Se la considera una excursión tradicional de la zona y puede realizarse en un tiempo corto o dedicarle el día entero si se le agregan otros atractivos.
Una cabalgata hasta la Cabeza de Indio es una de las excusas perfectas para realizar un circuito que recorre senderos sinuosos de montaña, bosques y miradores. Hicimos arreglos con quien sería nuestro guía y sus caballos criollos, conocedores como nadie del suelo rocoso, guiaron nuestros pasos. Por la mañana temprano nos presentamos en el lugar indicado, montamos dos yeguas jóvenes y briosas y partimos. Luego de unos primeros minutos en que ajustamos la montura y las riendas, tuvimos la sensación de que las yeguas habían notado nuestra poca experiencia. En seguida intentaron un pequeño galope para demostrarnos que ellas dirigirían la maniobra. Dejamos atrás el puente del río Quemquemtreu y nos dirigimos hacia la Loma del Medio, donde encontraríamos el primer mirador del trayecto.
A medida que avanzábamos, el baqueano nos comentó que en este tipo de salida no se utiliza la clásica montura o silla inglesa sino que se cabalga sobre mandil y recado. Está relacionado con el tipo de terreno por el cual se desliza el caballo. “Estamos cruzando una zona de transición o ecotono, dejamos atrás la estepa patagónica para adentrarnos en el bosque valdiviano”, nos dijo el guía. Así, lentamente fuimos internándonos en una tupida arboleda donde prevalecían los coihue, ñires, cipreses y lengas. Solo se oía el roce de las ramas entre sí y lo demás era silencio.
En minutos el ambiente se despejó de árboles y tuvimos una vista panorámica del valle del río Azul. Abajo serpenteaban sus aguas cristalinas hasta desembocar en el lago Puelo y hacia el oeste el cordón Nevado marcaba el límite con el país hermano, Chile. Para completar la gama de colores verdes, azules y marrones, los cerros Tres Picos, Motoco y Lindo mostraron sus cimas elevadas.
Cuando faltaban aún unos metros para llegar hasta el punto donde avistaríamos la Cabeza del Indio, dejamos nuestros caballos atados a un árbol y seguimos a pie por un sendero de cornisa que agregó adrenalina al paseo. Finalmente apareció ante nosotros esa formación rocosa que durante siglos el viento y el agua fueron transformando en el rostro de un indio. De enormes dimensiones, es lugar de culto para los descendientes de mapuches por su alto sentido espiritual. Durante un rato observamos cada detalle para memorizarlo y luego el mismo sendero nos condujo hasta las cabalgaduras y emprendimos el regreso.
Llegar hasta la Cabeza del Indio fue más que conocer esa piedra erosionada. Permite disfrutar de una gran variedad de climas y perfumes y asomarse a algunos lugares altos desde donde todo cobra otra dimensión. Los caballos colaboraron para hacerlo sin esfuerzo.