El increíble escenario natural del valle de Cochamó se interna en el cordón montañoso. Cabalgamos por sus senderos, los mismos que usaron jesuitas y colonos para cruzar los Andes.
Con aires marinos, llegamos al
lodge de Campo Aventura, a sólo cuatro kilómetros al sur de la villa de Cochamó, en el valle del río homónimo. Después de traspasar un bosquecito de arrayanes, nos aguardaba Cristiane para darnos la bienvenida. El
riverside lodge armoniza con la belleza natural del ambiente. Rústico y cálido, no faltan los detalles en la decoración y en el buen servicio, que contempla desde
baby-sitter hasta sauna.Después de acomodarnos y tomar un té con una tarta de uvas, recorrimos junto a nuestra anfitriona la tranquila playa del río Cochamó, cercana al sector de camping. Este cauce de agua, junto al Petrohué y al río Puelo, preserva muy bien su riqueza ictícola, destacada en salmones y truchas. Daban ganas de darse un chapuzón, pero eran casi las siete de la tarde, hora de la cena, y en el comedor ya estaba la mesa puesta. La cocina vegetariana del
lodge, en manos de la
chef Paulina, merece un apartado. Esa noche nos ofreció una entrada ligera de tarta de verduras y paltas frescas, continuando con una exquisita sopa crema de arvejas, y como plato principal, róbalo acompañado de croquetas y ajíes salteados. De postre, una suave
mousse de cerezas. Todo sano y casero, elaborado con productos orgánicos de la zona, que combinan los sutiles sabores vegetales con excelentes platos de pescados. La sobremesa junto a las jóvenes danesas y a otras turistas suizas, se hacía larga y entretenida, y la noche estrellada invitaba a quedarse pero, como al día siguiente nos íbamos de cabalgata, decidí acostarme temprano.
Un antiguo camino de los Andes
Ni bien despuntó el día, nuestra guía en la cabalgata, Stefanie, ya estaba aprestando todo para el recorrido, sólo restaba que llegara Gabriel, uno de los baqueanos de Campo Aventura, nativo de Cochamó y encargado de los caballos. Nos encontramos con Stefanie en el comedor para desayunar y conversar sobre su estancia en Chile. Al igual que su par Andrea, proviene de Alemania y fue contratada vía Internet para acompañar a los visitantes en los distintos recorridos ecuestres. Como casi todos teníamos experiencia en estas artes, la clase que dio Stefanie fue sencilla y rápida. Además, los nobles equinos eran realmente mansos, aptos para novatos en cabalgatas.
Todos estábamos ansiosos por recorrer el bosque valdiviano, así que remontamos el río Cochamó para internarnos en el valle. En tiempo pasado, los aborígenes no se asentaron en la zona porque la creían insegura, dada la cercanía y actividad de los volcanes. Todo el entorno natural se mantuvo casi intacto, hasta mediados del siglo XVIII, cuando los jesuitas que misionaban en Chiloé, decidieron explorar el valle para encontrar un camino y extender sus misiones en la región de Nahuel Huapi. Por esta vía, evitaban la ruta que cruzaba la laguna Cayutué y el lago de Todos Los Santos, muy riesgosa desde la rebelión indígena del año 1600. Este paso, al sur del volcán Tronador, permitía comunicar Chiloé con las ciudades del norte.
El cruce de los Andes por el valle de Cochamó, fue el camino elegido por los colonos y pioneros de la Patagonia argentina austral para comercializar ganado hacia Chile. Cuentan las crónicas que los famosos bandoleros Butch Cassidy y Sundance Kid, afincados en un campo de la localidad argentina de
Cholila, utilizaban también este camino para ingresar a Chile. Mientras avanzábamos entre los tupidos bosques y apreciábamos su prístina naturaleza, el tranquilo andar de mi caballo me transportaba a los tiempos de los pioneros o los baqueanos que hacían el mismo camino con su ganado.
Hacia la Junta
El sol estaba bastante fuerte, así que nos alegramos al acercarnos al vado por donde cruzamos las cristalinas aguas del río Cochamó. Continuamos la marcha y después de traspasar algunas tranqueras, retomamos un camino de ripio para volver a ingresar en los senderos de espesa vegetación. Paramos en las orillas del río de Piedra para almorzar unas exquisitas tarteletas de verdura y algunas frutas que nos había preparado Paulina. Ya repuestas nuestras energías, continuamos transitando por caminos de mayor altura hasta la Junta. Comparado con el Yosemite por su entorno natural, el bosque nativo, circundado por las montañas y rodeado de cascadas, cobija a especies arbóreas y animales silvestres emblemáticos de la región andina, como los pumas y los cóndores.
Luego de cinco horas de cabalgata, habíamos llegado al
mountain lodge, emplazado en una planicie abierta a los altos cerros graníticos. Nuestros anfitriones del refugio de montaña, Yarlé y Héctor, nos esperaban con una merienda al aire libre en el
deck, donde nos sentamos a contemplar la vista. El paisaje es sobrecogedor por su belleza. Volví a recordar las palabras de Lex: “El tiempo no es importante aquí”, y me quedé tratando de explorar con la mirada las múltiples expresiones de esta naturaleza agreste y virgen. Caía la tarde. Después de una confortable ducha caliente, nos congregamos entorno al fuego, mientras Héctor disponía todo para el asado. Entre charlas y relatos, la noche se escurría mientras cenábamos a la luz de las velas. Afuera, la oscuridad del valle apenas permitía ver los contornos de las montañas.
Amaneció temprano, con una suave brisa que prometía otra buena jornada. Una vez que desayunamos ya estábamos listos para el
trekking por el valle de la Junta. A medida que avanzábamos por el sendero bien demarcado, descubríamos algunas de las cincuenta diferentes especies de plantas y árboles del bosque andino que están identificadas. Cada tanto, nos sorprendía un salto de agua pura, de pendiente moderada o de profundas caídas. Finalmente, llegamos a una laguna bordeada por árboles ancestrales, de más de mil años de antigüedad. Sin embargo, la especie más longeva, el alerce, se extiende más arriba en la zona de El Arco, llamado así por un espectacular arco de roca natural que cruza una pequeña cascada, en cuya parte superior se erige un imponente alerce. Estos ejemplares, que datan de más de tres mil años de edad, surgen de una liviana semilla de dos milímetros y medio, y alcanzan en su madurez cerca de ochenta metros de altura y cuatro de diámetro en su tronco. Regresamos tarde al refugio. Antes que anocheciera, Yarlé ya tenía lista la cena, preparada en la cocina a leña. Otro plácido día cerraba sobre la montaña. A la mañana siguiente, desandaríamos camino hasta el
riverside lodge, finalizando así nuestra cabalgata por la exuberante naturaleza del valle de Cochamó.