Los bosques andinopatagónicos son espacios perfectos para la práctica del trekking y para poner a prueba la propia resistencia física y la de nuestras zapatillas.
Conocer el lago Quillén es una aventura en sí misma, ya que allí la naturaleza en estado virgen ofrece la posibilidad de pernoctar y realizar caminatas. El contacto con la vegetación autóctona y con el aire puro es una experiencia excelente para el cuerpo y el espíritu. Para conocer esa zona, dejamos atrás
Aluminé tomando hacia el sur hasta encontrar una bifurcación que nos llevó hacia la cordillera, con rumbo oeste. A partir de ese punto, el río Quillén se asoció a nuestro paseo y hasta tuvimos ocasión de ver algunos pescadores con mosca haciendo sus lances sobre el agua. Mientras andábamos, encontramos la comunidad mapuche Currumil, con sus casas características de madera y sus animales en pleno pastoreo. Varias estancias se ocupan de criar ganado y algunas hosterías reciben cazadores que se dirigen a los cotos de caza de la zona. La vegetación exuberante nos mostró el ingreso al parque nacional Lanín. Los bosques de coihue y lenga son más extensos que los de araucarias y albergan también otras especies introducidas, adaptadas al hábitat. El color fuerte de las flores resaltaba sobre los mil verdes de la montaña. Una visita al guardaparque nos aseguró la información que necesitábamos para recorrer el sector.
Premio mayor
La costa norte del lago Quillén es baja, amplia y pedregosa. Sentados a pocos metros de la orilla, descubrimos maravillados el cono de hielo del volcán Lanín, que sobresalía por detrás de la montaña con sus casi 4.000 metros de altura. Allí abrimos nuestras mochilas y armamos nuestras carpas aprovechando bancos, mesas y baños a nuestra disposición. Seguimos con la mirada a los pescadores que en su pequeña lancha surcaban el espejo lacustre para trasladarse a otro sector. La pesca está reglamentada; solo se permite utilizar mosca y devolver las piezas al agua; no está autorizado el
trolling o pesca de arrastre. ¡Esto sí que es pesca deportiva! Habíamos previsto varias excursiones. Las guías especializadas nos mostraron el “paso a paso” del sendero que comunica los lagos Quillén y Hui Hui, un clásico entre los caminantes. Para llegar a destino, debíamos andar unos trece kilómetros (ida y vuelta) a pie o en bicicleta y, como allí no se puede acampar, regresar en el día. Solo el inicio del
trekking se considera abrupto y le sigue un camino plano entre bosques de montaña. “Es tiempo de frutillas, el guardaparque comentó que las íbamos a ver por el camino”, dijo un compañero. “Quillén” en lengua araucana significa “frutillar”. Buen postre para un día de caminata bajo el sol del verano. La aventura estaba dispuesta; solo teníamos que ponerla en funcionamiento.