Los azules y turquesas de los glaciares constituyen un espectáculo imponente ya sea a pleno día o con la tenue luz del amanecer o del anochecer.
Cuando el pasajero exigente piensa en la Patagonia argentina, en seguida surge la idea de conocer uno de los más fantásticos fenómenos geográficos que pueda ofrecer la naturaleza: el parque nacional Los Glaciares. Viajamos especialmente a la ciudad de El Calafate para encarar una travesía lacustre de tres jornadas en una embarcación suntuosa que, durante la navegación, acaricia las altas paredes de las formaciones de hielo. Luego de un corto recorrido en autobús desde la ciudad, el embarque lo realizamos en el puerto La Soledad, paraje Punta Bandera, sobre Lago Argentino. Al zarpar, mientras el crucero Santa Cruz se deslizaba lenta y silenciosamente alejándonos de la costa, fuimos descubriendo los salones acogedores de su interior y nos instalamos en las cubiertas externas. Nos presentamos ante quienes serían nuestros compañeros de viaje.
Atardeceres de colores rojizos
Cuando la tarde se convertía lentamente en noche, nos aprestamos a cenar en el salón comedor. Por los ventanales panorámicos tuvimos un acercamiento a los cambios tonales de la puesta del sol que nos dejaron sin respiración. Luego de un descanso nocturno en las tranquilas aguas de Puesto de las Vacas, comenzamos la segunda jornada con un desayuno variado y sabroso. El silencio exterior solo era interrumpido por las aves madrugadoras. En ese paraje nos esperaba una caminata breve entre la vegetación de las laderas montañosas, donde los guías nos hicieron conocer un mirador que nos acercó al glaciar Spegazzini. Sorteando algunos témpanos menores, finalmente este gran campo de hielo estuvo delante de nuestros ojos. Las distintas gamas de azul, las paredes que en algunos puntos superan los cien metros de altura, la vegetación contrastante y la fuerza de su presencia se nos impusieron. El Santa Cruz paró sus motores y nos aprestamos a almorzar un sabroso menú
gourmet junto a ese escenario maravilloso. El Santa Cruz puso proa hacia el glaciar Upsala por el canal del mismo nombre. La presencia de gran cantidad de témpanos y icebergs menores que surcaban las aguas a nuestro alrededor nos sorprendió con sus formas curiosas y las coloraciones diversas. La pared imponente del glaciar apareció ante nosotros, tan cerca que quedamos absortos. A la noche, llegamos a la bahía Toro en el brazo Mayo. Nos agasajaron con una cena exquisita y posteriormente pasamos al bar y los demás salones para compartir charlas, fotos y las experiencias vividas en la jornada. El cielo se presentó abierto y nos mostró la luminosidad de las estrellas. El inicio de la tercera etapa nos despertó con la nave en movimiento. Durante el desayuno, a través de las ventanas observamos bosques autóctonos de gran belleza; nos dirigíamos hacia los glaciares Mayo y Negro. Nos abrigamos bien y subimos a los gomones para surcar las frías aguas que casi podían tocarse. Desembarcamos para iniciar otro
trekking de aventura, una actividad extra que nos llevó hasta el frente mismo del glaciar Mayo y nos resultó asombrosa. Otra vez en la nave, avanzamos por el Canal de los Témpanos para acercarnos al más esperado de los glaciares:
el Perito Moreno. Imposible no emocionarse ante tamaña belleza; los desprendimientos son hechos naturales que le agregan vida a su monumental altura. Con el glaciar como telón de fondo, almorzamos una vez más con la misma variedad y delicadeza de las anteriores mesas. Además de las vivencias de esos tres días, nos quedan presentes las charlas entretenidas con el personal de a bordo; nos hicieron entender mejor la formación de estas moles heladas a las que casi rozamos. Nos sentimos privilegiados, en todo sentido.
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