Entre silencios profundos y paisajes inolvidables, realizamos una expedición en kayak por los fiordos natalinos. Una excelente manera de conectarse con la naturaleza.
Tenía ganas de cambiar de perspectiva. Pero no buscaba escalar una montaña o volar, sino más bien ir al ras del suelo. La idea de observar la naturaleza desde una altura que no superara los cincuenta centímetros me parecía que podría ampliar el tamaño de las cosas e inclusive hacerme detener en detalles que habitualmente quedan en el olvido. La falta de un vehículo de esas características y la imposibilidad de hacerlo físicamente me hizo pensar que una buena manera de lograr mi cometido podría ser realizando una excursión en kayak. De esta manera, cambié la solidez del suelo por el medio acuoso y pude mantener mi idea inicial. Aunque no es un deporte muy conocido en Chile, el kayak es una de las actividades más amigables y entretenidas que cualquier persona puede practicar. Sólo basta con saber nadar y poseer un estado físico compatible con la actividad a desarrollar.
En Puerto Natales, no tardé demasiado en ubicar al operador que podría llevarme a realizar una expedición aguas adentro, entre los fiordos ubicados en las cercanías de la ciudad. Así conocí a Sergio, Mariano y Tati, que cargaron los kayak de la agencia a la camioneta y organizaron el equipo para salir con dirección norte hacia las Torres del Paine.
Aventurarse
Nos dirigimos hasta Puerto Prat, un lugar histórico donde comenzó a levantarse el primer poblado de la zona a principios de 1900. La imposibilidad de encontrar agua dulce para consumo hizo que sus habitantes se mudaran en busca de este líquido vital y se establecieran en lo que hoy es Puerto Natales. Llegamos. En minutos teníamos los kayak de travesía sobre la costa, listos para salir. Como la expedición era en aguas saladas, utilizamos kayak de mar, que a diferencia de los de río, miden más de cinco metros, tienen espacios de carga de cien litros y son especialmente aptos para viajes largos. Debido a su mayor inercia, son más adecuados para amplias superficies acuáticas donde las condiciones no cambian a cada segundo. Como buen guía, Mariano nos brindó la charla de seguridad y nos enseñó cómo debíamos remar para hacer rendir al máximo las paladas. Nos pusimos el resto de equipo, compuesto por “cubrecockpit” y chaleco salvavidas, y nos fuimos al mar. Antes de entrar en el agua, regulamos los asientos del kayak y los pedales para manejar el timón. Para ello ingresamos al kayak, mantuvimos la espalda derecha y pusimos las piernas levemente flexionadas y arqueadas de tal forma que no salieran del kayak. Esta posición es la que se debe mantener siempre, dado que gracias a la ubicación de las piernas se mantiene el equilibrio, y se puede remar de manera segura y estable.
En las frías aguas del Pacífico
Una vez en el agua, aprendimos a timonear la embarcación. Si quería doblar hacia la derecha, tenía que presionar el pedal de la derecha y a la inversa si quería ir para la izquierda. Con Tati y Mariano, nos lanzamos a la aventura por el canal Señoret. Desde el kayak, todo parecía más grande, o quizás yo me sentía mucho más pequeño, casi insignificante. Comenzamos el viaje remando cerca del fiordo Eberhard. Pasamos frente a una familia de patos, y entre una pareja de cisnes de cuello negro. Lo entretenido del kayak es que uno se conecta con la naturaleza de un modo armónico. Al ser una embarcación pequeña, baja y de remo, casi no altera el ambiente. Una leve brisa en contra se comenzó a jugarnos una mala pasada. Tuvimos que duplicar el esfuerzo y adaptarnos a remar con olas. Luego de una intensa hora, llegamos hasta una puntilla donde logramos repararnos del viento. A la izquierda, veía el seno Última Esperanza. Al sur, dejaba atrás al cerro Prat y la isla de los muertos. Y al norte, nos daba la bienvenida Puerto Consuelo, de la estancia de igual nombre, donde tomamos un descanso y nos alimentamos para reponer las energías perdidas. Luego de unos instantes reanudamos la remada, esta vez para llegar hasta Villa Luisa, que fuera el primer lugar escogido por el Capitán Eberhard para vivir junto a su familia a fines del siglo XIX. El viento patagónico no nos permitió seguir. Antes de que los brazos se nos cansaran, decidimos emprender el regreso y así remar con viento en popa. Pasamos nuevamente frente a Puerto Consuelo, una hora más tarde estábamos en Puerto Prat y, como el clima lo permitía, Mariano nos sugirió seguir hasta Puerto Bories. A lo lejos, observamos unos cormoranes que jugaban a hacer equilibrio en unos viejos postes. A medida que nos acercábamos, comenzaban a volar. Estos pájaros, parecidos a los pingüinos, permanecen en la zona durante los tres meses de la temporada de verano, hasta que sus pichones aprenden a volar. El paisaje era cada vez más agreste y atractivo. Pronto llegamos a Puerto Bories, que antiguamente fue un complejo industrial frigorífico fundado por la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego en 1913, en su época de apogeo. Este fue el puerto de embarque de productos ganaderos de gran parte de las estancias de la Patagonia chilena y argentina. Hoy funciona como museo y, en su interior, los visitantes tienen la oportunidad de repasar los años de gloria. Cuanto más nos acercábamos a la costa, las olas eran más altas y fuertes. Mariano nos enseñó a “surfearlas” para llegar a la playa a gran velocidad. Exhaustos pero contentos, llamamos a Sergio por radio para que nos viniera a buscar. Pronto recuperé mi altura y todo volvió a la normalidad. El día se nos escapó pero, antes de partir, llegó un reparador descanso de cara al tibio sol y con los brazos en la nuca para los tres expedicionarios. Con los últimos rayos de luz en el horizonte, volvimos a Puerto Natales.