Los perfumes del ambiente pastoril, los atavíos de los miembros de la comunidad y la gran cantidad de público que acompaña la fiesta son la esencia de este encuentro de tradiciones.
En
Caviahue, el paraje Cajón Chico es sinónimo de “veranada” del pueblo mapuche. Es el escenario donde transcurre su vida en tiempos de calor y también donde se realiza la Fiesta del Telar a fines de cada verano. Se trata de un valle amplio, amparado por montañas laterales con pequeñas lagunas y grandes rocas diseminadas aquí y allá. Varios ranchos con sus vacas, caballos y cabritos fueron el entorno ideal para las destrezas campestres organizadas para la ocasión. Todo comenzó el sábado muy temprano. El predio lucía sus colores de día de fiesta gracias al empeño de los organizadores. Los colores patrios presidían el campo de jineteada, eje de todas las actividades, en sus banderas y postes recién pintados. En un palco de transmisión, locutor y payadores tomaban la palabra para alentar, para divertir pero sobretodo para ir dando detalles de la agenda de actividades.
El desfile inaugural fue impactante: envueltos en una gran polvareda fueron ingresando al campo los jinetes de la comunidad con estandartes de las agrupaciones mapuches. Lucían su mejor indumentaria y sus caballos estaban ataviados con detalles de cuero trenzado y plata. “Disculpe el poquito de tierra, pero es la presencia de la paisanada argentina.¡Sáquese las ganas de aplaudir!”, palabras del locutor. Añadió: “Los perros, fieles compañeros del gaucho, no se podían quedar en casa y ¡se sumaron a la fiesta!”. Los jinetes diferenciaron su vestimenta. Los mayores no olvidaron sus sombreros de paño y el facón por la espalda en la cintura. Los jóvenes, más informales, lucían boinas de paño o tejidas colocadas de costado y el teléfono celular en un bolsillo lateral de la bombacha de campo.
Fuera de libreto
Una manada de chivos apareció no se supo de dónde y cruzó, curiosa, entre las delegaciones. Era de suponer que se trataba de la ruta obligada de sus movimientos diarios y nadie se atrevió a contradecirlas.
El primer desafío fue la elección del mejor “emprendado”. Se sucedieron distintas destrezas criollas a caballo y para todas las edades. Mostraron todo lo que realizan en su vida diaria: jineteadas, pialadas y montas sobre pial, sortija, etc. Los movimientos de caballo y jinete eran tan acompasados que se fundían en una sola figura. Nos acercamos hasta los
stands donde las matras, mantas, fajas y ponchos realizados con telar congregaban las miradas de los visitantes. Apreciamos el trabajo laborioso de las tejedoras con varias técnicas. La joven organizadora de la muestra, Lorena Torres, se mostró convencida del rol que mujeres y juventud tienen en la comunidad. Junto a la profesora de tejido Herminia González, se han comprometido a difundir sus tradiciones tanto en esta labor femenina como en el lenguaje oral de sus mayores. Herminia nos habló de los pasos previos al tejido de telar. Desde la obtención de la lana de sus propias ovejas hasta el armado del armazón de madera donde se apoyará el tejido, todo lo hacen ellas mismas. “¿Qué creen que les da el color a las prendas?”, nos preguntó Lorena. “Pues el hollín de las hornallas, las cáscaras de la cebolla y de los piñones, entre otras formas de teñido”, nos dijo sabiendo de nuestro escaso conocimiento al respecto.
Las manos hábiles de Herminia pasaban las lanas en el telar, sosteniendo con el palo, golpeando el tejido para que quedara fuerte, unido. Supimos cómo se arman los dibujos, cómo hilar en la rueca y que las artesanas de la comunidad Millaín Currical han sido premiadas por ser las mejores tejedoras de la provincia del Neuquén. Apreciamos la costumbre cariñosa y también respetuosa de saludarse besando ambas mejillas. Nos sumamos a esa modalidad en el momento de despedirnos de ellas. Prometimos volver a esta fiesta que, cada año, crece en actividades, adeptos y brillo. Dejamos atrás dos jornadas a toda jineteada para elegir las mejores montas pero, sobretodo, para despuntar el vicio de la charla de fogón.