Las jineteadas tienen características diferentes en cada región. Botas, vestimenta y sombrero son propios de cada comunidad. Lo mismo sucede con las formas de ensillado, cinchas y encimeras de los caballos.
“Animal en campo raso es del que le ponga el lazo”, se escuchó decir al payador desde el mangrullo de transmisión de la gran fiesta de jineteada de ese día en
Caviahue El comisario de campo dio la orden y dos hombres, pial en mano, se prepararon para esperar al potro dentro del campo de jineteada. Detrás de la tranquera, el animal se alzaba de manos en su intento por no salir al ruedo. Según la salida del potro, tenía prioridad uno u otro pialador. Si lo conseguían, un tercer hombre del equipo montaba al animal aún echado en el suelo, en pelo. Sólo duraba unos segundos sobre el lomo pero valía el intento porque los aplausos se entregaban sin escatimarse. Esa lucha hombre/caballo se repitió en cada una de las destrezas que esa tarde de fines de verano tuvieron como escenario la Fiesta del Telar, en el paraje Cajón Chico de la comunidad Millaín Currical. Una excelente caballada de potros de distinto pelo ofreció lucimiento a las tareas de los jinetes. Una a una se fueron sucediendo las pruebas. La mayoría de los participantes eran muchachos muy jóvenes que se jugaban el todo por el todo en esos pocos segundos que dura una jineteada. Doce segundos separaban la gloria de la caída más bochornosa. Acodados en un poste del alambrado que hacía de perímetro a la cancha de jineteada, sólo deseábamos no perdernos ni un detalle de aquella fiesta. Había que tener oídos, ojos y el corazón atentos para todas las sensaciones que se daban minuto a minuto.
No todas las propuestas fueron sobre la grupa de los potros. En un tráiler, una veintena de corderos hizo su entrada al campo de juego. A la vez, la misma cantidad de chicos de entre 3 y 8 años se prepararon para “enhorquetarse” sobre el cordero y así imitar a sus mayores. A pesar de algunas caídas sin consecuencias, constituyó un momento gracioso y emotivo de la tarde. El plato fuerte fueron las jineteadas a crina limpia y bastos con encimera. Muchos fueron los participantes que aguantaron sobre el lomo del bagual y las pruebas se sucedían una a otra casi sin intervalo. Mientras se preparaba el jinete, el animal caracoleaba inquieto por sentirse atado a la fuerza, a pesar de tener los ojos tapados. Los capataces de campo, jurados y apadrinadores estaban listos para actuar.
Momentos de expectativa cuando el jinete, ya instalado sobre el potro aún atado al poste, tiraba su cuerpo para atrás y sus piernas tensas hacia adelante y arriba. Eso le permitiría aguantar el primer sacudón que le daría el potro al ser soltado. A la par, los payadores templaban sus guitarras y cantaban sus estrofas improvisadas. Aliento e imaginación puestos al servicio de la prueba. Un chamamé sonaba de fondo musical y el humo de las parrillas inundaba las tribunas, donde cada vez se agolpaba más público. El locutor presentó a un ex lonco de la comunidad. Don Celedonio, emocionado, agradeció en su lengua mapuche la fuerza que los más jóvenes le dieron a la Fiesta del Telar Mapuche.
Atardecía cuando nos retiramos en nuestro auto. Otros lo hacían a caballo. Las puertas de la fiesta se fueron cerrando y sentimos el placer de haber disfrutado de dos jornadas a puro campo y en tierra mapuche.