Con unos pocos kilómetros de recorrido llenamos nuestros pulmones de aire puro y nuestros ojos de hermosos colores verdes. Después, en un lago de aguas muy frías, intentamos pescar los salmones que nadaban frente a nosotros.
Iniciamos el recorrido pensando en encontrar aquel lago que nos habían descripto como de hermosas aguas, buena pesca y mejor sombra en el verano. Cuando nos aprestamos a realizar los 26 kilómetros que separan la ciudad de
Puerto Aysén del lago Riesco, no imaginábamos que el trayecto sería tan sugestivo como el destino. Desde el inicio, a partir del puente colgante Presidente Ibáñez por la avenida Municipal, bordeando el río Aysén, se nos presentó un camino de ripio de muchas curvas y contracurvas. Detrás de cada una de ellas, una sucesión de casas de pobladores con muchos animales pastando en las laderas de los cerros. Lentamente, como para no hacer ruido, fuimos descubriendo ese mundo de campo con el humo de las chimeneas de las viviendas, el rumor del agua del río, algún pájaro que se sentía de libre de expresarse por la tranquilidad del lugar. A poco de andar, el río se convirtió en una zona plagada de piedras sobre las cuales el agua saltaba a borbotones tratando de esquivarlas. Eran los rápidos que se mostraban en su mayor intensidad. Los costados del río lucían sus verdes praderas que invitaban a sentarse a ver pasar el agua o a tomar sol. Nos sentamos por un largo rato para no perder de vista su espuma blanca y plateada.
Increíblemente, más adelante el mismo río cambió la forma de su cauce: al ser más profundo, parecía más caudaloso. También cambió su ímpetu y se mostró más lento y tranquilo en la superficie. En un punto, encontramos una balsa que permitía pasar al otro lado del río y conectar así a los habitantes del lugar con la otra orilla durante las horas de luz. Con un sistema sencillo podía llevar dos autos o un camión en un par de minutos.
A mitad de camino, otra sorpresa
Más adelante, otro río apareció frente a nuestra vista con una coloración más oscura. El río Blanco debe el color de sus aguas a los sedimentos que arrastra y es afluente del anterior. Eso también hizo que cambiara la vegetación lateral haciéndola más oscuro y tupida. No había cómo perderse ya que el camino llegaba hasta el mismo lago Riesco. Éste nos recibió con frondosos árboles, uno al lado del otro formando familias enteras de arrayanes, abrazadas entre sí. Los arrayanes ofrecían su sombra y su color rojizo intenso con vetas blancas y le daban calidez al entorno. Sus extensas ramas casi tocaban la superficie del agua. Canelos, chilcos y michai complementaban la vegetación atemperando los vientos.
Una extensa pradera verde antecedía la playa. Allí, recostados sobre el tronco caído de un enorme árbol, nos dejamos hamacar por el silencio sólo interrumpido por el vaivén del agua. La pesca deportiva de salmónidos es una de las actividades por las cuales se visita este lago de origen glaciar de 14 kilómetros cuadrados de superficie. Desde la costa, veíamos salmones pero fueron esquivos a nuestra caña. Prometimos asesorarnos mejor y volver. El camino de regreso fue otro regalo: volvimos a encontrar los mismos puntos de interés pero esta vez vistos desde el otro ángulo. Confirmamos lo que ya sabíamos. Lo atractivo se aprecia dos veces: durante el camino de ida y al regreso.