El agua es el principal motivo de admiración en este paseo. Forma parte de la enormidad del lago y se luce en un salto de agua producido por una fractura del terreno de rocas basálticas.
El cerro Bayo funciona como centro de esquí durante el invierno y llegar a su parte alta es una buena excusa durante todo el año para echarle una mirada al lago Nahuel Huapi. Encaramos la ruta 66, que nos dejaría en la base del centro de esquí. Nos llamaron la atención unos miradores de madera y estacionamos el auto para investigar. Eran tres en total y la vista del extenso espejo de agua que corre de oeste a este era similar pero desde distintos ángulos. “¿Trajeron sus máquinas de fotos?”, nos preguntó un señor turista extranjero en su media lengua y que ya había disparado su máquina infinidad de veces, extasiado por lo que veía. No era para menos: en cada uno de esos tablones de madera con barandas se tenía a la vista una porción de agua, bosques e inmensidad que permitía decir sin equivocarse que el “Sur también existe”.
El primer balcón miraba hacia el centro de la Villa; el segundo hacia el punto medio del lago y el tercero hacia el paraje Huemul. Tres miradas del mismo lago que una cámara panorámica podría reproducir como una sola toma. Siguiendo ese camino ancho y cómodo de transitar con el auto, a mano izquierda vimos un bosque de coihues de troncos muy finos y altos color grisáceo digno de verse y fotografiarse. No se puede acceder pero bien vale la pena contemplarlos. Más cerca del final del camino, encontramos un cartel a mano derecha que indicaba el sendero para acceder al río Bonito y la cascada. Era un tramo de 200 metros en bajada entre un bosque de coihues, muy sombrío. Misodendros y barbas de viejo, plantas parásitas apoyadas en otras especies sin anularlas, ocuparon nuestra vista. Denotaban el grado de oxigenación del ambiente. Se escuchaba el murmullo del agua y nos dejamos llevar por el oído. A la izquierda, en un claro del follaje, descubrimos el mirador de madera con barandas que permitía apreciar la cascada de frente y por debajo de nuestra vista con todo su caudal. El río era muy estrecho y corría por un corte abrupto en la roca. Al llegar al borde, pegaba un salto y se tiraba de cabeza a una olla ubicada 20 metros más abajo produciendo un estrepitoso sonido.
Fondo de pantalla
En primer plano unos enormes coihues hacían de marco fotográfico al salto de agua agregando importancia al entorno. La continuidad del río quedaba oculta por el bosque y no pudimos seguirlo porque estábamos en propiedad privada. La vegetación cercana a la olla era muy verde, con musgos, helechos y una bruma con los colores del arco iris formados por la presencia de las gotas de agua atravesadas por la luz del sol. Fijamos la vista en la caída. El agua parecía desarmarse, desgranarse, desintegrarse y producía dibujos increíbles que nuestra imaginación transformó en figuras atractivas. Dijimos adiós a ese río, ya que muchos otros atractivos turísticos de esa magnitud aún nos estaban esperando.
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