Paseo en kayak en Villa La Angostura

Todos los climas son propicios para practicar kayak. Cada uno presenta un encanto especial y un desafío diferente, lo esencial es tener el equipo adecuado y no mojarse ni sentir frío.

Habíamos disfrutado del lago Nahuel Huapi desde lo alto de un cerro y desde un avión, faltaba hacerlo deslizándonos sobre su superficie. Fue por eso que contactamos un instructor de kayak de la localidad. Cuando llegamos al lugar de reunión en el muelle sobre bahía Mansa, en Villa La Angostura, encontramos a Pablo Beheran, que estaba acondicionando los kayaks amarillos dobles con todo lo necesario para el paseo. Mientras el sol iba calentando el ambiente, el grupo mantuvo una charla previa para entender los lineamientos básicos de la actividad. Remo en mano, nos familiarizamos con el movimiento que haríamos después en el agua. En nuestro grupo todos éramos inexpertos, por lo que nos acompañó un instructor. Los novatos iríamos sentados en el copit de adelante, una posición privilegiada, como un balcón al lago.

  • Lago Nahuel Huapi

    Lago Nahuel Huapi

  • Un desafío diferente

    Un desafío diferente

  • Playas en lugares algo escondidos

    Playas en lugares algo escondidos

  • Merendamos, descansamos, charlamos

    Merendamos, descansamos, charlamos

  • La sensación de inmensidad, de serenidad

    La sensación de inmensidad, de serenidad

  • Los kayaks amarillos dobles

    Los kayaks amarillos dobles

El equipaje fue ubicado en los compartimientos estancos de los kayaks: lo reglamentario y lo que haría más cómoda nuestra travesía. Nos vestimos para la ocasión: campera impermeable, chaleco salvavidas y el cubre copit. Parecíamos marcianos, pero Pablo aclaró que todo era negociable menos el salvavidas, por seguridad. Se escuchó el sonido de los kayaks arrastrando su panza por la arena hacia el agua y embarcamos. El lago estaba levemente movido y eso le dio emoción a nuestra salida. Todas las precauciones habían sido tomadas.

Proa al infinito

Avanzamos lentamente por el brazo Angostura mientras movíamos el agua con nuestro remo, hacia un lado y a continuación hacia el otro. Los primeros tramos fueron de aprendizaje y experimentación. Sentíamos que parte de nuestro cuerpo estaba por debajo del agua y eso daba comodidad al movimiento de brazos y remos. Éstos no debían hundirse, sólo introducíamos media paleta. El cubre copit o “pollerita” se encargó de evitar el ingreso del agua a la butaca. Cuando logramos estabilizar el ritmo con los remos, dejamos que nuestra vista recorriera el horizonte. Los grandes cordones montañosos que rodean el lago Nahuel Huapi nos impactaron y nos hicieron sentir ínfimos. Respiramos profundo y seguimos mirando a través de esa inmensa ventana sin fin. Por delante nuestro un macá overo, inmutable, pasó tan cerca de la embarcación que podríamos haberlo acariciado. Este ave se zambulle habitualmente para buscar su comida, como también lo hacen los patos vapor o el cormorán de agua dulce, tanto en invierno como en verano. Visitamos tres playas en lugares algo escondidos. En cada una de ellas nos recibieron los temerosos teros, que desconfiaron de nuestras intenciones. En tierra firme, merendamos, descansamos, charlamos y compartimos experiencias y sentimientos de lo vivido. ¿Cómo nos viste? ¿Las piernas siempre permanecen extendidas y quietas? ¿A qué velocidad avanza el kayak? Todas nuestras preguntas tuvieron una respuesta por parte de Pablo. Por él supimos algo más de navegación, de los misterios del lago, de especies vegetales y animales. Pablo nos dijo: “El plan de salida lo armo el día anterior de acuerdo a lo que grupo sugiere y de acuerdo con las condiciones de navegabilidad le doy el visto bueno final. Cuando la temperatura lo permite, nos damos una zambullida en algún lugar tranquilo del lago y practicamos snorkelling con trajes de neoprene, máscaras y tubos que llevo en el kayak”. Contemplamos la distinta coloración del agua: verdes marítimos en las zonas donde el fondo presentaba troncos caídos. Azules más marcados cuando la profundidad era mayor. Un efecto óptico nos mostró los troncos caídos como muy cercanos, pero no era así.

Lejos, muy lejos. Cerca, muy cerca

La sensación de inmensidad, de serenidad que da el lugar dificulta medir las distancias. Las montañas cercanas estaban bien dibujadas y las lejanas aparecían por detrás de una leve y casi imperceptible bruma sobre la superficie del agua. El silencio permitió conversar con nuestro compañero en tono agradable y sin estruendos durante toda la travesía. Confianza y tranquilidad nos acompañaron en todo momento. Sólo percibíamos el leve oleaje a nuestros costados. El mate, amigo inseparable de los deportistas, se sumó al grupo. Además de crear un clima amistoso, consiguió que el cuerpo se entibiara. Supimos que cuando las condiciones lo permiten, se hace una parada en medio del lago, se cruzan los kayaks y se matea y charla allí mismo. ¿Qué sentís cuando remas, Pablo?, preguntamos. “¡Felicidad! Amo con toda mi alma el kayak y contagié a mi mujer y a mi hijo este sentimiento”, fue la respuesta. Él dejó su Entre Ríos natal para encontrarse con la inmensidad de los lagos. Agregó: “Para venir al Sur, hay que estar en paz con uno mismo”. Nosotros sentimos la liviandad del ave sobre nuestro kayak y miles de sensaciones visuales e internas unificadas para hacernos sentir en libertad.

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Autor Mónica Pons Fotografo Eduardo Epifanio

Nivel de dificultadNivel de dificultad: Baja
DuraciónDuración: Travesías de distinta duración.
Sugerencias Utilizar calzado deportivo, anteojos oscuros y protector solar.
Salidas todo el año.

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