regula su propia velocidad de acuerdo a sus propios intereses y capacidades. Cuando se hace este tipo de ejercicios, es importante tener en cuenta la hidratación. Que no pasen quince minutos entre sorbos es un buena receta para cumplir con la cuota mínima de líquido y culminar el paseo con éxito y sin agotamiento. Comenzamos a ascender por un morro que parecía interminable. “¡Fuerza!” gritó nuestro guía intentando dar aliento y así llegar a lo más alto de la excursión. El sendero presentaba una inclinación tan aguda que para poder llegar tuvimos que bajar los cambios al plato más pequeño y poner la corona más grande. En la cima abandonamos las bicicletas unos instantes y faldeamos el cerro pasando por una cueva hasta llegar a una punta. Otra vez nos dejamos fascinar por el paisaje, que parecía una pintura realista. Con los dedos pulgar e índice de ambas manos enmarcamos la postal para apreciar todo el valle de Sofía, el seno Última Esperanza, el fiordo Eberhard y, bien a lo lejos, el comienzo de los glaciares Balmaceda y Serrano. El paisaje -puro y desbordado– es el protagonista indiscutido en estos puntos de las Patagonia. Volvimos a las
mountains bikes. Después de toda subida viene lo mejor. Una interminable bajada, entre saltitos de agua, rocas y badenes naturales, nos llevó derechito hasta la entrada de la cueva del
Milodón.
La caverna prehistórica
Después del vertiginoso descenso, donde alcanzamos una velocidad de 40 km/h, fuimos a recorrer la conocida caverna donde se encontraron restos de un animal prehistórico bautizado con el nombre de milodón en 1895. En el interior de la cueva, aprendimos que el milodón fue un herbívoro de grandes dimensiones que se extinguió a fines del Pleistoceno. Este área tiene además un gran valor arqueológico, ya que también sirvió de morada al primitivo hombre patagónico hace unos 12.000 años. Tras visitar la caverna, cruzamos al restaurante ubicado enfrente para reponer energías. Degustamos una exquisitas costillas de cerdo con ensaladas. La larga sobremesa hizo que perdiéramos la noción del tiempo. El cielo se puso rojizo y, por ende, decidimos cargar las bicicletas a la 4 x 4 para volver a Natales. Un día intenso de actividad culminaba. Con las piernas relajadas y sentado en la parte trasera de la camioneta, giré mi cabeza y miré por última vez el desolado camino de ripio. Detrás, las montañas... siempre las montañas.