Entre las propuestas interesantes que ofrece El Bolsón, llegar hasta el cajón del río Azul a caballo significa sorprenderse con lo que la naturaleza nos regala a lo largo de una jornada.
Visitamos
El Bolsón en otoño y recibimos la invitación para conocer el bosque y las montañas en una cabalgata que nos llevaría hasta el cajón del río Azul. La aceptamos y dedicamos un día completo de nuestras vacaciones a esta experiencia. Desde el centro de la ciudad, salimos en una
combi de la empresa de turismo Grado 42 con un grupo de turistas españoles que estaban tan entusiasmados como nosotros por el paseo. Pusimos rumbo al paraje llamado Mallín Ahogado, que se encuentra a 15 kilómetros de El Bolsón. Al llegar a la chacra de la familia Warton en el callejón del mismo nombre, dejamos el vehículo para iniciar la cabalgata. Camilo fue nuestro guía y ya estaba alistando los caballos para la salida. Sin apuro se ocupó de asignar a cada uno los bien equipados equinos, viendo que cada quien se sintiera cómodo en la cabalgadura. Cuando todos habíamos montado y estábamos listos para partir, avanzamos lentamente como acomodando el cuerpo a ese modo poco habitual de traslado. El grupo estaba expectante y deseoso de internarse en la reserva natural del río Azul junto a sus caballos zainos.
Camilo fue anunciando el recorrido y mostrando algunos detalles del área protegida. El frondoso bosque de cipreses y coihues era surcado por arroyos de montaña y cobijaba una gran cantidad de aves y distintas especies de fauna.
Andando al paso
Nos vimos envueltos en una nube de polvo ya que la falta de lluvias hacía que el sendero estuviera muy seco. El calor imperaba en ese sendero que acompañaba el río Azul y de vez en cuando la sombra de los árboles nos amparaba. Vadeamos el río Azul que, en desacuerdo con su nombre, nos pareció verde esmeralda y tan transparente que permitía ver las piedras del fondo una a una. En algunos pozones del río, cuando la profundidad era de unos cinco metros, pudimos ver unas truchas que movían sus aletas con lentitud. Otra vez en el bosque de la ladera de la montaña y superando los 700 metros de altura, altos coihues nos dieron su sombra. Estábamos en propiedad privada por un ancho sendero de libre tránsito que llaman servidumbre de paso y el refugio ya estaba cerca.
Saludamos a unos pobladores de las chacras aledañas al río y poco más adelante llegamos hasta el
camping agreste La Playita. Bajamos de los caballos con gran placer y con ganas de iniciar el
picnic programado en ese punto. Tirados de espaldas sobre el pasto, disfrutamos de un paisaje único y nos hubiéramos quedado en esa posición un rato más pero Camilo nos convenció de ir caminando hasta el cajón del río. El sendero era escarpado y llegamos al gran paredón rocoso que encierra el cauce del río. Fuimos descubriendo saltos de agua y pozones. La fuerza del agua se abría paso entre las rocas y formaba remansos. Los caminos nos fueron llevando a distintos tramos del río hasta llegar a un puente de madera donde jugamos con el vértigo que nos producía el agua pasando por debajo de nuestros pies. Luego continuamos hasta otro refugio, el del cajón propiamente dicho. Allí conocimos un interesante personaje, don Atilio Csik, quien nos maravilló con historias que suele compartir con todos los visitantes que llegan hasta donde él vive.
Habíamos encontrado el famoso cajón del Azul, destino de nuestra excursión. El deseo del grupo de permanecer allí y algo de cansancio nos obligaron a que hacer un alto para descansar. Luego, volvimos a buscar los caballos para desandar el camino. Camilo tenía razón: el rumor del río nos había entrado hondo en el corazón y nos hizo sentir felices de haberle dedicado un día completo de nuestras vacaciones.