Paseando por sus calles nos asombran las extensiones siempre verdes encerradas entre montañas, la cercanía con lugares de inigualable belleza y su gente siempre presta a ofrecer su ayuda.
Con una geografía realmente única, nos adentramos de a poco en las calles muy transitadas de
Puerto Aysén, donde la vida diaria se muestra muy intensa. Nos impactaron el gran movimiento vehicular y el ritmo comercial que apenas decae al mediodía. Cuando la temperatura se eleva, cada habitante deja sus actividades de la mañana y regresa a su casa para almorzar. Apreciamos ese delicado equilibrio entre el trabajo y la vida hogareña. La presencia del río Aysén, sus verdes orillas y el inmenso puente colgante que une ambos sectores de la ciudad son elementos que nos llamaron la atención. En la ciudad todo está cerca: sus calles principales, sus restaurantes, sus puntos de interés. Fue sencillo ir conociendo detalles de su estructura sin muchos movimientos. Un lugar alto, el cerro Mirador, nos permitió verla desde arriba: el centro, el puerto y el río. Sobre la calle Merino se halla uno de sus accesos. Por la misma calle nos dirigimos hacia la pasarela que conecta con la isla Díaz. Encontramos una gran extensión verde rodeada por el río, unas pocas barcas pesqueras y una vista amplia a los cordones montañosos que rodean la ciudad. La recorrimos en toda su extensión, la disfrutamos sin apuro y conocimos el escenario para espectáculos al aire de libre. La fiesta aniversario de la ciudad en el mes de enero se realiza aquí. Nos imaginamos sentados esperando el atardecer, charlando con amigos o practicando
trekking. Hicimos un alto en nuestra caminata aprovechando la sombra de unos frondosos y añejos árboles que vestían la plaza principal. En las copas de castaños y coníferas, infinidad de pájaros iniciaron su concierto al tiempo de nuestra llegada. Desde allí vimos los principales edificios de su entorno: la gobernación provincial, los bancos, la municipalidad local y su iglesia catedral.
Omega 3
En cualquier rincón de la ciudad el denominador común es la naturaleza vestida de todos los tonos de verde imaginables. También la impronta que dejó la actividad pesquera de otra época. Un poblador nos relató: “Hasta mediados del siglo pasado, el puerto de Aysén contaba con buen calado, que admitía el ingreso de grandes barcos, y las industrias pesqueras dieron crecimiento económico a la región. Erosiones posteriores impactaron sobre su cauce y fueron limitando su uso a barcas de pequeño porte”. Muchas de ellas, con sus maderas antiguas de mil colores, estaban amarradas en el puerto Aguas Muertas, al que accedimos por la calle O'Higgins. Esperaban la marea alta para salir por el estuario de Aysén hacia el mar. Hombres rudos, acostumbrados a desafiar vientos y oleaje marítimo, realizaban sus tareas de mantenimiento confiando en una buena pesca que justificara el esfuerzo. Todo al compás de la música de las islas y fiordos chilenos que se oía de fondo. Seguimos por calle O'Higgins hacia el puerto y el lago Los Palos. Zona de cambios bruscos de vegetación y montañas con mucha roca a la vista. En ese sector más agreste se respiraba aire puro. Cerramos el paseo marítimo con la imagen de San Pedro, patrono de los pescadores. Lentamente, regresamos hacia el centro y caminamos por su principal calle comercial: la Sargento Aldea. Otra vez el rumor de una ciudad que vivía, actuaba y se desarrollaba con ímpetu. Sus anchas veredas nos ofrecieron unos cómodos bancos de madera para instalarnos y descansar un rato. En nuestra recorrida encontramos centros tradicionalistas. Los jinetes y troperos de Puerto Aysén, orgullosos de sus costumbres, se preparan todos los años para participar de las fiestas costumbristas de Mañihuales o Villa Cerro Castillo con jineteadas y asado de cordero al palo.
Un poco caminando y otro poco en nuestro auto, dimos casi por terminada nuestra vuelta por la ciudad y dejamos para el final observar esa joya de arquitectura que une ambas orillas del río Aysén: el puente colgante Presidente Ibáñez. Considerado uno de los más largos de Chile, fue declarado Monumento Histórico y con sus dos arcos metálicos de 25 metros de altura y sus fuertes cables de acero, ofrece una muestra de poderío y rigidez que contrasta con la naturaleza verde con la que convive. Curiosamente, terminamos el recorrido con el cartel de “Bienvenidos” en uno de los extremos del puente, donde también se encontraban los artesanos. No fue necesario leerlo al inicio. Durante todo el trayecto nos sentimos muy a gusto en esta hermosa ciudad.