Chapelco no sólo brinda excelentes pistas para los esquiadores, también ofrece interesantes opciones para disfrutar de la montaña en invierno.
Pleno invierno, mucha nieve y las pistas del Chapelco están llenas de esquiadores deseosos de aprovechar al máximo su semana. Pero esta vez nos acercamos al complejo invernal para realizar una actividad distinta del esquí y el snowboard: el trekking con raquetas de nieve. Esta práctica cobra cada vez más auge en distintos centros, pero el primero en realizarla fue Chapelco y en la actualidad numerosos visitantes eligen esta opción. Si bien en el pueblo el cielo se presentaba bastante cerrado, cuando llegamos a la base del cerro el sol resplandecía y prometía una jornada espléndida. Nos dirigimos rápidamente a la casita de los huskies en la plataforma 1.600, para encontrarnos con nuestra guía. Marina nos esperaba junto a algunos turistas que también iban a ser de la partida. Después de probar y ajustar las raquetas, salimos para iniciar el recorrido por el mismo camino que utilizan los trineos. Pronto nos desviamos por un pequeño sendero que se internaba en el bosque de lengas.
Magia en el ambiente
Dejábamos atrás las pistas y el bullicio de la gente del cerro para entrar en el silencio del bosque. Todo estaba tan nevado y brillante que parecía irreal, de una belleza fantástica. Luego de caminar un rato, Marina hizo un alto para explicarnos cómo funcionan las raquetas: las fijaciones ajustan la bota a una pequeña plataforma de plástico con grampones, la parte de los talones permanece libre para poder transitar en terreno plano o con pendientes sin dificultad. “Caminen normalmente, guardando algo de distancia para no molestarse”, remarcó. De esta manera dominamos rápidamente las raquetas y continuamos nuestro paseo. Cada tanto parábamos para admirar el paisaje y nuestra guía aprovechaba para comentarnos sobre la riqueza ecológica de este lugar. Las lengas son árboles nativos que crecen en la montaña a determinada altura, están recubiertas de un líquen conocido como “barba de viejo” que sólo se desarrolla en ambientes puros y que por esta razón es abundante en los bosques cordilleranos. También observamos una planta conocida como “lihuen” que se aferra al árbol, formando nudos, y cuyo fruto, el llao llao, era muy utilizado como alimento por las comunidades originarias. Seguimos adelante, subiendo pendientes y cruzando pequeños puentes sobre cursos de agua tapados de nieve. Finalmente llegamos a un mallín, un lugar anegadizo que se abre en el bosque y que, en esta ocasión, parecía una gran alfombra blanca y mullida que invitaba a tirarse a mirar el cielo. Este era el lugar indicado para “la foto” y mientras la sacábamos, Marina preparaba el brindis: licor de rosa mosqueta y chocolates, excelentes para festejar nuestra corta travesía. Cuando volvíamos recordé lo que me había dicho nuestra guía antes de salir: “es una experiencia contemplativa”. Y, de hecho, en poco más de una hora habíamos recorrido y admirado la belleza natural de la montaña.
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