Una estupenda excursión permite acercarse a un sector costero donde se presta apoyo a la navegación del sur argentino, convertido hoy en punto turístico de excelencia.
Travesías, safaris fotográficos o simplemente curiosidad llevan a realizar casi 90 kilómetros desde la ciudad de
Puerto Deseado para acercarse a un promontorio rocoso que alberga desde 1937 la reserva natural intangible Cabo Blanco. Salimos de Puerto Deseado por rutas de ripio hacia el norte, por una extensa meseta por la cual en repetidas ocasiones cruzaron animales de un lado a otro de la ruta. Eran curiosos y despreocupados guanacos, choiques y maras que, acostumbrados al silencio de la zona, hacían sus excursiones. Cuando el ripio parecía terminarse, apareció ante nuestros ojos primero un faro (una construcción de ladrillo rojo en forma de pirámide) y luego la maravillosa costa atlántica. Entonces, el primer ímpetu fue subir a ese balcón rocoso y ver en primera fila el sitio donde los lobos marinos desarrollan su vida diaria sin ningún estrés. El guardafauna nos contó: “Es uno de los apostaderos de lobos marinos de uno y dos pelos más numeroso del país. Luego de muchos años de cacería y de utilización de su cuero y grasa durante los siglos XVIII y XIX, y de una extinción que se creía definitiva, hoy se ha logrado su lenta recuperación”. Esos afloramientos de rocas del Cabo Blanco contienen importantes bancos de mejillones y otros moluscos, que componen el alimento de los lobos y las aves marinas.
Nuestro guía nos contó historias de navegantes a partir de Hernando de Magallanes, quien a su paso por ese triple promontorio rocoso lo llamó Cabo Blanco; a partir de entonces apareció con ese nombre en las cartas de navegación. Existen evidencias del paso de aborígenes por el cabo, ya que se hallaron boleadoras, anzuelos, arpones de hueso y puntas de flechas. Dejamos ese escenario para llegarnos hasta el faro construido para ayuda y seguridad naval, con un poder lumínico de 14 millas náuticas, ubicado a 87 metros sobre el nivel del mar. Para llegar a lo alto del faro, debimos subir unos 100 escalones por una escalera caracol y logramos una vista inmejorable de los islotes plagados de lobos u osos marinos, como se los llama habitualmente. Pudimos divisar más claramente los apostaderos de los cormoranes grises, imperial y de cuello negro que constantemente pasaban por encima de nuestras cabezas.
Con el mar inmenso ante nuestra vista, no tuvimos apuro por dejar ese lugar en altura. El farero, persona que cuida del faro, vive allí con su familia al cuidado de tan preciado elemento. Otros visitantes habían llevado sus
kayaks sobre los techos de las camionetas y se aprestaban a lanzarse al mar, conocedores de esa actividad entre olas y riscos para la cual se necesita estar en forma y capacitado. Allí se practica el
eskimo roll, un estilo muy interesante de rescate.
Cuando la excursión por la costa rocosa llegó a su fin, regresamos hacia Puerto Deseado y aún nos faltaba algo increíble por conocer: unas salinas de grandes dimensiones donde el paisaje es muy vistoso y distinto a lo conocido. Estas salinas constituyeron una fuente de riqueza en épocas anteriores de gran producción lanera, ya que servían para conservar carnes y cueros a principios del siglo XX. Nosotros regresamos luego de cuatro horas sobre una ruta agreste que nos permitió respirar el aire de mar en una larga jornada a pleno sol, diferente a todo lo vivido antes.