Con Santiago Vidal ya habíamos volado sobre los volcanes de Chile y sellado en las alturas una amistad incondicional. A los dos nos fascina volar. Esta vez, la idea fue hacerlo sobre el mar.
La idea había quedado pendiente de la última vez. Volar el misterioso océano Pacífico y los alrededores de la isla de Chiloé (
Ancud,
Castro y
Quellón) despertaba en mí un interés especial.
Para los argentinos, el Pacífico se encuentra “del otro lado” y se transforma en algo lejano, como inalcanzable. Y, en consecuencia, la idea que tenemos de él es muy distinta a la que tenemos de nuestro conocido y querido océano Atlántico. Al Pacífico lo imaginamos rocoso, violento, profundo, azulado, con islas misteriosas como las de Pascua e incluso algunas vírgenes y aún no descubiertas, pobladas solamente por lobos, ballenas y aves gigantescas. Algo de todo eso hay y nada, al mismo tiempo. El Pacífico es un océano distinto a todos los demás y en la Región de los Lagos del Sur de Chile adquiere las características con las que se lo cuenta y describe en los libros de geografía de todo el mundo.Partimos desde el aeroclub de Puerto Varas, pero también lo podríamos haber hecho desde Puerto Montt. En menos de un cuarto de hora de vuelo ya habíamos divisado el lago Llanquihue, el volcán Osorno y acabábamos de dejar atrás el puerto de Angelmó y la laberíntica Puerto Montt, con sus ríos, islas y estuarios que le van abriendo paso al gran océano. En la Región de los Lagos, y sobre todo en la isla de Chiloé, la aviación nació más que por placer, por necesidad. La isla no poseía los caminos con que hoy cuenta y la única manera de estar comunicada con el continente era a través de la navegación. Sin embargo, cuando había alguna emergencia o traslado sanitario, era necesario llegar con mayor rapidez y así fue que la aviación civil comenzó a ser tenida en cuenta por el gobierno chileno para desempeñar distintas tareas cuando éste lo solicitaba.Así, el gobierno comenzó a financiar vuelos para empresas, traslados de enfermos o bien vuelos para apagar incendios forestales y evacuaciones imprevistas. Lo cierto es que un excelente nivel de pilotaje comenzó a formarse en la isla y así aumentó notablemente no sólo el número de pilotos sino también de aviones que, por supuesto, fueron determinantes en la creación de distintos aeroclubes que hicieron escuela y que aún hoy lo siguen haciendo. El aeroclub de Castro, ubicado casi en el centro de la isla, es uno de ellos. Allí fue que aterrizamos, luego de haber volado durante casi dos horas no sólo por el azulado y salvaje mar, sino por los distintos puntos de la isla de Chiloé.Los más coloridos fueron las ciudades de Ancud, ubicada al extremo norte de la isla, y el pulmón verde que se ve desde el aire y que ha sido bautizado como Parque Nacional de Chiloé. El vuelo continuó bordeando el océano hasta introducirnos nuevamente en la isla y, luego de atravesar varios lagos, llegamos hasta Quellón, donde comenzamos a subir en el mapa siguiendo literalmente la ruta que comunica esta ciudad del Sur de la isla con el centro, donde finalmente aterrizamos. Castro es hermosa desde el aire, pero cuando el avión inició el descenso pudimos observar que en tierra firme se vuelve paradisíaca. Los palafitos y el color que los pobladores dan a sus casas la hacen de ensueño. Sus iglesias, vegetación, caminos y su plaza principal ya las habíamos logrado divisar desde el aire, pero ahora se veían distintas, como si fuesen otras. Como si no las hubiésemos conocido hace un rato.Toda la industria del salmón se ve desde el aire. Los gigantes barcos, las fabricas de pellet (alimento de los salmones), las embarcaciones pequeñas y botes que participan en la actividad, así como también sus miles de hombres, que parecen ser los protagonistas del espectáculo, son algo mágico desde allá arriba. El parque nacional de la isla que sólo interrumpe su paz cuando el salvaje océano parece salpicarlo de agua y viento se aprecia desde arriba en silencio, sin intermediarios. Mientras, sentimos cómo nuestra avioneta acusaba pequeños signos de esa interacción entre las partes de una naturaleza que en Chiloé se mantiene virgen, intacta. Ver cómo el avión aterrizaba en la histórica pista del aeroclub de Castro y cómo los pilotos mantienen intacta la fascinación que tenían en el año 1946 y, bajo una intensa lluvia, los llevó a soñar que desde el aire todo se vería distinto, es algo que jamás podré olvidar.