El chocolate habla un lenguaje universal y esto se refleja en las civilizaciones que lo adoptaron como bebida o postre desde tiempos remotos, cambiando las recetas y adaptándolas al gusto de la época.
Siguiendo nuestro olfato, nos dejamos seducir por un recorrido a través del mundo del chocolate a partir de la idea mágica de la más antigua chocolatería de San Carlos de Bariloche. Para nosotros el chocolate como bebida estimulante y atractiva tenía ciertas incógnitas. Las fuimos dilucidando a medida que avanzábamos por los pasillos del museo. Una joven guía fue desgranando leyendas, dichos y palabras escritas que fueron pasando de generación en generación y que se remontaban a la época de mayas y aztecas. Las plantaciones de cacao, el principal ingrediente del chocolate, se desarrollaron siempre en lugares tropicales. Una maqueta mostraba una réplica del árbol, sus frutos y las semillas que de él se extraen. Esa semilla así, a la vista, estaba lejos de parecer cacao. Sólo al fermentar comenzaba a mostrar su principal característica: un aroma enérgico, fuerte y con carácter.
Las distintas salas y la calidez de nuestra guía hicieron muy divertido y didáctico el recorrido. Los pasos de la utilización del chocolate fueron presentados con claridad y con figuras y láminas que explicitaban lo escuchado. Los aztecas se esforzaron por dejar jeroglíficos sobre sus costumbres diarias. Gracias a ello pudimos enterarnos de que molían los granos de cacao y los ofrecían a sus dioses en forma de bebida. Ellos le atribuyeron un valor místico y religioso. Además, los aztecas manejaban los granos de cacao como moneda corriente para realizar trueque. Fue nuestro primer acercamiento al “xocolatl”. Imaginábamos que no sería tan agradable como las tabletas que disfrutamos en la actualidad.
Conquistando sabores
Cuando Hernán Cortes llevó a España la novedad, fueron Carlos V y su corte los primeros en probar las bayas traídas desde América. Con los años, la receta fue evolucionando y se añadieron azúcar y calentamiento. Hoy en día es fácil transitar por las principales calles de Bariloche para encontrar novedades en chocolate, pero cuántos centurias han transcurrido desde su descubrimiento hasta adecuarlo al gusto de nuestros días. Siguiendo los pasos de la historia, nos contaron que desde España se extendió a otros países europeos y fueron Inglaterra, Francia e Italia quienes recogieron el guante y se especializaron en la fabricación de chocolate en todas sus formas. Justamente, era italiano el primer maestro chocolatero que llegó a Bariloche en 1947: Aldo Fenoglio. Sólo había traído sus pailas de cobre y sus conocimientos invalorables. Pronto su experiencia se hizo conocer a partir de la chocolatería Tronador. A la par llegaron sus familiares, entre ellos Benito Secco, quien abrió la chocolatería El Turista. Tronador pasó a llamarse Fenoglio y la ciudad empezó a identificarse con sus aromas. Entramos en la era actual, en la que el chocolate en nuestro país se desarrolló particularmente en Bariloche, si bien en la sociedad porteña ya se compartía en las tertulias entre amigos en el siglo XIX. Mariquita Sánchez de Thompson fue famosa por ofrecer chocolate junto a bizcochos dulces en los encuentros que organizaba en su casa. Política y música se aliaban al gusto por el chocolate. Al final del recorrido por el museo, en unas vitrinas observamos tazas y platos de porcelana de distintas épocas y etiquetas de los más afamadas chocolate del mundo. Todos conforman lo que hoy conocemos de esta historia tan agradable como universal. La sala de elaboración era enorme y visible a través de ventanales internos. Los artesanos chocolateros trabajaban esa exquisitez a la vista. Nos detallaron los pasos que deben pasar los granos de cacao para armar los distintos tipos de productos. Molido, refinado y unido con manteca de cacao, leche y azúcar a una temperatura constante. Todos eran prolijamente empaquetados. En un rincón, dos señoras decoraban en forma manual bombones, tabletas y figuras. Las enormes y modernas máquinas incorporadas recientemente facilitan el cumplimiento de la demanda. A la hora de la degustación, nuestras papilas gustativas se activaron a su máxima potencia. El resto lo hizo nuestro cerebro accionando esas hormonas del placer que siempre nos piden un trocito más de chocolate.