El Bolsón es un excelente ámbito para esta actividad que puede ser realizada sin experiencia previa y ofrece una mezcla de adrenalina y de serenidad incomparables.
A quién no le gusta apreciar desde el aire las bellezas que ofrece la naturaleza. Por eso me pareció una excelente idea admirar las bellezas agrestes de El Bolsón en un vuelo en parapente con profesionales. Era una manera de conocer aquellos rincones de más difícil acceso a vuelo de pájaro.
No hacía mucho había leído una frase de Leonardo Da Vinci: “Una vez que hayas probado el vuelo, caminarás sobre la tierra con la mirada levantada hacia el cielo, porque ya has estado allí y quieres volver”. “Es como estar suspendido en el aire”, había oído alguna vez. “Una sensación de paz y libertad inigualable”, sostenían otros.
Esas señales afianzaron mi deseo de practicar ese deporte, por lo que contacté a Ricardo Miloro, conocido parapentista de la región. La cita fue en los faldeos del cerro Piltriquitrón, que con sus 2.260 m.s.n.m. cobija la comarca. El lugar de despegue estaba ubicado a los 1.150 metros sobre el nivel del mar. Estaba ansioso y Ricardo logró darme ánimos. Supe entonces que “Piltriquitrón” en mapuche significa “cerro colgado de las nubes” y eso haríamos: nos suspenderíamos en el aire como jugando con el viento.
El parapente es considerado una actividad de turismo de aventura y se realiza en vuelos biplaza con un instructor avezado. En este caso, Ricardo Miloro es reconocido por su conocimiento de varios lugares donde se realiza el parapentismo (Córdoba, Mendoza, Tucumán, La Rioja) pero disfruta mucho más en los vuelos de El Bolsón.
“Las térmicas en este sector son muy abundantes, sobre todo pasada la hora del mediodía, y los vientos casi constantes del mismo cuadrante hacen que sea fácil volar como si fuera de memoria”, sostiene el intrépido parapentista.
A volar se ha dicho
Entonces, en un lugar libre de malezas comenzó la tarea de desplegar la vela homologada y aprontar la silla, los cascos y el mameluco de vuelo. Ese equipo era imprescindible para un buen vuelo y un mejor aterrizaje. El instructor es amo y señor de cada maniobra y uno sólo obedece indicaciones.
Mientras Ricardo terminaba las maniobras previas, contemplamos el valle desde la altura. La perspectiva nos hizo sentir un silencio único y parecía que todo allí abajo se movía con lentitud. Cuando las brisas fueron propicias, me dio la orden de comenzar a correr hacia la barranca para que la vela se desplegara y tomáramos altura.
Con el vértigo inicial nos ubicamos cómodos en la silla y en segundos estábamos volando. A partir de ese momento comenzó la diversión. Viramos varias veces tomando térmicas ascendentes y pudimos apreciar los lagos Puelo, Epuyén y los cerros Tronador, Lindo y Perito Moreno. Como telón de fondo teníamos la cordillera de los Andes.
La ciudad se veía allá abajo minúscula, los autos parecían miniaturas de colección. Todo tenía una luminosidad más acentuada. Ricardo me indicó que el verde intenso correspondía a El Hoyo, el barrio Buenos Aires Chico y los milenarios álamos del lago Puelo.
El viaje nos llevó por el inmenso valle mientras una suave brisa nos daba en la cara. Una sonrisa enorme acompañó mi admiración por todo lo que estaba disfrutando. Me dije a mí mismo que hay que animarse a vivir, sentir y ser protagonistas de esta actividad.
Suspendido en el cielo, no paré de tomar fotografías hasta que Ricardo anunció que comenzábamos el descenso. Sentí lentamente la pérdida de altura y el silencio se trocó en el leve rumor de la ciudad hasta que finalmente tocamos tierra firme.
Mi rostro transmitía la felicidad que sentía por el momento vivido. Estaba extasiado con las sensaciones que había vivido durante el vuelo en parapente: paz, libertad, vértigo, adrenalina son sólo algunas de ellas. Pero también había otras sensaciones difíciles de poner en palabras porque surgían desde el alma.